Las impunes atrocidades del mundo contemporáneo (I)

«Vivimos en la niebla, todos nosotros»

Oliver Stone, ‘La historia no contada de Estados Unidos’

Es terrible observar cómo en pleno siglo XXI, que amenaza ya con ser el último de todos, mucha gente sigue viviendo en la ilusión de que en el mundo hay libertades, y democracias, y derechos humanos… cómo siguen pensando que el mundo es un lugar hermoso para vivir, quizá con algunos problemas o asuntos que deben resolverse, pero en el que triunfa el bien, la justicia y la honestidad, o que por lo menos deberían triunfar, o que acabarán triunfando. Tal como dice Robe en su canción ‘Nana cruel’, yo que conozco al ser humano te digo que no. Es necesario seguir insistiendo en que el mundo entero, el planeta Tierra, no es más que un inmenso tablero de ajedrez, en el que los poderosos y los hijos de puta mueven ficha, creando terremotos cada vez que hacen algún movimiento, sin importarles las vidas humanas y animales que puedan caer en ese proceso, sin prestar atención al sufrimiento y al deterioro del medio ambiente del que ellos mismos dependen.

Y el jugador más poderoso, más barriobajero, más mentiroso, más cínico y más despiadado es Estados Unidos, el estado (no la nación ni el país, que todavía no es ni una cosa ni otra, y dudamos que llegue a serlo alguna vez), más asesino de la historia, seguido muy de cerca por el imperio que lo engendró y que es su padrastro, el imperio británico, que ya no es imperio porque ha cambiado de forma, pero sigue siendo muy influyente geopolíticamente hablando, y da alas de destrucción aún mayores a los Estados Unidos. ¿Sabía el lector que la reina de Inglaterra es soberana de Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Bahamas, Granada, Papúa Nueva Guinea, Islas Salomón, Tuvalu, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, Belice, Antigua y Barbuda y San Cristobal y Nieves, además de Reino Unido e Irlanda del Norte, y que el imperio británico aún deja sentir su catastrófica influencia en India, en muchos estados africanos, en Burma, en el mar Caribe, y en muchos otros lugares del globo, que aún habiéndose librado de esa lacra, siguen sufriendo los efectos de su presencia aunque haya sido corta, traducidos en pobreza, discriminación, atraso cultural y un largo etcétera.

Pero, oh milagro, existen el cine y la literatura. Sobre todo el cine, que ha convencido a las mentes más perezosas de que Estados Unidos es el salvador del mundo y de que lo anglosajón es lo más molón (pido perdón por el fácil pareado…). El siglo XX ha sido el siglo de la propaganda más mentirosa y salvaje de la historia, primero la de los nazis, y luego la de los anglosajones, que son maestros a la hora de quedar como héroes aunque sean verdugos, como honestos aunque sean mentirosos. Cuando en ‘The Simpsons’ persiguen a Rainier Wolfcastle unos «comunistas-nazis» notamos la ironía suprema de los guionistas, que saben que ambos conceptos ya están irresolublemente entrelazados en la psique popular, como si fuera una misma cosa. Cualquier cosa que haga un país que no sea anglosajón o que vaya contra sus intereses o contra la OTAN (verdadero organismo criminal cuyas cuentas jamás podrán ser saldadas) es considerado por el ciudadano de a pie una provocación o una maldad, pero cualquier invasión, ataque preventivo, maniobra militar, provocación diplomática de las cientos o miles que Estados Unidos, Reino Unido o la OTAN han llevado a cabo durante décadas, son actos responsables que nos protegen a todos.

El cine, y la literatura, son sin embargo armas de doble filo para las élites depredadoras de cualquier signo y país, y resulta alentador que los cineastas más importantes, creadores de películas o series, sean capaces de indagar en el cinismo, en los delitos internacionales, en la mascarada de honestidad y moral que revista su propio país. El gran cine estadounidense es un cine muy crítico con sus propios demonios en muchas ocasiones, en casi todas. Y el cine brillante, hábil, de apariencia bonita que siguen haciendo allí intenta contrarrestarlo, con películas como ‘Forrest Gump’, ‘The Hurt Locker’ o la reciente ‘Being the Ricardo’s’, por nombrar tres películas muy dispares que siguen haciendo una campaña subterránea sobre la supremacia moral, militar o política de los Estados Unidos. ‘Being the Ricardo’s’ sorprende sobre todo por estar protagonizada (magníficamente, todo sea dicho), por Javier Bardem, un hombre que tantas veces se ha autoproclamado activista de izquierdas…

El cine y la literatura (y a veces incluso la música) son armas de destrucción masiva parecidas a las bombas y los misiles. Destruyen la capacidad crítica y el raciocinio del personal. También pueden abrirles la mente, hacerles comprender conceptos complejos, ganar en visión y en claridad. A menudo el cine nos cuenta las atrocidades de este mundo, sobre todo las que quedan impunes, total o parcialmente, a través principalmente de documentales, que también son cine. La capacidad crítica de la literatura parece haberse evaporado. Ya dio preocupantes muestras de debilitamiento en el siglo XX, y ahora en el siglo XXI no existen escritores capaces de dar una visión crítica del mundo en el que viven. Pero el arte, sobre todo el narrativo, es más valioso y más auténtico cuanto más crítico es, cuanto más propone alternativas conceptuales al infierno en el que vivimos, y cuyas ascuas sólo nos rozan de cuando en cuando a los que llevamos una existencia más o menos cómoda en el llamado «mundo occidental». El cine y la literatura nunca pueden ser burgueses, acomodaticios. Han de ser activistas, terroristas, han de cuestionarlo todo, porque ese es el mayor de sus poderes. Cuando el arte narrativo está al servicio de los poderosos, ni es arte ni es narrativo, sino una gran mentira a la que hay que combatir con la misma energía con la que combatimos las que nos cuentan en los medios de comunicación.

Este mundo oscuro sigue siendo el mismo que en siglo XV o en el siglo X, o incluso peor. El ser humano sigue perfeccionándose en su cinismo y en su capacidad destructiva. No dejará títere con cabeza en una suicida carrera hacia ninguna parte, ni siquiera dejará animales vivos y libres. Y es importante escribir sobre todo eso a través de las lecciones o mentiras que nos deja el cine y la literatura.

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