El fraude del «entretenimiento»

Eso es lo que casi todo el mundo espera de las novelas y de las películas, que les entretengan. En realidad no lo esperan, lo exigen. Si una película o una novela no es entretenida, es que es un «peñazo», o una «basura pretenciosa», o una «chorrada». ¿Y qué significa que sea entretenida? Pues que en lugar de ser vertical (densa, profunda, exigente, audaz, inteligente), sea horizontal (astuta, epatante, superficial pero hábil, convencional pero deslumbrante en sus aspectos más superficiales). Y lo exigen porque a fin de cuentas ellos pagan la entrada o el coste del libro, ¿no? Es decir, el artista, la industria, no pretenderá que el espectador/receptor desembolse una cantidad determinada de dinero solamente para aburrirse, o para ver eso que llaman «mundo interior» del artista o narrador, que estará más que dispuesto a ofrecerle una «tomadura de pelo». ¿Quién se ha creído el escritor o el director de la película que es? ¿Alguna clase de «artista privilegiado»?. El cine y la literatura y la televisión están ahí para entretenernos. Y si no piensas así es que te gustan las «bizarradas aburridas» y los «tostones» porque eres un «rarito».

Esto que estoy describiendo yo aquí es la norma, y no la excepción, como todos sabemos. La reducción de lo narrativo a entretenimiento de masas, a simple artefacto con el que la mayoría de los espectadores/receptores puedan distraerse los fines de semana o en su tiempo libre es ya lo habitual. Las editoriales y las grandes productoras no van a invertir su dinero en otra cosa que no sea un entretenimiento pasajero pero efectivo para aquellos que estén dispuestos a pagar por él. Así las cosas, la mayoría de las películas y novelas mainstream son como videojuegos: capturar la atención y el interés del receptor, ese es el objetivo. Pero esa legión de espectadores/lectores/receptores que piensa así lo que está haciendo es, en primer lugar, degradar a los narradores que les entregan esos materiales literarios o cinematográficos, y en segundo lugar degradarse a sí mismos. La industria del espectáculo y la industria del libro quizá existan para su disfrute personal y divertimento, porque es lo que vende y las industrias necesitan mucho dinero para mantenerse a flote todos los años, pero el cine y la literatura no son la industria, y tienen como obligación algo más, mucho más en realidad, que divertir al respetable.

Como consecuencia de esto, está muy extendida la idea de que quien esté interesado por el cine y la literatura (interesado de verdad, esto es, hasta el punto de empujarle a hablar sobre ello a todas horas, a investigar, a estudiar, a escribir sobre ello reflexiones, artículos y ensayos…) es una persona superficial, una especie de friki, un diletante sin nada mejor que hacer, entregado a su obsesión y ausente de los problemas verdaderos del día a día, de la sociedad, de la política, del mundo real. Claro: si hemos llegado a creer que el cine y la literatura son nada más que un divertimento para las masas, quienes estudien eso y estén con eso metidos todo el día son unos desconectados, unos inadaptados sociales, unos tipos sospechosos de onanismo cultural de baja estofa.

Pero la realidad es muy diferente. Ni el cine ni la literatura son mero escapismo, ni los que estamos todo el día hablando y escribiendo sobre eso somos unos diletantes y unos superficiales sin nada mejor que hacer. Porque en realidad, conocer a fondo la narrativa, conocerla de verdad, y todo lo que ella tiene de arte contemporáneo, implica zambullirse sin remedio, o intentarlo al menos, en las cuestiones más resbaladizas, oscuras y terribles del presente, en los hechos más turbulentos y dolorosos del pasado, y en las especulaciones más inquietantes e incómodas del futuro. Conocer a fondo el cine y la literatura obligan al investigador a hacerse una visión muy certera y poco complaciente del mundo, a manejar las más dispares disciplinas (historia, filosofía, antropología, metafísica, biología, psicología, lingüística, política, lírica, música, óptica, ciencias sociales, retórica, dialéctica…) y a comprender que mucho más que la política o la sociología de una época y de un territorio, lo que explica y resume y recoge el devenir de un estado es su literatura, y todas las ramificaciones culturales y científicas que de ella se derivan, y lo que demuestra, cristaliza y ejemplifica la visión de un pueblo es su cine.

Porque la ficción de la que se nutren el cine y la literatura para existir no es ajena a la realidad. La ficción fluye de la placenta de lo real, de lo popular y de lo material, de la racionalidad más desnuda y poderosa. Por supuesto que el cine y la literatura pueden ser muy fascinantes y espectaculares, pero ante todo deben poseer una visión del mundo y de los problemas y de la lucha del ser humano, debe indagar en su camino para desentrañar el enigma de la existencia, el misterio de la muerte, los aspectos más ocultos y siniestros, aunque también puede que los más luminosos, de la mente humana. Y el que hace todo eso, el artista y narrador, no se levanta por la mañana con el ánimo de entretener o divertir a la gente. Que la gente se divierta y se entretenga no es asunto suyo, como no lo es que esté de buen humor. El arte es la herramienta definitiva no solamente de conocimiento vertical, sino de investigación de la naturaleza humana. Es el espejo que ha creado el ser humano con su subconsciente para comprender de la manera más racional posible el absurdo de su presencia en este mundo.

Los que quieran solamente entretenerse tienen muchos videojuegos, muy divertidos y muy dignos (algunos de ellos realmente extraordinarios), tienen también juegos de mesa, tienen reality shows, el telediario de sobremesa y la serie de moda. Que no se quejen tanto. Y sobre todo que no exijan, porque ni ellos son nadie para exigir nada, ni el artista es un mono de feria que baile al son de unas monedas.

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