A nadie le interesa por qué ‘El Quijote’ es tan reverenciada

¿Por qué iba a interesarles? No tendría ningún sentido, ninguna razón de ser, que lo hiciera. Las personas de este país, o de cualquier otro, que oigan hablar de ‘El Quijote’ y que tengan algún interés, siquiera lejano, en la literatura o en la narrativa, simplemente dan por bueno que es una novela muy importante, incluso que es la cumbre del canon literario de occidente, y aquí paz y después gloria. Algunos pensarán, sin ningún motivo objetivo, que seguramente la crítica literaria de este país, o la internacional, la ha ensalzado porque no había otra cosa que ensalzar, o la ha escogido sin más, simplemente porque es un texto muy antiguo que da pie a muchas interpretaciones, y punto. ¿Cómo no va a suceder eso cuando escritores famosos insisten en la noción de que ‘El Quijote’ es poco más que una parodia de los libros de caballerías? Es lo que se lleva diciendo mucho tiempo, así que es lo que es. Leerla no la van a leer, porque entre otras cosas es muy larga y todo el mundo sabe de qué va (en realidad no lo saben, pero como si lo supieran), así que para qué van a pensar más o van a interesarse más por el tema. Poco importa que la que «supuestamente» es la novela más importante, o para muchos académicos y especialistas, el mejor trabajo literario de la historia sea española, porque el español medio estará más orgulloso de los triunfos de su selección de fútbol, que leer es muy bonito pero ver fútbol es mucho más apasionante.

Que sí, que es el tipo de los molinos de viento, y el caballo flaco ese llamado Rocinante… el loco al que acompaña a todas partes el simplón de Sancho Panza, y seguramente te ríes mucho con esa novela porque es una parodia y todo eso. Quiso el azar que su autor fuera español, y suerte tuvo de hacer esa novela porque al parecer era un don nadie y todo lo demás que escribió no era para tanto. Si hasta un escritor importante como Edmond Rostand le hace decir a su Cyrano que el episodio de los molinos de viento es el número trece (pensaba yo, ingenuo de mí, que era un error de la adaptación fílmica de Rappeneau, pero no, el error consta ya en el texto teatral original). Es decir, que aún leyéndolo, la gente no se entera de nada o no se quiere enterar. Y aún leyéndolo escritores que pueden ser inteligentes, ni siquiera se molestan en citarlo bien. ¿A qué tanto lío, tanto follón, con esta novela? Hay muchas ahora donde elegir, muchos best-sellers, alguno de ellos también español, como para ponerse a perder el tiempo con un texto de hace cuatro cientos y pico años, cuyo castellano la gente no va a entender y que no puede aportar nada al lector ni al crítico hodiernos. Si es tan reverenciada, ¿a quién le importa? Lo será como lo es ‘Los tres mosqueteros’ o ‘Los pilares de la Tierra’. ¿Qué importa eso?

Me imagino a un lector británico, estadounidense o australiano (o cualquiera de los muchos países anglosajones que existen por el mundo) leyendo ‘El Quijote’. «Umm, un texto hispano de hace varios siglos sobre un tipo que se vuelve loco porque ha leído muchos libros de caballerías, cree armarse caballero, se hace con un caballo, una lanza, una armadura y un escudero, y se va por ahí a ver mundo y a que le rompan los huesos una y otra vez. Se supone que esto es un clásico de la literatura de todos los tiempos. Traducido al inglés suena como si leyéramos una historia de la época y el estilo arcaico de un Shakespeare, pero esto tiene mucho más humor, por lo visto. ¿Por qué será que dicen que es la primera y más importante novela jamás escrita? Porque seguramente habrá sido de las primeras en escribirse y porque es muy antigua«. No me quiero imaginar, porque además no soy capaz, de lo que pensaría un lector alemán, suizo u holandés. Dudo mucho que ningún lector de esos países se lo lea porque le interesa leerlo, al igual que en España, y si lo hacen dudo mucho que sepan por qué es tan importante. Se contentan con leerlo, si es que terminan sus más de 380.000 palabras, y con decir que se han leído este clásico. Y nada más. ¿Para qué iban a hacer otra cosa? Lo que cuenta hoy es ser culto (es decir, saber quiénes eran Don Quijote y Sancho Panza, quién escribió esa novela, de qué época era) no ser inteligente (es decir, haber comprendido la obra, haber entendido por qué es tan importante). Los críticos y los académicos, para la mayoría de las personas, simplemente eligen un modelo y obligan a todos los demás a creer que ese es el modelo a seguir. ¿O no?

