La genialidad insuperable de ‘Don Quijote’

De todas las obras literarias míticas que han aparecido a lo largo de los siglos, hay una (con el permiso de ‘La Divina Comedia’ de Dante) que es la que probablemente más páginas, monográficos, estudios e investigaciones, tanto en España como en muchos otros países, ha suscitado. Pero esta ingente bibliografía en torno a su creación, su narrativa y su grandeza no se ha traducido, ni de lejos, en una mayor comprensión del público acerca del porqué de su grandeza, ni en una aprehensión absoluta por parte de la crítica de sus más rotundas e insuperables victorias poéticas. Ni Cervantes ni ‘El Quijote’ son fáciles de aprehender, ni siquiera por los más fervorosos cervantistas. Ese es el primer indicio al que hay que prestar atención cuando te acercas a un mito de esta categoría. Pero lo segundo en lo que habría que fijarse es que a pesar de que Cervantes lleva cuatro siglos jugando al ratón y al gato con todos nosotros, a pesar de esa falta de comprensión y aprehensión absoluta acerca de su genialidad, ‘El ingenioso hidalgo’ y el ‘Ingenioso caballero’ sigan estando hoy más vivas que nunca, y sigan leyéndose (al menos por críticos y académicos), sigan reimprimiéndose y sigan siendo, en su globalidad, uno de los libros más vendidos en todo el mundo.

Lo primero, quizá lo más importante que habría que empezar diciendo es que ‘Don Quijote’ no es una parodia de los libros de caballerías. Esto se ha dicho por tierra, mar y aire, durante muchas décadas, y se ha repetido por personas que o bien no se lo han leído o bien carecen de la menor formación literaria y artística para decir nada relevante en torno a ello, pero no tienen problema en afirmarlo. Por otra parte se tiende a comparar dos momentos históricos del todo incomparables: no tiene nada que ver el mundo editorial de las dos primeras décadas del siglo XXI con el Siglo de Oro español. Absolutamente nada, por desgracia. Si todos aquellos que llevan tanto tiempo diciendo que ‘El Quijote’ es una parodia de las novelas de caballerías se hubieran tomado la molestia de averiguarlo, sabrían que los modelos de Alonso Quijano, los personajes que a él le inspiran para convertirse en Don Quijote (Amadís de Gaula, el caballero del Febo, Belianís de Grecia, el Caballero de la Ardiente Espada, Reinaldos de Montalbán…) estaban de moda varias décadas antes (entre 1520 y 1550 como mucho) que cuando llegó el primer volumen (1605), pero es mucho más fácil repetir lugares comunes, aunque empequeñezcan las obras más sublimes, que intentar saber de lo que se está hablando.

La razón de ser de ‘El Quijote’

No es ‘El Quijote’ una parodia, sino una tragicomedia, por hablar en términos contemporáneos. Las novelas de caballerías no son el objeto de la parodia de Cervantes, sino las reglas del juego a partir de las cuales el autor va a desarrollar una muy compleja y original voz literaria. Son una excusa de la que se va a servir para contextualizar una feroz crítica a todos y cada uno de los estamentos sociales, morales y religiosos de su época. Esas reglas del juego, las de las novelas de caballería, su hipercodificación, le van a resultar de perlas a Cervantes para establecer una dualidad clave entre idealismo y racionalismo, una dialéctica entre los hechos y sus apariencias, y un discurso esencial para los siguientes cuatro siglos sobre la ficción y su alcance en la vida real, en otra palabras, entre la literatura y su reflejo en la realidad. Rebajar esta originalidad literaria a una mera «parodia» no solamente es hacerle un muy flaco favor a Cervantes y a su obra cumbre (aunque en absoluto su única obra genial…), sino que devalúa enormemente las trazas más excelsas del barroco español, pues solamente desde el barroco se puede entender una obra de estas características.

