Lo que me gusta esa palabra… la uso mucho, sin venir a cuento.
Pandemónium. Suena mucho mejor que pandemonio, desde luego. Manías que tiene uno. Vamos al tema.
Yo creo que tenemos un lío servido, un pandemónium, de tres mil pares. Y cuanto más mayor me hago más lo creo, más lo siento, más lo lamento y más me alucina su enormidad. Me refiero a la situación editorial y literaria (no son lo mismo, amigo lector) que se vive en España y en el resto del mundo, una especie de delirio gigantesco que crece más y más a cada año y que amenaza con devorarse a sí mismo. Todo eso de los libros, de las editoriales, de las ventas, de los lectores, de lo que se supone que es (y desde luego no es) literatura, de todo este circo inmenso, este grimorio, este sinsentido épico.
Pero vayamos por partes.
En general la sensación que tengo es que se sobrevalora a los autores, los narradores, los literatos en definitiva. Se les sobrevalora y mucho. Y que se infravalora a los lectores. Digo en general. Se considera a los autores muy listos, muy especiales, únicos, como si lo que hacen sólo pudieran hacerlo ellos, o por lo menos no pudiera hacerlo cualquiera. Generalmente, casi siempre, es falso. Lo que hacen el 99,99% de autores en todo el mundo puede hacerlo cualquier persona con inteligencia y un poco de trabajo duro. Por otra parte se considera que los lectores tienen que estar agradecidos de aquello que se les entrega, o mejor dicho que se les vende, que son menos listos que los autores, menos especiales. También es falso. La mayoría de los lectores son mucho más inteligentes que esos engreídos escritores que les entregan novelas o cuentos.
A los narradores les sobrevaloran los lectores y las editoriales. A los lectores les infravaloran los escritores. Digo en general, no siempre, pero en general así es.
Luego están los críticos. Los críticos, casi siempre, se creen más listos que los autores que critican. No se sabe bien por qué, pero suele ser así. Cuanto más arrogante y presuntuoso es un crítico, pareciera que es más crítico, más profesional y más en su sitio, en su salsa. Tampoco es así: casi siempre los grandes autores (no los otros, los que no son en absoluto especiales ni inteligentes) son mucho más listos e inteligentes (tampoco es lo mismo, amigo lector) que los críticos. Llevan siglos los críticos, de todo el mundo, creyéndose más listos que Cervantes, y se ha probado mil veces que Cervantes es mucho más inteligente que cualquier crítico de cualquier época y de cualquier lugar del mundo. Y los críticos no deberían ser tan arrogantes ni tan presuntuosos, porque están ahí para algo.
Y dirá el lector: ¿para qué?
Pues para muchas cosas. Existen muchos tipos de críticos y muchos tipos de crítica… bueno, muchos… algunos, varios. Y eso está bien. Existe una crítica más filosófica, otra más técnica, más literaria, más orientada a la investigación, o a la divulgación o al debate teórico. Todo eso está bien, pero quizá el crítico literario o cinematográfico, o de cualquier soporte narrativo, debiera tener todo eso. Y lo que sucede con los críticos es que, por lo general (insisto: por lo general), y por muy brillantes que sean, tienen filias y fobias poco o mal curadas, y al final son muy reduccionistas. Un gran crítico, el mejor crítico, no debería tener ninguna pretensión o preferencia artística, del mismo modo que un artista no debería tener ninguna preferencia ideológica.
Narradores, lectores, críticos. Y editoriales. Las cuatro patas de una mesa que no se sostiene.
Cada año se publican en España unos ochenta mil libros. Ochenta mil, un cuarto de ficción. De esos, se venden cada año más de cuatrocientos millones, lo que supone una facturación de unos dos mil quinientos millones de euros de media cada año. Dicen que este año 2021 va a batir todos los récords. 2.500.000.000€ de ventas directas son muchos ceros, y todos quieren su parte del pastel. ¿A alguno de todos esos, narradores, lectores, editoriales, les interesa la literatura? Ni siquiera al crítico parece ya interesarle, convencido de que la documentación histórica es un valor literario. Hablan de libros y de ventas, no de arte narrativo, ni siquiera de valores narrativos.
Y mientras tanto…
Mientras tanto, muchos, como yo mismo, tratando de escribir y de publicar. Escribir, se escribe (personalmente, llevo seis novelas completadas y algunas más en el tintero, además de relatos y novelas cortas), pero publicar no te publican a menos que seas conocido o tengas muchos amigos en el momento y el lugar adecuados. Pero bueno, algunos lo logran. Bien por ellos. Se convierten, eso sí, en el libro número ochenta mil uno. Y si tienen la fortuna de saber escribir literatura es probable que sus poco probables ventas sean mucho menos numerosas, porque la literatura no vende. Venden los libros, y cuanto más bobos, menos narrativos y más escasamente literarios, mucho mejor. Pero bueno, siempre existe la fantasía de ser reconocido, de firmar muchos libros en la feria del libro, de que te entrevisten en la tele con muchas bromas y muchas sonrisas… Puro narcisismo. Un verdadero escritor está libre de todo eso.
Este es el pandemónium, el circo en el que estamos todos metidos y al que ninguna persona con inteligencia, dignidad y respeto por sí mismo puede interesarle en absoluto.