Inmersos como estamos en las festividades del Día de la Hispanidad, vuelvo a pensar lo que tantas veces he pensado: que celebrar este evento con un desfile militar es una equivocación gigantesca. Ahora que tantas voces están dispuestas a volver a dar alas a la Leyenda Negra española, y que tantos países y organizaciones piden que España pida perdón por actos cometidos hace más de quinientos años (lo que me parece algo también del todo absurdo…), que se insista desde aquí en celebrar el 12 de octubre con el desfile que el ejército debería reservar para el 30 de mayo, verdadero día de las fuerzas armadas, es para hacérselo mirar. Esto es herencia del más rancio franquismo y del más esperpéntico ultraderechismo que existe en toda Europa. No es el Día de la Hispanidad, en el que se podrían establecer nuevos puentes culturales entre las naciones que hablan español en todo el mundo, con eventos culturales, literarios, sociales… es el Día de la Ultraderecha, con media España atenta a lo que hagan Felipe VI y los políticos de uno y otro signo, con una exaltación a la figura del rey y a la existencia de un ejército entre los más corruptos del mundo. Parece claro que las cosas podrían y deberían hacerse de otra manera.
Nos encontramos en el setecientos aniversario (como bien sabe mi buen amigo Javier Gallego) de la muerte del que para muchos especialistas es el poeta supremo, el florentino Dante Alighieri, autor de la monumental ‘La divina comedia’ y de otras obras excelsas como ‘Vita Nuova’ (que me estoy leyendo ahora), y no sé yo si una efeméride tan importante cala bien entre los lectores asiduos, ni siquiera entre los amantes de la literatura, pues me temo que a muchos ya Dante les parece demasiado lejano, y cabe preguntarse si dentro de doscientos o trecientos años, si es que llegamos, seguirá prestándole algo de atención, por lo menos desde el ámbito académico, a gente como Dante, Cervantes y compañía (compañía en la que no figura, lo siento amigos británicos, el sobrevaloradísimo William Shakespeare), y quienes de los grandes del siglo XX serán por entonces venerados. Del siglo XXI me temo que pocos o ninguno, porque por el momento no surgen grandes figuras capaces de rivalizar con las de la pasada centuria, no digamos con los grandes poetas o novelistas clásicos.
Parece ser que en El País siguen situando las crónicas de las corridas de toros en la zona de cultura, al lado de las artes. Y eso a pesar de que la popularidad de estos eventos no es, ni mucho menos, la de antaño. Uno de los argumentos más recurrentes de estos sádicos salidos de Atapuerca es que esto de los toros es cultura, y arte, y tradición, y supongo que por eso alguien, hace muchas décadas, decidió incluirlo en la sección de cultura de los grandes periódicos. Uno se pregunta, inevitablemente, qué clase de tarados acuden a un espectáculo en el que se tortura a un animal hasta la muerte, apuñalándole, haciéndole escupir sangre y finalmente clavándole una espada en el corazón. Algunos nos preguntamos hasta cuándo continuará esto, si a finales del siglo XXI, en los que yo dudo seguir vivo, seguirán torturándose animales por diversión, o seguirán criándose animales para las pieles de los ricachones, o cosas por el estilo. Y como me imagino la respuesta dan ganas de apagar la luz y mandar todo al cuerno.
El otro día la antigua superestrella de la radio Jose María García, nada sospechoso de izquierdismos, dijo algo así como que escuchas hablar a Isabel Díaz Ayuso durante quince minutos y ya te das cuenta de que la pobre no está a la altura ni para gestionar un patio de vecinos. Yo no sería tan generoso. Con quince segundos escuchándola en algún mitin, mientras lee el papelito que le han dado sus asesores, me es suficiente. Hay mucha gente, me parece, que está en puestos de trabajo, incluso de gran responsabilidad, que está clarísimo que no debería estar ahí. La mayoría. Y hay otra mucha gente que mereciera mejor suerte y no hay manera, no le dan absolutamente nada que merezca la pena. Así funciona este extraño mundo, en el que community managers de perros terminan de presidentas de la comunidad, periodistas de tercera categoría se sienten capaces de mirarle de tú a tú a Cervantes, y listillos de los que tienen mucha astucia o mucho morro terminan dirigiendo películas y ganando mucho dinero mientras verdaderos artistas se mueren de hambre. Y luego hablan del esfuerzo, de la fuerza de voluntad y de perseguir tus sueños. Palabras que se lleva el viento.
Ahora que la Covid nos da un respiro (aparente) y no es obligatorio llevar la mascarilla por la calle (aunque yo diría que es muy recomendable), y han abierto terrazas y discotecas, Madrid ha vuelto a la jodida normalidad: atascos insufribles, el metro hasta la bandera a cualquier hora del día, macro-botellones, el centro hasta la bandera de gente hasta las tantas. La gente está como loca por salir, beber y ser parte de la masa devoradora de ocio, y algunos que ya no estamos acostumbrados a este gentío, después de tantos meses de pandemia, lo lamentamos profundamente. Estamos superpoblados, supernecesitados, superdependientes de encontrarnos con grandes cantidades de personas para sentirnos mejor, compartir nuestras miserias (y nuestros virus), y contribuir al caos de las ciudades, y esto después de casi 100.000 muertes y numerosos enfermos que todavía no se han recuperado. No hemos aprendido absolutamente nada de este virus.
Último disparo de este revólver, que además tiene que ver con lo que acabo de escribir: la gente en Madrid ha elegido pasárselo bien por encima de la sanidad y la educación. Es decir al PP y a la ultraderechista Isabel Díaz Ayuso (que no milita en VOX porque le daría menos oportunidades de alcanzar puestos de poder), y a sus ideas de que la libertad consiste en emborracharte, no poder alquilar un piso decente, no tener médicos por la tarde, y que no haya profesores ni psicólogos para todos. Perfecto. Que esto lo vote gente de dinero es lo normal (aunque no defendible), pero que lo voten curritos que no llegan a fin de mes es directamente grotesco. Me acuerdo de ‘It’s a Wonderful Life’ de Capra, en la que Bedford Falls se ha convertido en Pottersville, y en lugar de ser una ciudad decente se ha convertido en un paraíso para los especuladores, los banqueros y la gente sin escrúpulos. Eso es Madrid: ha dejado de ser Bedford Falls y ya es Pottersville. Y esto sólo es el principio.
3 respuestas a “El cañón del revólver (XV)”
Desde luego que lo de los toros nunca lo entenderé nunca. Por mucha cultura y tradición que haya de por medio, es de sádico enfermo torturar hasta la muerte a un animal.
Respecto al covid19, después de año y medio no hemos aprendido nada. Y claro, cómo estamos vacunados, todo el mundo pasa de todo. Hasta que, por desgracia, vuelvan los contagios, aunque ya nada será como antes
Oye lo de Isabel Ayuso no lo entiendo. Te pone esa femme fatalle???
Un abrazo
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Ayuso no es una femme fatale, es una tragedia para la ciudad de Madrid.
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Los políticos no valen para nada. Se ha demostrado con el volcán en mi tierra 😭
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