Me acuerdo de esa vieja máxima, que dicen que puede aplicarse a todo en la vida: «para ser algo no sólo hay que serlo, sino parecerlo». Yo no sé si es verdad, pero me parece que existen ciertos novelistas, críticos, actores y cineastas que a fuerza de querer serlo, únicamente lo parecen, y nunca lo serán, y sobre ellos escribo de cuando en cuando en estas páginas… en realidad sobre ellos escribo desde siempre, porque detesto a los farsantes, a los impostores y a los listillos.
Por aquí he escrito sobre supuestos novelistas como Pérez-Reverte, Ken Follett o Juan Gómez-Jurado; sobre supuestos actores como Mario Casas u Orlando Bloom; sobre supuestos críticos de cine como el tal Bracero (que conoce el cine pero que crítica, lo que se dice crítica, no ha escrito una jamás, o yo no se la encuentro…, ni reseña ni comentario de ninguna clase), y sobre supuestos cineastas… y de todos los supuestos cineastas mi favorito es Alejandro Amenábar, al que hace unos cuantos años el periodismo cultural más hortera llamó «orsoncito», en obvia referencia a Orson Welles, como si se pudiesen comparar, sobre todo por su juventud a la hora de empezar a filmar, teniendo en cuenta que filmó ‘Tesis’ (1996) con apenas veintitrés o veinticuatro años mientras que Welles filmó ‘Ciudadano Kane’ (1941) con veinticinco o veintiséis. No existe una figura en el cine español, o quizá europeo, semejante a Amenábar, salvo quizá Juan Antonio Bayona, que puede competir con él en astucia y oportunismo, además de en marketing.
Amenábar está ahora de actualidad con motivo del estreno de su miniserie de seis capítulos ‘La fortuna’, un original de Movistar + basado en el cómic de Paco Roca y Guillermo Corral, que no he leído pero que he visto por encima y tiene un estilo semejante a una aventura de Tintín, aunque por lo visto cuenta una historia real acaecida hace unos años. La serie está protagonizada, entre otros, por el influencer y aspirante a actor Álvaro Mel, y dispone del aparato de producción que se podría esperar en este realizador. Viendo los dos primeros episodios, sin ponerse uno demasiado exigente, salta a la vista que este hombre, Amenábar, no está preparado para contar lo que quiere contar, no dispone de las armas suficientes para erigirse en un director ni siquiera de la media, y que el tal Álvaro Mel, del que yo desconocía por completo su existencia, ni es actor ni lo será jamás. Esto es una evidencia tan clamorosa para todo el que tenga una mínima formación cinematográfica o artística, incluso para todo aquel que tenga un poco de buen gusto y sentido común, que no sé como es posible que nadie lo haya escrito en ningún medio de comunicación importante.
Y no es cuestión de filias o fobias. Yo no detesto a Amenábar porque me caiga mal, detesto su cine porque para empezar él es un impostor que se piensa que es algo así como Spielberg (y ni siquiera muchas veces Spielberg es Spielberg…), y que puede tocar casi cualquier palo con fuerza narrativa. Una historia de terror gótico, o un drama social, o un filme histórico… Ahora, una historia de aventuras a lo Indiana Jones o lo Tintín. Pero la diferencia entre lo que él cree que es capaz de hacer, y lo que realmente consigue en pantalla, es tan abismal que duele verlo. El otro día hablaba yo de las que considero las tres armas más importantes de todo gran director. Él no tiene ni una, en ningún grado. ‘Tesis’, de lejos su mejor película, al menos tiene cierta inventiva visual en algunos tramos. Pero Amenábar es un director de actores atroz (ya en la ridícula ‘Mientras dure la guerra’ era capaz de destrozar el esforzado trabajo de Elejalde), y aquí vuelve a demostrarlo. La dirección de actores es una disciplina muy compleja, que requiere de un cineasta de fuste. Solamente para no hacer un esperpento hay que hacer las cosas bastante bien. Y Amenábar no da la talla. Y mucho menos cuando tiene entre manos a un supuesto actor que nunca debería haber estado allí.
Se ha quejado estos días Álvaro Mel de que ha de enfrentarse a muchos prejuicios por eso de haber sido inflluencer. Yo creo que el chaval sabe lo que se le viene encima (tampoco es que yo haya leído nada en contra suya) o que una parte de él es consciente de que el oficio le viene grande. No es que lo haga mal en ‘La Fortuna’, es que está directamente horrible. No existe el menor prejuicio en un hecho indiscutible: Álvaro Mel no es actor, ni lo será nunca, al igual que le sucede a gente como Mario Casas. Y cuanto más intente parecerlo, menos lo será, como el propio Casas. No dudo que sea un tipo agraciado, y supongo que sus muchos fans estarán encantados de verlo en un papel estelar, pero su trabajo es digno de un chaval recién llegado a una escuela de cine, que al final del curso comprende que eso no es lo suyo. No es que no posea la menor preparación, sino que no posee el menor instinto, y con Amenábar «dirigiéndole» el resultado es grotesco. Lo único bueno es que el resto de actores, alguno de bastante solvencia, están casi tan mal como él, por lo que no existe mucha diferencia.
Pero más allá de todo eso, salta a la vista que Amenábar elige el emplazamiento de la cámara porque sí, y monta de cualquier manera, sin el menor sentido o dirección (para eso te pagan, amigo, y deben pagarte bastante bien…), sin la menor gracia o estilo, como si en lugar de una supuesta aventura (aquí todo es supuesto) estuviéramos en un telefilme, y como si en lugar de un relato emocionante estuviéramos viendo una telenovela. Para él conceptos como el punto de vista, la correlación de fuerzas de una secuencia, los personajes, los diálogos, la tensión narrativa, la expresividad del cuadro y del corte son zarandajas. Él es un director-realizador-autor estrella. Cuenta (es un decir) historias más grandes que la vida, y los pringados que ven sus trabajos (como los pringados que leen a ciertos novelistas) en realidad tienen suerte de que les brinden la oportunidad de disfrutar de su trabajo. ¿Quién se atreve a ponerles un pero en un periódico o en la televisión? Bueno, esa es al menos una de las ventajas de tener una página propia en la que nadie puede decirme qué decir o qué callar.