Lo que sí cabe dentro de esta tragicomedia es la sátira y la ironía. Pero si Cervantes ironiza con ella, o satiriza, las novelas de caballerías, hace lo mismo con cada cosa, género, idea o concepto que toca y que comenta, siquiera de pasada. Todo lo que Cervantes maneja en su literatura, queda trastocado por él. Y así quedaron inservibles las novelas pastoriles después de su ‘Galatea’ (1585), y quedan trastocada y heridas de muerte todas las novelas de caballerías, las de picaresca, las bizantinas, las italianas, las moriscas… ‘El Quijote’ es el libro de libros no solamente porque dentro de este libro existan muchos libros, muchas pequeñas novelas, cada una de un estilo diferente, sino porque su autor se vale de todos los géneros conocidos para dejarlos irreconocibles y para construir uno nuevo: la novela moderna, la novela polifónica, la novela intelectual-realista, que va a ser a partir de entonces la novela paradigma de la que van a surgir muchas otras y de la que todavía siguen surgiendo. Decía Viñó, que «más que novela, ‘El Quijote’ es una vasta creación intelectual». En efecto, pero es que desde el Quijote esa es la definición de la novela total, la novela obra de arte: una vasta creación intelectual y poética. Por su parte, el cervantino irredento Jesus G. Maestro comenta sobre todo la fuerza del narrador en ‘El Quijote’ y sus adelantos técnico-narrativos, pero esta obra maestra es mucho más que eso.

El narrador (los narradores) de ‘El Quijote’

Es fundamental referirse al narrador de esta novela como la pieza catedralicia, la columna esencial de su genialidad. A este respecto, es importante recordar que el narrador es, casi siempre, en la verdadera literatura, un personaje más. Pocos narradores-personajes, o ninguno, como el narrador de la novela de Cervantes, a los que los comentaristas más hueros suelen confundir con el propio Cervantes, del mismo modo que harían con cualquier otra novela. Pero el narrador del Quijote no es el propio Cervantes, y él ha procurado que esto quede bien claro salvo para los que no se interesan en absoluto por la obra. Lo ha dejado bien claro desde la primera línea: «En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…». El narrador es un personaje extraordinario, increíblemente astuto (en palabras del propio Maestro) y resbaladizo, que nunca va a mostrar su verdadero rostro aunque él mismo aparece como personaje de la novela cuando encuentra, en el capítulo nuevo, los cartapacios escritos (¡en árabe!), por ese tal Cide Hamete Benengeli al que podemos referirnos como un segundo narrador. Esos cartapacios en árabe serán traducidos para el primer narrador (que según sus propias palabras ejercerá a partir de entonces como glosador y editor de los textos restantes ya traducidos) por un morisco aljamiado al que él mismo pagará para que lo traduzca todo «sin salirse una coma de la verdad»… a pesar de lo cual en sucesivos capítulos se ve en la necesidad de corregir a ese mismo traductor porque según él las cosas no pasaron así ni así constan en los «anales de La Mancha» o en los «archivos de La Mancha» (cuartos, quintos, sextos narradores anónimos…), y aunque algunos capítulos (22 de la primera parte, 1, 8, 24, 27, 40, 44, 50, 52, 53, 60, 73 de la segunda parte) incluso nombra a Cide Hamete Benengeli queriendo elogiarle como primer glosador de esa historia, las más de las veces lo hace para dudar de él, para cuesitonarle, humillarle y dejarle muy mal parado.

¿Por qué este muy sofisticado artefacto de autores ficticios, este entramado laberíntico de narradores, traductores, glosadores de la historia de Don Quijote? Pues no solamente para protegerse él, Cervantes, de una novela que aunque se vendía (¡y se sigue vendiendo en todo el mundo!) como una novelita de aventuras, como una comedia intranscendente, se trata en realidad de una obra de muchas y muy sutiles y subversivas cargas de profundidad que atacan y destruyen con su lógica todos los conceptos sociales, políticos, monárquicos, religiosos y morales de la época. No era mala idea hacerlo así, además, a causa de la proverbial mala suerte de Cervantes (que estuvo cinco años prisionero en Argel, que fue encarcelado varias veces por azares de una vida convulsa), quien podía pagar muy caro los atrevimientos de su obra magna. Sus precauciones fueron innecesarias, porque cuatrocientos años después muchos siguen sin enterarse de por dónde vienen los tiros, pero este mecanismo de narradores sirvió además para establecer en primer lugar al narrador más poderoso de la novelística de todos los tiempos, ese que manipula al lector cuando y como quiere, que maltrata a sus personajes con una ironía y una mala uva inéditas en literatura, pues desde un principio describe al Quijote como loco rematado y a Sancho como tonto perdido, cuando los hechos nos demuestran que ni uno está tan loco ni el otro es ni mucho menos tonto. Y en segundo lugar para establecer un juego meta-literario en el que el narrador y el autor de la novela, que son dos entidades diferentes, jueguen al ratón y al gato con el lector, incluso con el más inteligente de los lectores, sin que sepan capaces de ganarle por la mano.

