Seamos claros, a costa de resultar antipáticos: la gente no tiene ni idea de qué es lo que hace hace un director en una película. Y cuando digo ni idea, digo ni puta idea. Saben, probablemente, o intuyen, que es el que manda, que es el que le dice a los demás lo que tienen que hacer, que usualmente también participa en la escritura del guión, que es el que pone la cámara aquí o allá… ¿No salen los directores famosos en todas las fotos de rodaje señalando a un lugar en concreto, con todo el mundo pendiente de ellos, o haciendo con los dedos la forma de un rectángulo, o mirando a través de un visor, con cara de concentración? Pues ya está. …Es más, la mayoría de los críticos de cine, de los que he conocido (que no han sido pocos) y de los que he leído (que han sido muchos) tampoco tienen muy claro qué hace un director de cine. Que no lo sepa el público, tiene su lógica. Que no lo sepa un supuesto crítico de cine, no tiene perdón. Y si no saben a qué se dedica… ¿cómo diablos van a saber cuáles son las armas más importantes de un director, o a hacerse un sistema de ideas sobre ello? Y no basta con ver ‘La noche americana’ (‘La Nuit américaine’, 1973) de Truffaut, aunque desde luego algo ayuda.
Voy a ser todavía más cabrón y más sincero: muchos directores tampoco saben lo que hace o tiene que hacer el director en una película, ni por supuesto cuáles serían las armas imprescindibles para ser un gran director. De lo contrario, en ciertos casos dejarían de hacer películas (si tuvieran un poco de integridad), o bien intentarían aprender a hacer lo que se necesita (si tuvieran un poco de sentido común), para ser algo más que un realizador o un pega-planos, que es lo que son la mayoría de directores no ya en España, sino en el mundo. Es posible, paradójicamente, que directores de fotografía, o montadores, o incluso actores, tengan una idea más clara de lo que necesita un director para llamarse de tal, antes que muchos directores o críticos de cine. Yo, por supuesto, tengo mi sistema de ideas, mi teoría, que no es perfecta ni tiene por qué ser válida para todo el mundo, pero es la mía, y por tanto a mí me parece convincente. Sería curioso desarrollar una teoría sobre la narrativa, el cine, la literatura, que a uno mismo no le convenciera… Sea como fuera voy a ser muy sucinto, o todo lo sucinto que pueda, a la hora de dejarla por escrito.
Por supuesto que un director de cine ha de tener, al igual que un novelista, una concepción del mundo y del ser humano y de la vida que nace de la observación pura. Por supuesto que un director ha de ser un líder nato. Por supuesto que ha de ser un realizador y un técnico lo más completo posible (o rodearse de los mejores técnicos, que viene a ser lo mismo). Y por supuesto que ha de tener personalidad y gracia a la hora de contar con imágenes y sonidos. Pero sobre todo, me parece a mí, ha de tener la habilidad, valiéndose de herramientas puramente cinematográficas (el sonido y el montaje) de crear en la pantalla una vida tan vívida (valga la redundancia), o más, que la de la vida real. Y para eso, según se van viendo películas y series, a lo largo de años, y décadas (qué viejo me siento…), al parecer están preparados o interesados o tienen capacidad un puñado de directores en todo el mundo, y no más.
Tal como yo lo veo, lo que define a un gran director son tres elementos clave: el sentido del montaje (más que de la planificación o sentido visual), la representación de la violencia (que no necesariamente ha de ser violencia gráfica…), y la dirección de actores. No conozco a ningún gran cineasta, grande de verdad se entiende, que no tenga plenamente desarrolladas estas tres armas, que en sus manos suele parecer que son de puro instinto. Es más: existen directores que solamente poseen un sentido agudizado en una de esas tres áreas, y que son cineastas bastante buenos. Mientras otros realizadores se empeñan en demostrarnos que gracias a su director de fotografía (uno de gran nivel) tienen un gran sentido visual, o escenográfico, o de atmósfera, o se empeñan en grandes producciones, o en llamar la atención con un montaje sincopado, con unos personajes extremos, con unas historias teatrales o epatantes, para dar apariencia de una categoría que no tienen, otros nacieron con ese sentido del montaje que hace a sus películas tremendamente cinematográficas, con ese sentido de la dirección de actores que hace que sus actores estén tremendamente vivos (¿en qué otra cosa ha de ocuparse principalmente el director durante el rodaje?), y desarrollan una violencia en pantalla, entendida como hechos interesantes, como cambios intensos y poderosos en las vidas de los personajes, además de como violencia gráfica, o de violencia psicológica, o de violencia emocional, que resulte natural, creíble, convincente y emocionante.
Pero para muchos directores el sentido del montaje consiste en llamar la atención sobre el corte, la dirección de actores en trucos con sus intérpretes, y la violencia en muchos tiros y mucha sangre. Yo no conozco una secuencia más violenta que la de la discusión entre Kay y Michael en ‘The Godfather, Part II’ (Coppola, 1974), una película más violenta que ‘Gritos y susurros’… Tanto Bergman, como Coppola, como Antonioni, como Welles, como otros grandes directores de la historia, son directores de actores extraordinarios, que conocen el lenguaje con el que comunicarse con sus intérpretes, y que por eso construyen personajes memorables, y situaciones plenas y notables. Yo lo veo bastante claro.
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