Fíjense en este cuadro que encabeza el texto. Es hermoso, ¿no es cierto? Es una de las obras maestras de «marinas» (paisajes marinos) del gran artista ruso Ivan Aivazovsky. Si uno se queda contemplándolo un largo rato, es muy fácil empezar a escuchar el oleaje contra las rocas de esa costa casi fantasmagórica o incluso contra la quilla del barco que se aleja de allí, quién sabe con qué intenciones. Porque ya adentrándonos en su «puesta en escena», en el estado anímico que infunde esta imagen, hay algo más allá de su aparente serenidad. Algo nefasto que asoma detrás del cuadro y que anuncia esa extraña Luna, que brilla con la fuerza del sol pero que no ilumina, que se queda todo el calor para sí misma, y que otorga a la secuencia un cariz premonitorio, casi, o de pesadilla.
Con cuadros como este, no hace falta nada más. Es lo que tiene una bella arte como la pintura, que por sí sola, con los elementos conceptuales de que dispone, es capaz de ser lo bastante expresiva como para comunicar una cualidad trascendental de la emoción. Los elementos «que nos faltan», tales como el sonido, el movimiento y otros, nuestra mente, que es copartícipe de lo que está mirando, lo añade por sí mismo en cierto sentido, aunque en realidad son esos elementos conceptuales, antes mencionados, los que sugieren aquellos que nos faltan para obtener una experiencia totalitaria. Ese es truco, si truco se le puede llamar. Ese es el secreto de cualquiera de las artes: mostrar una imagen anímica, psicológica, valiéndose de aquellas herramientas que son propias de su medio, y también de aquellas que no le son propias, evocándolas, insinuándolas. Un cuadro dejaría de ser un cuadro si le pusiéramos sonido o se moviera. Tampoco sería cine. No se sabe muy bien qué sería, pero desde luego habría dejado de ser una mera pintura, y habría perdido por el camino gran parte de su esencia artística.
Pero la pintura, como la escultura, no es un arte narrativo, y en caso de serlo lo es en muy escasa proporción. Las artes narrativas (la música, la literatura y el cine), lo son sobre todo porque en ellas entra un nuevo concepto: el tiempo. Un cuadro o una escultura no se mueven en el tiempo. No lo necesitan. Sin importar el tiempo existen dentro de él, no fuera. En el caso de la literatura, la música y el cine, existen fuera de él: crean su propio tiempo narrativo. Pero tanto la literatura como la música poseen una especificidad de la que a veces carece el cine. La literatura está formada de palabras, la música está formada de notas musicales. ¿De qué esta hecho el cine? Sólo de imágenes desde luego que no. Un arte narrativo aspira a convertirse en una experiencia absoluta, vívida, para el espectador/receptor, y eso no puede hacerlo sólo con imágenes. Necesita del sonido para hacerlas reales. En la vida, a menos que estemos sordos, y por tanto impedidos, nuestra experiencia no es así. Y el cine opera con realidades (el movimiento, el tiempo), y por tanto depende del sonido para existir. Lo asombroso, en mi opinión, es que se considere al sonido como un acompañamiento de las imágenes…
Las imágenes por sí solas, además, pueden ser engañosas. Con un poco de margen de error, pueden mostrar aquello que no son, expresar cosas distintas a las que se pretende, o resultar equívocas en muchas ocasiones. El sonido no. Las imágenes parten de la observación, de la intención del que mira. El sonido no, el sonido está lo queramos o no. Podemos cerrar los ojos pero no los oídos. El sonido está siempre ahí, y está en movimiento, y crea un espacio y un tiempo narrativos aunque la pantalla esté a oscuras, o se haya convertido simplemente en un rectángulo negro. Al revés esto no sucede. A veces he dicho que las imágenes sin sonido son como fantasmas flotando en una pared. Ojalá lo fueran. Las imágenes sin sonido, salvo en la etapa del mudo, están forzadas. No son cuadros en movimiento. El cine no es pintura, ni son cuadros en movimiento. ‘La Jetée’, de Chris Marker, es extraordinaria no por ser una hábil sucesión de fotos que te cuenta una historia apasionante, sino por su sonido, por el narrador que siempre está presente y que todo lo vertebra.
Quien encuentra fascinante el cine por lo que dice un sólo encuadre, o un elemento estructural de ese plano, no posee una mirada original ni profunda sobre este arte tan extraño y poético. El cine no es un cuadro en el que se mueven sus elementos, es un pedazo de vida creado por el director, que aspira nada menos que en convertirse en una segunda realidad, igual que la novela, y en crear conceptos y densidades tan profundas o más que la misma realidad. Y eso el cine sólo puede hacerlo con el sonido unido a la imagen como un todo, debajo de ella, detrás de ella, a los lados, encima y delante, envolviéndola para dotarla de vida. Eso es lo que quiere crear el artista a través de su arte: vida.