Los personajes del Quijote

Los personajes del Quijote, además de ser extraordinarios en sí mismos por la enorme complejidad interna que de ellos Cervantes y su narrador disponen en el tablero de juego, lo son porque son personajes que engendran otros personajes. El Quijote es el libro de libros porque además es un libro en el que la literatura, como mero ente de creación, es no un personaje más, sino el concepto que se maneja en toda la extensa novela como el juego a jugar por el espectador y los propios personajes.

Así, Cervantes engendra a su narrador (nivel 1), el narrador engendra a Alonso Quijano y su locura y a Sancho Panza y su simpleza (nivel 2), Alonso Quijano engendra a Don Quijote (nivel 3), Don Quijote engendra a Dulcinea del Toboso (nivel 4), y mucho más adelante los duques intentan reconfigurar esa jerarquía de mundos narrativos enfrentándose dialécticamente al Ingenioso Caballero y saliendo derrotados de ese nuevo juego en el que el protagonista, aún siendo el objeto de las burlas de los duques, no puede ser burlado ni superado en su propio juego. Pero la cosa se complica todavía más con la aparición del Quijote apócrifo de Avellaneda (la falsa segunda parte de la novela), y la necesidad de Don Quijote de separarse de ese fantasma de ficción que podría ser otro nivel más, en otra jerarquía. El ingenio deslumbrante de Cervantes no solamente crea personajes icónicos de una fuerza imperecedera, sino que les hace vivos, tan vivos o más, con una encarnadura tal, que pueden rivalizar con un personaje de carne y hueso. No es de literatura de lo que hablamos aquí, sino de un universo narrativo de una enorme complejidad, que como un un puzzle o un laberinto posee una complejidad de la que tantas otras supuestas obras maestras carecen, y todo porque en el fondo El Quijote es una novela sobre la literatura, y la más original de todas ellas.

LOS DIÁLOGOS DEL QUIJOTE

En el mundo actual, se consideran grandes diálogos, los más brillantes diálogos, a los que vemos sobre todo en la ficción anglosajona audiovisual: parlamentos veloces, ingeniosos, llenos de ritmo, de musicalidad y de ingenio. Son sin duda diálogos muy bien escritos los que vemos en las películas de Lubitsch, de Wilder, de Hawks… también los de Berlanga, los de tantas series brillantes (y yo creo que los mejores diálogos que he visto en una pantalla son los de House M.D.). Pero estoy en disposición de afirmar que los más grandiosos y geniales diálogos que se han escrito son los de ‘El Quijote’ y los de otras obras cervantinas como el ‘Persiles’ o las novelas ejemplares, sin olvidarnos de sus obras teatrales. Pero estamos hablando de ‘El Quijote’. En comparación con sus diálogos, los de las obras shakesperianas me parecen engolados, falsos, grandilocuentes y vacuos. No conozco ningún monólogo, de los tantos y tan venerados del escritor inglés, que pueda compararse con el de la pastora Marcela en profundidad de ideas, en belleza filosófica, en emoción pura. Pero para monólogos, los del mismo caballero o los de su acompañante Sancho, que los hay a decenas a lo largo de la obra, y que deberían ser estudiados en todas las escuelas de literatura del mundo.

Son los diálogos del Quijote la gloria final de esta obra maestra de todos los tiempos, pues si el narrador es poderoso, si la creación de personajes es sublime y su estructura de narradores y personajes es de una complejidad inédita en literatura, sus diálogos son de una belleza, musicalidad, amplitud de registros, profundidad psicológica de los distintos personajes que los declaman, verosimilitud y persuasión en cada una de las palabras, que quita el aliento. El Quijote, que es una novela extraordinariamente divertida y amena, alcanza en sus diálogos la belleza última de las palabras como sostén de los sistemas de pensamiento de sus personajes y del propio Cervantes. Y no ha sido superado desde entonces porque el don maravilloso de Cervantes, apoyado en la lengua española, se vale de ello para construir la novela definitiva, de la que beben las obras maestras de Mann, Dostoyevski, Faulkner, Rulfo, McCarthy y tantos otros, que aunque no son españoles se ven en la necesidad de rendir pleitesía al primero de todos, al más grande escritor de todos los tiempos, al llamado Príncipe de los Ingenios, que camina junto a Dante en la eternidad.

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