He decidido que todos esos que, con la supuesta mejor voluntad del mundo, te dicen «que te aproveche» cuando estás comiendo, son terroristas aún mayores que aquellos que cuando aún te faltan diez o quince metros para llegar te están sosteniendo la puerta de salida o de entrada, la del ascensor o la de cualquier otra cosa. Porque te obligan, y eso está feo. Te obligan a responder o a reaccionar, incluso aunque no puedas. Así que de buena voluntad nada. Las normas sociales te obligan a responder aunque tengas la boca llena, o te obligan a empezar a correr hacia la puerta del ascensor o la de salida aunque no tengas prisa, o te duela la rodilla, o sea lo último que te apetece. Las jodidas normas sociales te ponen en un verdadero aprieto. Es sabido que las posibilidades de asfixiarte con un trozo de comida son mayores cuando hablas y masticas a la vez, y tú respondiendo un «gracias» solamente por no quedar mal. Pero yo estoy empezando a no hacerlo, a no responder nada si estoy tragando, y a no correr cuando me aguantan la puerta. Lo hacen por decisión propia, y yo tomo mi propia decisión. De hecho, solamente aguanto la puerta a aquellos vecinos que me caen mal, para obligarles a correr hacia mi con cara de circunstancias, por eso de quedar bien.
Todo dios va en el metro mirando la pantalla del móvil, eso es innegable. Si lo hubieran dicho hace veinte años, nadie hubiera pensado que estamos tan aborregados, como putos robots con su droga. Aunque también es verdad que algunos van leyendo en el móvil (como yo mismo cuando voy demasiado cargado como para cargar también un libro físico…), y todavía unos pocos, de cuando en cuando, con un libro en las manos. El otro día un tipo leyendo nada menos que ‘El villorrio’, la portentosa novela de William Faulkner. Me gustó ver que todavía hay gente que lee al viejo maestro olvidado por casi todos, pero me jodió ver que estaba leyendo una de esas penosas ediciones de El Mundo, que son casi tan malas como las de El País… y yo me pregunto: ¿por qué esas ediciones tienen que ser tan feas y tan nefastas, con un papel tan basto y con unas cubiertas tan lamentables? Que tampoco han de ser tan bonitas como una edición de Valdemar o de Impedimenta, claro que no, pero es que hasta la maquetación y la letra de esas ediciones te quitan las ganas de leerte el libro así sea una obra maestra como Moby Dick, de la que por cierto tengo la edición de El Mundo a doble volumen, y también la carísima de Valdemar, que es uno de los tesoros de mi biblioteca y que vale cada euro que costó.
El otro día, en el vagón del metro en el que viajaba, a un señor le dio lo que parecía un ataque, no sé si epiléptico, o al corazón, o un ictus, entre otras cosas porque no soy médico y no lo tenía cerca: a los pocos segundos de darle ya tenía a todo el mundo a su alrededor histérico perdido. Por supuesto se paró el tren durante un buen rato y todos tuvimos que salir al andén a esperar los acontecimientos. Y no me sorprendió mucho ver que algunos de mis conciudadanos estaban indignados de lo que tardaban en llegar los sanitarios, pero no para que pudieran salvar la vida de ese individuo al que nadie conocía, sino porque tenían prisa y estábamos todos parados. Sí me sorprendió ver que, una vez que todo el mundo pudo regresar al vagón y dejó de grabar el evento con sus teléfonos móviles, se mostraban un poco más compasivos con el accidentado, diciendo cosas como «pobre hombre» o cosas así. Qué curioso es el madrileño medio: en cuanto le dan la oportunidad, es decir en cuanto las cosas van mejor para él, se muestra muy compasivo. Pero cuando un hombre enfermo lucha por su vida se molestan con él por haberse puesto enfermo justo en el momento en que ellos tenían tanta prisa.
Al hilo de eso mismo que estoy diciendo estos días ha habido cierto revuelo con un anuncio de las autoridades australianas para prevenir el covid, en el que se dramatiza la forma en que una persona, una chica bastante joven, se enfrenta a la enfermedad en la UCI. Se han alzado algunas voces diciendo que es un vídeo demasiado duro que puede herir la sensibilidad del respetable. Y ante eso yo creo que hemos perdido el poco juicio que nos quedaba. Este anuncio debería ser puesto en todas las cadenas en cada tanda de anuncios. Si es duro, y escalofriante, es porque sus responsables así lo han querido. Es más, deberían haberlo puesto desde el mismo inicio de la pandemia, cuando los hospitales empezaban a colapsarse. Si hacen anuncios durísimos sobre las consecuencias de los accidentes de tráfico… ¿por qué diablos no lo hacen sobre la peor crisis humanitaria en cien años?
Estamos estos días con la celebración del 74 festival de Cannes, que el año pasado no pudo celebrarse por la maldita pandemia, y ya llegan noticias de nuevas películas que van a dar que hablar, que pueden llevarse premios gordos y que pueden suponer una aportación importante a este año de cine. Todo eso está muy bien. Pero seamos francos: las grandes películas que se glosan en los festivales, que ganan premios, que reciben el respaldo de la crítica especializada, raramente se estrenan en nuestro país, salvo raras excepciones. Y si se estrenan es durante muy pocas semanas, fagocitadas por los grandes estrenos comerciales del otro lado del atlántico o incluso de nuestro propio continente. No digo que no tengan importancia estos eventos (Cannes es el más importante y tampoco se estrenan las películas que se ven allí…) pero los distribuidores y los espectadores tienen que empezar a cambiar de mentalidad y a proteger el cine más arriesgado, formalmente más interesante, más de autor, en lugar de pensar solo en ganar dinero con los grandes eventos que de cine tienen muy poco. O eso o ya lo poco que nos queda va a desaparecer, y solo tendremos películas para chavales.
Último disparo: esta vez de autocrítica, que últimamente hago poca. Revisando algunas críticas de mi sitio Cinema & Letras, me doy cuenta de que no pocas de ellas podrían haberse escrito mejor. Además de no pocos lapsus gramaticales, veo que hay cosas en las que me tenía que haber esforzado más a la hora de argumentarlas, de desarrollarlas. Pretendo que esa web sea una en la que poder dejar mis críticas definitivas a numerosos libros y películas, y releyendo algunas entradas creo que tendría que haber trabajado con mucha mayor autoexigencia. Y es lo que voy a hacer a partir de ahora: exigirme más y argumentar mejor, con más contundencia, con ideas más robustas y sin dejarme llevar tanto por apasionamientos. A fin de cuentas el arte no tiene nada que ver con el gusto personal.