Creo firmemente, desde hace mucho tiempo, que la crítica «profesional» no ha reflexionado lo suficiente sobre la Aventura y que en general no sabe bien qué hacer con ella. Por otra parte estoy seguro de que no existe sub-género más maltratado en la actualidad por parte de productoras y editoriales, debido por supuesto a su carácter eminentemente comercial. Así las cosas, pasan por aventuras relatos que no lo son, y quedan como grandes exponentes del género títulos (Parque Jurásico, Interstellar, El retorno del rey…) cuyos máximos responsables ni han reflexionado lo suficiente sobre el material que tenían entre manos ni tienen el menor interés en mostrar una Aventura medianamente solvente.
Pocos han comprendido, me temo, el carácter subversivo y catártico de la Aventura, tanto en Literatura como en Cine. Para muchos no es más que una excusa para un espectáculo de efectos especiales, para epatar al espectador con escenografías grandilocuentes y para ganar dinero. Pero la Aventura es siempre, cuando es verdadera, un estudio profundo de psicologías y actitudes frente a la vida, un relato con el que tirar de lo más noble y también de lo más primitivo que alberga el espectador, y una profundización en las neurosis culturales de una generación por entero. Ahí es nada.
La catarsis de Rogue One
Puede que algún lector piense que tantos programas (van dos, falta uno…) sobre Star Wars en Viajeros de la noche, al lado de Carlos y Juanjo, me está haciendo cambiar de opinión sobre estas películas y este universo narrativo en general. Y nada más lejos. Más bien al contrario. Sigo pensando que es una franquicia artificialmente estirada y que para ver algo bueno en ella hay que tragarse mucho título mediocre (como en Obi-Wan, que para ver su magnífico episodio final tienes que ver antes cuatro capítulos muy endebles). Por otra parte, la influencia Disney es lo que le faltaba (a esta saga y a la Aventura en general) para darle la puntada final. Y sin embargo, qué sorpresa tan grata, maravillosa e inesperada este Rogue One: una historia de Star Wars. Si yo hubiera sido un enamorado de esta franquicia seguramente la sorpresa habría sido menor o ninguna en absoluto, y hasta habría pasado inadvertida. Las gemas más brillantes se encuentran, siempre lo he dicho, en el desierto más absoluto.
Rogue One (2016) es, desde su durísimo comienzo hasta su desoladora imagen final, no solamente todo lo que Star Wars debería haber sido desde la magistral The Empire Strikes Back, sino que en su núcleo y en su esencia es un regalo para todos los que vivimos por y para la Aventura, los que sabemos que es algo más, mucho más, que un sub-género palomitero. El director Gareth Edwards, los guionistas Chris Weitz y Tony Gilroy, los autores de la historia John Knoll y Gary Whitta, el director de fotografía Greig Fraser, el músico Michael Giacchino, los montadores, los diseñadores de producción… en fin todo el equipo por entero se lo toma absolutamente en serio, no como si estuvieran filmando la enésima película Star Wars, sino como si estuvieran filmando la última, o mejor aún como si reinventaran la saga por completo, ajenos a las muy problemáticas precuelas de 1999, 2002 y 2005, y aún más a las deleznables continuaciones de 2015, 2017 y 2019, con un entusiasmo y un aliento épico que es verlo para creerlo.
No existe aquí ni una sola concesión a un público infantil, ni el más mínimo ramalazo (a los que tan acostumbrados estamos) a lo sentimentaloide o zafio. Los cineastas elevan desde el comienzo el tono a una altura casi trágica, aderezado con un insuperable sentido de la aventura, y no lo sueltan hasta el final. Con un guion muy elaborado, sorprenden las noticias de rodaje y posproducción problemáticos, porque todo funciona como un reloj. Cuenta sobre todo la triste historia de una hija y un padre separados durante muchos años y que volverán a reunirse en circunstancias terribles, pero también cuenta la peripecia de una panda de perdedores, de supervivientes, que deciden llevar a cabo el que probablemente sea el primer acto altruista de sus vidas, y está todo tan bien contado, con tanta convicción, con tal capacidad persuasiva, que te lo crees en todo momento y que el filme respira con ese aura de las mejores películas de aventuras de todos los tiempos.
Hace falta mucho coraje para situarse argumentalmente detrás de la mítica película de 1977 y contar los eventos previos a aquel primer encuentro entre la princesa Leia y Darth Vader, y hacerlo de tal manera que pone en serios aprietos al seminal filme de George Lucas. Es Rogue One un relato siempre en el abismo, siempre en movimiento, que sin embargo no parece apresurado o atolondrado, sino firme, sólido y hasta reflexivo. Y para ello hace falta un dibujo de personajes lo bastante sabio como para depositar en ellos, en sus decisiones, réplicas y contrarréplicas, todo el peso del drama. Son Andor (Diego Luna) y Jyn (Felicity Jones) los dos personajes que se hallan ausentes en las precuelas de Lucas, dos caracteres extraordinarios y a la altura de Han Solo y Leia. Luna y Jones bordan sus papeles como si hubieran nacido para ellos, pues no interpretan sino que son los personajes en todo momento, otorgándoles una belleza y una verdad indescriptibles. Y no están solos: el androide K, el guerrero ciego, su acompañante, el villano de la función (el habitualmente magnífico Ben Mendelsohn), Mads Mikkelsen, Forest Whitaker, Riz Ahmed… todos ellos conforman un collage de rostros perfecto, que se diría forma parte del canon de Star Wars desde hace décadas, y no solamente desde hace seis años.
Y narra toda esta locura un Gareth Edwards en estado de gracia, filmando las secuencias de diálogos con gran inteligencia, las de suspense con una perspicacia poco común y las de acción con un poderío y un pulso narrativo que le ponen a la altura de un Irvin Kershner o incluso de un Steven Spielberg. Rogue One está plagada de planos pasmosos (el destructor sobre la base enemiga, la destrucción de la ciudad, el ataque bajo la lluvia, los planos subjetivos del combate final…), y de secuencias formidables, que la sitúan muy por encima de la media y que nos devuelven el sabor de la gran Aventura y le devuelven a la franquicia la dignidad y el lugar que el primer Lucas y Kershner les otorgaron más de treinta años atrás. Hasta su final sombrío y desgarrador es digno de mención. Lo tiene todo esta maravillosa película, que cuenta una vez más la lucha de los humildes, de los desamparados, contra el poder absoluto, algo que está más de actualidad quizá que nunca. La gran Aventura es siempre un relato de supervivencia, de luchar contra lo invencible, de destruir los basamentos de una sociedad hipócrita y corrupta, y eso pocos filmes lo han logrado. Rogue One es uno de ellos.
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