El displacer y ‘Wild at Heart’

Es cierto lo que dicen: de algunas cosas te acuerdas mejor, o simplemente un día te acuerdas, según pasan los años. Es extraño, y seguramente el propio David Lynch podría hacer un cortometraje al respecto. No recordaba que yo era muy chaval cuando vi por primera vez su película ‘Corazón salvaje’ (‘Wild At Heart’, 1990), puede que no tuviera ni trece años, pero ahora, treinta años después, aquello vuelve a mi memoria con fuerza y me reafirma en algunas cuestiones.

Mis padres habían ido a verla al cine y me habían comentado acerca de ella por dos cuestiones fundamentales: les había parecido una locura y algunos espectadores se habían salido de la sala ante lo desagradable de algunas imágenes. Todo eso, claro, no hizo sino darme más ganas de ver aquella película que, por lo visto, se salía de lo convencional. Y no estoy seguro de si me colé en un cine o si tuve que esperar a verla en la tele un par de años más tarde, pero lo que sí estoy seguro es que ya había visto ‘Twin Peaks’. Y aunque no sabía muy bien lo que hacen los directores de las películas, reconocí el rostro de Audrey Horne/Sherilyn Fenn en su breve escena del accidente, antes de morir de una forma espantosa. Y lo que vi no me gustó. No me gustó nada. Pero volví a verla, una y otra vez, por alguna extraña razón…

La película me parecía pegajosa, obscena, salvaje. Sus imágenes me repugnaban, sobre todo teniendo en cuenta que era un filme que no me correspondía por mi edad… aunque es probable que mucha gente de treinta o cuarenta años sintiera la misma aversión por la película. Algunas secuencias me parecían mal hechas (sobre todo en comparación con otras películas que había visto, como ‘The Godfather’, ‘Doctor Zhivago’ o ‘Miller’s Crossing’), o algunos actores me parecían repulsivos, exageradamente grotescos. Pero no podía dejar de verla. La vi tantas veces que me la aprendí de memoria, a pesar de mí mismo, porque su visionado me causaba un rechazo irreprimible, sin importar las veces que la viera y lo mucho que me esforzara. Fue el mejor aprendizaje cinéfilo que he tenido en mi vida, y ahora, muchos años después, me doy cuenta de que el enorme displacer que me causaba la película era esencial en su estrategia narrativa. Intuía, o eso creo yo, que el tal Lynch la había hecho así con un propósito muy definido. Se parecía poco, en algunos aspectos, a lo falsamente idílico de ‘Twin Peaks’. Sailor me parecía un estúpido suicida, ella me parecía delicada y trágica pero no entendía sus motivaciones ni sus reacciones.

Y por supuesto el final con Willem Dafoe. Nunca, ni en mis sueños más turbios, había imaginado una sordidez tan espeluznante. Su Bobby Peru era algo así como un engendro salido de algún círculo infernal. Cuando algunos años después vi ‘Spider-Man’ (Raimi, 2002), y vi a aquel villano tan bien hecho, pensé que no tenía nada que hacer con este Bobby Peru, que sin tener armadura ni tecnología se habría comido crudo al duende verde… ‘Wild at Heart’ era a ratos espantosamente oscura y violenta, como un cómic de Richard Corben de los que yo devoraba, y a ratos pasmosamente erótica, casi pornográfica (obtuvo la calificación X en Estados Unidos). Verla era una experiencia vicaria: yo sabía que un chico de trece años no debería tenerla como un visionado de cabecera, pero aún así la veía sin parar, cada pocos meses, y disfrutaba con mi rechazo hacia ella, con mi repulsión hacia ella. Y desde entonces me ha pasado con muchas más películas, y cuando me ha pasado con tanta fuerza he sabido que estaba ante una gran película, una película que me hacía vibrar porque detrás había un director, una cabeza pensante, que quería que así fuera, que quería causarme una herida anímica e intelectual, plantear el cine no como un disfrute palomitero, sino como una experiencia de una intensidad que sólo proporcionan las mejores novelas y las grandes piezas musicales.

No es ‘Wild at Heart’ mi Lynch favorito, pese a todo. Racionalmente, pondría tres o cuatro antes que ella en la filmografía del genio, pero sí es una de las primeras experiencias cinéfilas de mi vida, junto a ‘Dersu Uzala’ y ‘Apocalypse Now’, que me marcó con tanta fuerza, que me impresionó con una huella tan indeleble, que de alguna manera modeló mi manera de ver películas.

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