De verdad que no, por mucho que os empeñéis, y no quiero ser ahora yo más papista que el papa, pero por el simple hecho de que salga un tipo con sombrero vaquero, o con botas vaqueras, o montando a caballo… o incluso aparezca con un rifle en la mano y masticando tabaco… no por eso estamos delante de un Western, que parecemos nuevos.

Estos meses se está hablando bastante de la última película de Jane Campion, que finalmente se ha alzado con el Óscar a mejor dirección… yo jamás se lo habría dado a ella, pues había por lo menos dos cineastas entre los cinco finalistas que se lo merecían mucho más, pero ese es otro tema. No hay comentario en la tele, en la prensa especializada o en las redes sociales que no se refiera a esta película como Western. Y Western lo que se dice Western tiene poco. Se trata de un melodrama con ribetes históricos y ese toque refinado (y algo desangelado, todo hay que decirlo…) que Campion trata de poner a cualquiera de sus ficciones, en el que efectivamente salen unos individuos llevando ganado y viviendo entre montañas y todo eso. ¿Pero dónde está el Western aquí?

Para muchos que no se paran a pensar más de cinco segundos al día, un Western es simplemente un viaje al pasado de Estados Unidos, cualquier tipo de historia, ya sea melodrama o comedia o incluso sci-fi, que transcurra en los años de formación de Estados Unidos como país… y si la historia no transcurre en esas décadas (1850-1900), por lo menos basta conque un personaje lleve sombrero vaquero… Pero un género cinematográfico jamás puede existir con mimbres argumentales, o decorativos. Eso sería como decir que el thriller son historias de suspense que transcurren en Alemania. No tiene ningún sentido. Como además de escribir novelas y relatos me da a veces por escribir teoría de cine, escribí hace un par de años una teoría de los géneros que por lo menos, por lo menos, trataba de indagar en los factores que diferencian a cada uno de los ocho grandes géneros, y he aquí el ADN de lo que debería ser un Western:

–Relato de aventuras de supervivencia, entre la naturaleza y ciudades o asentamientos incipientes.

–Protagonizado por personajes al límite de la moralidad.

–En un marco en que dos países, o civilizaciones, o incluso razas se enfrentan por la supremacía territorial.

–En el que el paisaje, el entorno, es tan importante que es un personaje más.

–En el que la violencia es habitual porque la civilización fracasa una y otra vez.

–Con un grupo de personajes, a menudo compañeros, unidos por una gran amistad y algunas enemistades profundas.

–Y en el que el nihilismo, o lo crepuscular, aflora en cada hilo del relato.

Por tener uno solo de estos elementos no significa que estemos en un Western. Ha de tenerlos todos, o casi todos, para poder serlo. No basta con ser un relato llamado «crepuscular», o con tener un paisaje determinado.

Pero en fin, muchos llaman Western incluso a ‘Brokeback Mountain’ (2005, Ang Lee) –esta sí era, por cierto, una película extraordinaria, a años luz de la muy sobrevalorada ‘El poder del perro’–, o a cosas como ‘La torre oscura’, la pobre adaptación de las sugerentes novelas de Stephen King. Pero en realidad tienen bastante más de Western títulos como la estupenda ‘Los tres entierros de Melquíades Estrada’ (‘The Three Burials of Melquiades Estrada’, Tommy Lee Jones, 2005) o ‘No Country for Old Men’ (hermanos Coen, 2007), que cualquiera de las antes citadas. Si se me apura, títulos como ‘Die Hard’ (John McTiernan, 1988) o ‘Robocop’ (Paul Verhoeven, 1987) son mucho más Western, por no decir casi cualquier película de John Carpenter.

Que el espectador común no tenga claro algunos conceptos, es normal. No tiene por qué saberlos ni le importan demasiado. Pero que los supuestos especialistas de este medio incidan en los mismos errores, es grave y un claro indicativo de los tiempos que corren. Parecemos habernos copiado de la espantosa crítica cinematográfica y literaria estadounidense (probablemente la más deleznable del mundo), para la que ‘Brokeback Mountain’ es un «Western Gay» y cosas por estilo, con la que dan buena muestra no solamente de que no entienden absolutamente nada de las películas de su propio país, sino de que son intérpretes con una cortedad de miras escalofriante. Y a estos son los que les leen y les escuchan… no es de extrañar la ignorancia generalizada sobre temas cinematográficos y literarios.

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