La magnificencia de ‘True Detective’: 2 – Las imágenes

Insistamos en lo que veníamos afirmando en la primera parte de este análisis, que son los pilares en los que podemos asentar la magnificencia de ‘True Detective’:

El guion escrito por Nic Pizzolato, a la sazón creador de la miniserie
La puesta en escena de Cary Joiji Fukunaga
El personaje interpretado por Matthew McConaughey, Rust Cohle, que es uno de los más fascinantes y memorables de la historia de la televisión

Ya se han comentado y se han puesto ejemplos sobre y de los diálogos y las diatribas de ese irrepetible Rust Cohle de McConaughey, y ahora toca hacerlo acerca de las imágenes compuestas por el director de esta primera parte de la miniserie (la única que es realmente brillante, pues las otra dos son muy inferiores). Cary Joji Fukunaga, que dirige los ocho episodios que componen este lote y que cierran la historia desde el principio hasta el final. Él es uno de los artífices indiscutibles de la grandeza de esta serie porque Nic Pizzolatto en el guion y Matthew McConaughey como Rust Cohle ya hicieron su parte.

En su corteza exterior, ‘True Detective’ es una investigación, la de un espeluznante asesinato. Una joven aparece muerta, con las muñecas atadas, con un símbolo arcaico pintado en la espalda, con una corona hecha de asta de ciervo. Violada, torturada, expuesta en mitad del campo, cerca de los cañaverales de Luisiana. Estamos por tanto en un thriller canónico, en el que a dos investigadores se les asigna la tarea de encontrar a lo que parece un asesino en serie, y por ello su tono podría recordar o aludir al de ‘Seven’ (Fincher, 1995) o ‘The Silence of the Lambs’ (1991). Pero ni Cary Joji Fukunaga ni su director de fotografía Adam Arkapaw tienen la intención de hacer de las imágenes de ‘True Detective’ algo similar a lo que se hizo en esos títulos o en otros similares, sino que se zambullen en la imaginería del sur de Estados Unidos, con sus claroscuros y su luz particular, embebiéndose de ese espíritu decadente, casi un crisol de culturas, en el que comparten espacio los pescadores con los trabajadores industriales, en esa zona trufada de lagos y de vegetación.

Es por tanto un thriller «a cielo abierto», más que un thriller urbano, y esto Cary Joji Fukunaka lo explota al máximo, en colaboración con Arkapaw, empleando la exuberancia de los cañaverales y los bosques, de una naturaleza salvaje que es el escenario perfecto (y casi inédito) de crímenes espeluznantes, y que a su vez potencia el lado telúrico, místico, de Rust Cohle. A tal efecto, CJ Fukunaga compone, además de con una clase y un estilo apabullantes, con la determinación de elaborar un mosaico de luces y sombras en el que a las enormes extensiones del territorio, con una luz diurna intensa, se oponen las sombras de los aparcamientos de camioneros, los tugurios de mala muerte, los aquelarres de motoristas hasta arriba de drogas. ‘True Detective’ logra, entre otras cosas, que Luisiana se convierta en un microcosmos, casi un universo en sí mismo, en ausencia de la capital Baton Rouge y de la famosa Nueva Orleans. El Luisiana de ‘True Detective’ es un universo alucinado, en consonancia con las palabras de Rust Cohle, a la sazón un extraño, un forastero en esa geografía, que observa, comenta y hasta huele el ambiente y la atmósfera de esa zona tan particular de los Estados Unidos.

Fukunaga consigue imprimir un sentido de la atmósfera excepcional en su realización, que podría rivalizar con un Ridley Scott en ‘Alien’ o ‘Black Rain’, pero con elementos mucho más difíciles de manejar, porque son exteriores muy abiertos y a menudo poco atractivos desde el punto de vista de un thriller. Lo logra gracias a una colorimetría y una composición de planos tremendamente sugestivos. Con su socio Arkapaw filtrando la luz de días soleados, y con un etalonaje en el que prima sobre todo lo ocre y lo gris, colores apagados salvo en algunos momentos estelares, como el ataque al refugio de los secuestradores de niños, en el que se percibe el calor pegajoso del sur de Estados Unidos y la intensidad verde de su vegetación, o el largo plano secuencia (uno de los más complejos y elaborados de la década) en el que Rust se infiltra en una casa en compañía de una banda de delincuentes, en el que las sombras se apoderan de la imagen, y los claroscuros presiden toda la secuencia.

La serie goza de una planificación muy sabia en los ocho episodios, en los que apenas tienen lugar primeros planos (a diferencia de sus dos partes ulteriores…), y en la que rara vez se utilizan grandes distancias focales. En otras palabras: prima el gran angular y todo lo que está en pantalla se ve nítido, en lugar de emplear lentes que distorsionen los fondos. Esto obliga al espectador a estar pendiente de gran cantidad de detalles en escena, propiciados por una dirección artística casi barroca en algunos puntos. Los encuadres, sobre todo los de presentación, suelen oscilar entre los planos generales, y los grandes planos generales (ver imagen de más arriba), como si con ello el director quisiera recalcar la idea del vasto territorio en el que se hallan sus investigadores y en la dificultad de encontrar allí a su asesino, además de en insistir en la pequeñez del ser humano. Así, serán frecuentes planos aéreos de grandes autopistas, o de grandes extensiones de bosques o de cultivos. El ojo de la cámara pasa de lo general, lo grandioso, a lo íntimo, en un montaje perfecto en el que no existen planos sobrantes o especulativos, y en el que abundan los planos y secuencias «de pensamiento», como diría Enrique Urbizu, en los que advertimos que estamos mirando no con el ojo de la cámara, sino con el ojo de la mente de los personajes.

Las imágenes de ‘True Detective’ cumplen por tanto un triple propósito: contar una historia detectivesca, contar una historia íntima, y construir un microcosmos en ese Luisiana exuberante, decadente y casi onírico. Y lo consiguen, por lo que estamos hablando del que quizá sea uno de los más superlativos trabajos de cinematografía (entendida esta como la elaboración de lo puramente cinemático) de la historia de la televisión y de los más fascinantes en varias décadas de cine, que destruye la concepción canónica del thriller o del noir, y que se adentra en territorios pantanosos (nunca mejor dicho), tal como hiciera David Lynch en la seminal ‘Twin Peaks’ (y en otros títulos suyos), en los que posee mucha mayor capacidad de sugerencia un bosque o un pantano que una ciudad densa con sus luces urbanas. Joji Fukunaga lleva eso mucho más allá y convierte el sur de Estados Unidos en una geografía inquietante, sórdida, de pesadilla, sin perder su belleza natural y su aspecto ordinario. Y es que eso hace el cine y la narración poética en general: convertir nuestro mundo en otro, en uno muy parecido, en el que poder ver reflejados nuestros fantasmas.

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