De igual manera que se lleva repitiendo, durante siglos, que el mayor genio de la literatura universal es William Shakespeare, un individuo que es poco probable que escribiera las treinta y pico piezas teatrales que se le suponen (y que en el caso de haberlas escrito, no puede ni compararse con Cervantes, Dante o Tolstoi, por poner tres ejemplos máximos de lo hispano, lo italiano y lo ruso), se nos lleva insistiendo de manera pertinaz durante décadas que el mayor genio de la historia del cine estadounidense es John Ford, y que en caso de no serlo ese lugar pueden ocuparlo otros como Howard Hawks, Alfred Hitchcock o Billy Wilder. Pero las cosas son mucho más evidentes de lo que se quiere que sean, y de igual manera que la literatura británica, alemana o francesa no tienen un Quijote, sucede que ni John Ford, ni Alfred Hitchcock, ni desde luego Wilder, Hawks, Lubitsch, Lang o cualquier nombre que el lector avezado en estos temas (es decir, que tenga verdadero interés por el audiovisual y conozca el cine estadounidense a fondo) quiera esgrimir, con una sola excepción, tiene un ‘The Godfather’ (1972), y ya eso debería ser (aunque en modo alguno va a serlo en esta disertación) argumento suficiente.
La única excepción, por supuesto, es Orson Welles, cuya truncada carrera se erige de alguna manera en un prólogo de la de Coppola, y que en los años cuarenta (con ‘Citizen Kane’ y ‘The Magnificent Ambersons’), y en los cincuenta (con ‘Touch of Evil’), ya supera a todos sus contemporáneos en el seno del cine estadounidense, sin contar sus extraordinarias aventuras europeas posteriores. Coppola toma el testigo de semejante ambición, la de hacer del cine estadounidense algo más que una narrativa embebida de sí misma e incapaz de avanzar en sus formas y exigencias artísticas, y aprovecha la oportunidad de adaptar la novela de Puzo para borrar del mapa a todos sus rivales y erigirse en lo que Welles no pudo terminar: el gran cronista y crítico de la sociedad estadounidense, el más complejo y poderoso realizador, a la vez que el más influyente, cuyo cine de los años setenta significa, por sí mismo, el paso del cine de su país de un academicismo agotado a una rotunda adultez en la que yo cabe la ingenuidad ni el idealismo ni por parte del director ni por parte del espectador. Coppola y su genio obligan al audiovisual a dar un salto desde el falso clasicismo de los años cuarenta y cincuenta, y las dudas y búsquedas de los sesenta, al apogeo de los años setenta, y con ‘The Godfather’ reformula las conquistas de ‘Citizen Kane’ y las lleva más allá, logrando la aclamación universal (de taquilla, de influencia y de crítica), con la que Welles soñó toda su carrera.
¿Y cómo logra tal hazaña y tal conquista? Coppola posee, como artista, una serie de singularidades que le vuelven absolutamente único, y que le elevan mucho más alto que el grueso de sus contemporáneos, con la salvedad de Scorsese (quien pese a todo, como luego veremos, tampoco es rival para él). Coppola es el único director de la historia que ha sido capaz de aunar con éxito, en sus cuatro obras maestras de los años setenta, los avances técnicos y narrativos tanto europeos como americanos. Como narrador, además, posee un inefable equilibrio entre lo mejor del clasicismo y la modernidad que él siempre ha buscado por encima de todo. Al ser, además, de ascendencia italiana (al igual que Scorsese), es decir al provenir de un mundo católico (que no tiene nada que ver con las creencias religiosas de cada cual, esto debe quedar claro), este cineasta posee una mentalidad muy diferente a la protestante, con lo que ello implica de posicionamiento intelectual en todo lo que tiene que ver con la forma de entender el arte, el negocio del arte, la figura del artista… con las posibilidades que esto ofrece de efectuar una mirada crítica al mundo mayoritariamente protestante que le rodea en Estados Unidos. Los ancestros poéticos de Coppola, para entendernos, no son los del Eje Atlántico (Shakespeare, Montaigne, Hegel, Kant, Nietzsche…), sino los del Eje Mediterráneo, mucho más rico (Sófocles, Séneca, Plutarco, Dante, Cervantes…), y valiéndose de ese acervo puede, por su inmensa cultura, golpear mucho más duro con su sistema de ideas, y ofrecer una crítica y una visión mucho más elevadas, sombrías y terribles que las que consiguió Welles, y eso es exactamente lo que hace en la trilogía ‘The Godfather’.
Algunos ponen por encima de él a Martin Scorsese, con quien comparte acervo. Pero Scorsese tampoco tiene un ‘The Godfather’. El único filme de Scorsese que es una obra maestra excepcional, un 10 absoluto, es ‘Goodfellas’. Y en efecto ‘Goodfellas’ puede estar al mismo nivel (estratosférico, casi inalcanzable) del primer ‘Godfather’, pero no desde luego al del segundo ni el tercero. Y la cosa no queda ahí, porque además de eso, Coppola tiene un ‘The Conversation’ y sobre todo tiene un ‘Apocalypse Now’. He dicho antes que ninguno de esos directores de los años treinta, cuarenta y cincuenta tienen un ‘The Godfather’. Pero es que sobre todo ninguno tiene un ‘Apocalypse Now’. Claro que además de ‘Goodfellas’, Scorsese tiene nada menos que ‘Taxi Driver’, ‘Raging Bull’, ‘Casino’ y ‘Silence’, que son todas magistrales, pero todas ellas están al mismo nivel que ‘The Conversation’. Ninguna de ellas alcanza las alturas imposibles de ‘The Godfather, Part II’, ‘Apocalypse Now’ o ‘The Godfather, Part III’. Y, en efecto, Scorsese tiene muchas más obras notables que Coppola porque ha gozado de una carrera mucho más fluida y regular, pero las obras notables, cercanas a lo magistral, de Coppola, son también de una altura y una influencia avasalladoras (‘One From the Heart’, ‘Rumble Fish’, ‘The Outsiders’, ‘Cotton Club’, ‘Tucker’, ‘Bram Stoker’s Dracula’).
Y falta por nombrar una singularidad artística de Coppola: es un director que no posee un solo estilo, sino varios, casi inabarcables, mientras que directores gigantescos como Welles, Lynch, Malick o el propio Scorsese (por nombrar a los cinco más grandes que ha dado ese cine), poseen un estilo muy marcado… pero tan solo uno. El director de ‘The Godfather’, no es el mismo que el de ‘Apocalypse’, o el de ‘Rumble Fish’ o el de ‘Bram Stoker’s Dracula’. Coppola ha conseguido algo increíble: ser varios directores en uno, ofrecer una variedad de registros narrativos y estilísticos inédito en la historia del cine. Compartiendo además su extraordinaria dirección de actores con Scorsese, la búsqueda y experimentación en sonoridades y texturas musicales con Lynch, la mirada y el lirismo exacerbados con Malick y la grandiosidad en los caracteres y en los temas con Welles, a algunos no nos cabe la menor duda de que Coppola es el cineasta más importante y genial de la historia del cine estadounidense. Podría decirse que es una evidencia clamorosa, precisamente por tener de compañeros de viaje a semejantes gigantes. Pero el monstruo de la naturaleza es Francis Ford Coppola.