He tenido mis más y mis menos con el concepto de «originalidad» a lo largo de mi vida académica y de mi vida creativa, es decir a lo largo de muchos años, pero quizá ahora me he dado cuenta de que he estado en desacuerdo con cierto concepto de originalidad, que es el que mayoritariamente se usa (y se usa mal), y no con la originalidad en sí misma. Y he llegado a ciertas ideas ahora que he escrito seis novelas largas, cuatro cortas y dos decenas de relatos, lo que no creo que me de más autoridad que a otros, pero por lo menos me hace sentirme un poco más seguro de mi criterio.
Casi siempre los críticos más severos aluden a la originalidad como juez supremo. Y me temo que tienen razón. No es la originalidad del simplemente hacer cosas nuevas, experimentar con las formas narrativas o plásticas de determinado soporte narrativo o plástico. No es la originalidad del pretender hacer algo que nadie haya hecho antes como fin en sí mismo. Es la originalidad del racionalismo que mueve toda obra de arte, de la mente que está detrás de la película, la novela, la serie de televisión, el relato o la poesía narrativa que tienes delante de ti. La originalidad pura, como concepto filosófico en arte es imposible… o prácticamente imposible, pues alguna vez aparecen creaciones ex nihilo que nos dejan pasmados porque no sabemos de dónde han llegado. La originalidad en el arte y en lo narrativo es otra, como todo en el arte y lo narrativo. Sus conceptos «filosóficos» no son los de la vida real. La originalidad en el arte lo es todo.
Un artista crea siempre desde modelos previos (ya sean géneros narrativos, obras concretas o autores concretos), desde precursores que el crítico-intérprete más preparado ha de señalar, conocer y descodificar (algo mucho más difícil de lo que parece… y algunos hacen el ridículo más espantoso, señalando por ejemplo a Peckinpah como precursor cada vez que hay una secuencia a cámara lenta…). El artista codifica, el intérprete descodifica. Y al descodificar se percibe la genealogía de esa obra concreta, de esa ficción… se percibe de qué modelos parte, cuáles son sus precursores… y si es capaz de trascenderlos, de proponer algo nuevo, un modelo de racionalismo artístico que sea inédito, un sistema narrativo concreto, renovador. De eso va la originalidad, y es algo que no poseen ni el 0,1% de los escritores actuales, más preocupados en seguir una serie de fórmulas, en asegurarse unos lectores y la complicidad de la crítica, que en crear literatura o alguna forma de arte, aunque sea un arte menor.
Y en eso estoy yo, intentando ser original, intentando encontrar mis modelos previos, mis precursores, y hasta ahora incapaz de sentirme satisfecho con lo que escribo. Sólo una de mis novelas, la cuarta, me parece de verdad original, pero ni siquiera con ella he llegado a donde quería, no he conseguido el sistema narrativo ni la originalidad deseada. Me he acercado, pero nada más. Mi primera novela, disponible en Amazon, posee muchas cosas que me gustan, creo que allí de manera instintiva encontré un sistema narrativo bastante interesante, pero no sé si conseguí cuajarlo del todo, como un cocinero que mete demasiados ingredientes en su primera obra y para él es un misterio el resultado final. Creo que ‘La descendencia’ es una novela de aventuras, de supervivencia y apocalíptica, que a mí me habría gustado leer sin haberla escrito, pero nunca estoy seguro del todo de que sea una gran novela. Ojalá lo sea, y eso depende de sus receptores y del paso del tiempo. Por lo menos a nadie le ha dejado indiferente ni le ha parecido terrible.
Estoy bastante satisfecho de dos novelas cortas, o relatos largos, que están disponibles en esta página: ‘El espíritu de las tormentas’ y ‘Cacería’. Ahí me acerqué mucho más a lo que estaba pretendiendo llegar. Quizá eso tenga que hacer, escribir novelas cortas. No lo sé. Es muy difícil saberlo, es muy difícil avanzar en total soledad. Pero es la única manera de hacerlo.
Debo seguir trabajando, y muy duro, y muchos años, hasta conseguir un estilo propio, una originalidad no sólo temática, también técnica y estilística, hasta encontrar mis propios sistemas narrativos, que tengan sus inevitables modelos y precursores, pero que propongan algo realmente original. Eso es lo más difícil, no que te publiquen, ni siquiera que vendas muchos libros, lo cual tiene más que ver con el azar y con tu capacidad de hacer amigos en los lugares apropiados que con otra cosa. El escritor que no es original está muerto, y yo no quiero estar muerto, yo quiero estar bien vivo. Por muchos años.