Pues no…

Los críticos y académicos hispanistas y clásicos, los importantes y más preparados, saben lo que dicen cuando defienden que ‘El Quijote’, obra del mayor perdedor del mundo de las letras, es el trabajo literario mejor escrito y más influyente de la historia de la literatura. No lo es, desde luego, por ser una parodia del género de caballerías, pues ni es una parodia ni le interesa realmente el género de caballerías salvo como herramienta para criticar la sociedad y la literatura. No lo es, tampoco, porque un puñado de listillos se hayan reunido y hayan decidido por su cuenta qué es lo más importante. Lo es pese a sí misma, pese a la mala suerte congénita de su autor, pese a que el género de la novela en aquella época no tenía ningún prestigio, a que en el siglo XVIII nos afrancesamos tanto que creímos que era mejor el Quijote de Avellaneda (y si no saben lo que es esto, por favor, búsquenlo, porque no tiene desperdicio), y tuvieron que llegar los ingleses, los enemigos acérrimos de España, para rendirse a la evidencia: que ‘El Quijote’ es lo más grande que se ha escrito nunca. Lo es porque en sí mismo representa la mejor y más valiosa lección de literatura y de narrativa a la que nadie puede acceder, hasta el punto de que si se quiere aprender de ambos conceptos es mejor que cuatro años en la universidad. ¿Y esto, realmente, por qué?

Para entendernos: es como si alguien hubiese creado unas reglas del juego que antes no existieran. Esas reglas del juego se llaman Narrativa. Resulta curioso y sorprendente que se haya ensalzado tanto la figura de Shakespeare, un tipo que escribió como mucho treinta obras (si es que las escribió él), y se haya dicho de él que es el mejor escritor de la historia, cuando la figura de Cervantes es mucho más vasta, tanto intelectual como poética, pues inventó no uno sino dos tableros de juego: el de la Narrativa en general, y el del Quijote en particular, otorgando una fuerza, un dinamismo y un sentido inefables a la figura del narrador (o narradores), a la creación de personajes y a la mera construcción de una narración, estableciendo entre estos tres elementos y el espectador una dialéctica inconmensurable e inagotable cuyas ramificaciones se extienden a su ‘Galatea’, a su ‘Persiles’, a sus ‘Novelas ejemplares’ y a sus obras de teatro y poemas narrativos. Esa forma de entender la narración, la creación de personajes, el sentido mismo de lo literario, trasciende hasta nuestros días, e incluso una serie anglosajona sobre vikingos o policías es cervantina sin saberlo, y quijotesca en sus líneas más básicas de expresión. Pero para saber eso no solamente hay que haber leído ‘El Quijote’, sino haberlo estudiado a fondo y haber visto la cantidad de miguitas que, como Pulgarcito, dejó Cervantes en la literatura y en la narrativa, como el verdadero coloso sin igual que es, añadiendo a todo ello un cinismo y una ironía a la que no puede acceder un autor a veces brillante pero siempre verborreico y poco cabal como Shakespeare.

Bajo su apariencia de novelita de aventuras diáfana y desmadrada, late en el interior de esta obra una compleja y vasta red de ideas, de conceptos narrativos, interconectados unos con otros, una muy sofisticada conceptualización de lo literario como artefacto narrativo, que pone patas arriba todas las convenciones genéricas, sociales y poéticas de su tiempo y de todo lo que vino después. El genio sin igual de Cervantes (al lado del cual, los Shakespeare, los Hugo o los Goethe son prácticamente nada) triunfa creando prácticamente todos los géneros posteriores, fundiendo los antiguos, dejándolos inservibles, creando la narrativa, el teatro, actualizando los temas clásicos y estableciendo una nueva jerarquía de valores literarios en sus más de trescientas ochenta mil palabras. Esa fue la verdadera respuesta de Cervantes a un mundo que le rechazó y le negó: dejar para la posteridad la obra más subversiva y corrosiva de todas.

Y lo mejor de todo es que ‘El Quijote’ no es una plúmbea novela decimonónica o dieciochesca. No es un tratado sobre la virtud o un mamotreto ininteligible y aburrido. Es una novela extraordinaria y vibrante, pasmosamente moderna y divertidísima, que engancha desde la primera página y no te suelta hasta el final, dejándote maravillado por el ingenio y la energía de Cervantes, con su capacidad lúdica pero también crítica, con sus diálogos irrepetibles y su pareja de protagonistas, tan vivos que parece que se salen de la página y forman parte del mundo operatorio. Así que no hay excusas. Si alguien quiere de verdad dejar de ser un analfabeto literario, sobre todo si ese alguien es español, tiene el antídoto perfecto, que se resume en tres sílabas, las de Cer-van-tes.

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