El sentido de la tragedia en ‘Manchester by the Sea’

No existen muchas tragedias modernas. Es un género, o subgénero, que cuenta con pocos títulos (tanto en cine como en literatura) y probablemente sea debido a su extrema complejidad y exigencia a la hora de formalizar la sustancia de la que está hecha. De hecho, muchas películas que parecen tragedias en realidad son otra cosa, bastante más edulcorada, bastante más aguada, por mucha dureza u oscuridad que posean en algunas partes, porque para ser una tragedia de verdad hay que jugar a fondo todas las cartas, y esto supone renunciar casi seguro a toda comercialidad, a todo atisbo de conseguir unos réditos en taquilla. La tragedia no tiene piedad con los personajes ni el espectador, aunque albergue (como es el caso que vamos a comentar ahora) una catarsis liberadora, o parcialmente liberadora. La tragedia, en definitiva, es enfrentarse con la derrota última. ¿Cómo está esto formalizado en ‘Manchester by the Sea’ (Lonergan, 2016)?

En su tercera película como realizador, Lonergan sí juega sus cartas a fondo, contando la historia de Lee Chandler (pasmoso Casey Affleck, en una de las mejores interpretaciones de la historia), y haciéndolo en forma de elegía, de lamento lírico, que ya en sus títulos de crédito, con el coro de Lesley Barber (no existe verdadera tragedia sin su coro musical), con las imágenes de la ciudad bajo un cielo gris, del puerto, de sus barcos, nos introduce en el tono moral y anímico de lo que va a venir a continuación. Y la primera secuencia no es dolorosa, sino luminosa: una tarde en barca, pescando, en la que Lee Chandler comparte bromas y buen humor con su hermano y su sobrino. Ahora bien, la secuencia está filmada en un único plano, bastante lejano, por lo que no vemos el rostro de los personajes, y esto es fundamental. De ahí pasamos a corte a la situación actual de Lee, trabajando como bedel en un edificio de apartamentos, llevando a cabo las labores más desagradecidas sin quejarse, sin relacionarse con nadie. La escena del barco es el pasado (escena que continúa, como se verá luego).

Lee Chandler es una persona del montón, un hombre sin nada especial, que queda marcado por la tragedia, de la que él tiene una responsabilidad accidental, y que va a convertirle en un muerto viviente y un personaje terriblemente interesante. Pero esa tragedia es solo inicial, y la posterior muerte de su hermano (una muerte anunciada, pues le diagnostican una enfermedad coronaria que le da pocos años de vida) le proporciona una tragedia aún mayor: la de tener que cuidar de su sobrino cuando a todas luces no está preparado para ello. Esa custodia, la de su sobrino, la dificultosa y por momentos tormentosa relación con él, es el núcleo de una película que sólo podría haberse contado en ese invierno crudo del noreste de Estados Unidos, en latitudes muy cercanas a Canadá, por razones tanto argumentales (que no se pueden desvelar) como tonales. Existen tragedias contadas en geografías de calor asfixiante (como la arrasadora ‘Monster’s Ball’), pero esta sólo podía haberse contado de esta manera, con la ciudad helada convertida en un personaje más, casi en un espectador no indiferente sino cruel también con Lee Chandler y con su peripecia moral.

Pocas veces hemos asistido a un espectáculo tan conmovedor como la muerte en vida de este caracter tan bien definido por Affleck y Lonergan, con secuencias memorables como aquella en la que por fin comprendemos qué fue lo que sucedió y lo que marcó su vida para siempre, una secuencia que se dilata en el tiempo (la tragedia hace el tiempo mucho más largo y lo luminoso o eufórico mucho más corto) durante más de diez minutos, en la que una y otra vez volvemos al presente, con el adagio de Albinoni insistiendo de manera despiadada, con la cámara de Lonergan instalada delante de Lee Chandler. Pero esa secuencia impresionante no es la única, ni mucho menos, sino que la película entera es una balada que cuando por fin encuentra algo de luz vuelve a hundirse en las tinieblas, con la extraordinaria secuencia de su conversación final con su mujer (maravillosa Michelle Williams), con la pelea final y con la aceptación final de Lee de que no puede cuidar de su sobrino. Ese es el momento de la catarsis final: admitir que no puede superar el pasado. Al contrario que tantas malas películas y novelas que en realidad son manuales de auto-ayuda, Lonergan va hasta el final, sin piedad, y con esa declaración, que no puede superar el pasado, paradójicamente Lee Chandler vuelve a estar un poco más vivo.

La marca de la tragedia ha de ser (en realidad siempre es) tal que no hay vuelta atrás. En caso contrario no sería una tragedia. Momentos fugaces de felicidad con su sobrino o en soledad no van a redimir jamás a Lee, pero aceptar que el pasado le ha derrotado al menos le da la oportunidad de vivir el resto de su vida con algo de paz. Ese es el sentido de la tragedia de esta dolorosa y hermosa ‘Manchester by the Sea’.

2 respuestas a “El sentido de la tragedia en ‘Manchester by the Sea’”

  1. ¿Una de las mejores interpretaciones de la historia? Ahí deje de leer. Lo siento pero me da que el autor no ha visto muchas grandes interpretaciones:

    -Schwarzeneger Terminator 1
    – sigourney weaver Aliens
    – Linda Hamilton Terminator 2
    -Robert Duval El padrino
    – Jack nicholson El resplandor; Alguien voló sobre el nido del cuco, Algunos hombres buenos, Mejor imposible, etc
    -Al Pacino: Serpico , Esencia de mujer, El padrino, etcétera
    – Robert de Niro : la lista es infinita como sus películas

    Hay tantos y tantas interpretaciones mejor que las de este actor que es de risa

    P.d escribir sobre este violador es demencial

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