Los rasgos de una obra maestra

Obra Maestra u obra magistral son dos expresiones que, como ya he comentado en otras ocasiones, a la gente le encanta utilizar para reivindicar sus filmes o novelas favoritos, o para darse más importancia, muchas veces sin haber reflexionado lo suficiente acerca de esa obra ni acerca de lo que debería ser, en efecto, una pieza maestra. También he hablado del verdadero significado de una expresión manoseada hasta el infinito. Voy a hablar ahora de los que a mi juicio son los rasgos que deberían conformar una de ellas.

A la hora de valorar un filme (y una novela, se sobreentiende), hay muchísimos aspectos a considerar. Claro, la mayoría de las veces leemos una reseña, o como mucho una crítica, quien sabe si incluso un análisis en profundidad, de una obra en cuestión, generalmente porque no hay tiempo ni espacio para nada más, y pareciera que con eso está todo dicho. Con las grandes obras no es así, y ni mucho menos con las obras maestras. Podría decirse que si un filme, por centrarnos ahora en el cine, es pobre o desastroso, hay pocas cosas de las que hablar, salvo constatar que sus pilares narrativos son paupérrimos, que carece de solidez o de profundidad en ninguna de sus partes. Pero cuanto más grande y perfecto y magistral es un filme más cosas hay que hablar de él, más cuestiones entran en consideración.

Se lleva mucho ahora, en twitter sobre todo, por parte de los «analistas estrella» que por allí se mueven, que solamente escriben para parecer más listos y que dejan al lector tan ignorante como cuando empezó, lo de hablar de dos o tres planos de la película en cuestión, de una idea visual como una sombra que corta una cabeza y que da la idea de decapitación, o de un reflejo o un espejo roto que quiere decir otra cosa, y luego se infiere, como por arte de magia, que tal filme es una obra maestra o un filme importantísimo y genial porque inventó determinado movimiento de cámara… Todo eso no sirve para nada y ni mucho menos para considerar un filme una obra maestra. Si de verdad tales «cronistas» de la semántica quisieran tomar en serio a sus lectores (me refiero por supuesto a Bracero y a todos, la legión, que son como él) deberían hacer algo más que escribir en una red social. Porque valorar un plano y de ahí extraer cosas mayores es como coger una novela y valorar su totalidad por una frase o un párrafo realmente brillantes, o valorar la genialidad de una catedral comentando solamente una de sus gárgolas. Un sinsentido total.

Realmente las obras maestras de la narrativa (fílmica, literaria, de la televisión…) son catedrales, y para «certificar» una como obra maestra hay que hablar de mucho más que de una parte mínima de ellas, por suerte o por desgracia. ¿Pero cuáles serían los rasgos de una Obra Maestra del Cine, por ejemplo?

–Ateniéndonos a la definición de arte de Tolstoi, el arte ha de ser humano, es decir no es un conjunto de códigos visuales o conceptuales, sino que es un juicio sobre la naturaleza humana. No existe obra de arte, ni obra maestra, que no sea una crítica feroz y sin límites al carácter del ser dominante del planeta Tierra.

–Ateniéndonos ahora a la definición de Wilde del arte más elevado, no ha de percibirse ni la menor nota falsa en sus partes. Esto es, no ha de percibirse su tramoya, su trampantojo, sino que ha de experimentarse como un suceso real, como una segunda realidad, levantada con bulto y consistencia delante de los ojos del espectador.

Ambos serían los dos rasgos a alcanzar por toda obra maestra, pero para ello hacen falta unos cuantos más:

–Los personajes han de estar vivos, no pueden ser clichés, sino poseer una encarnadura que, para que no se note el trampantojo, ha de rivalizar con la de una persona real. Para lograrlo deben ayudarle el resto de elementos y herramientas del filme.

–El montaje, la fotografía, el sonido, todo lo demás que conforma una película, por centrarnos en el cine, debe ir acorde a una dirección (la del director, valga la redundancia), formar un todo casi indivisible, en el que no se debe perseguir la belleza fotografía en sí misma, por ejemplo, o la perfección del sonido, sino que esos elementos también sean actores, por así decirlo, también sean partícipes de la visión del director y se erijan en elementos narrativo-conceptuales del filme.

–El argumento no es tan importante (aunque por supuesto todo es importante) como el tono y el punto de vista del director o creador, que ha de emitir un juicio poético, es decir ha de crear un estilo con su mirada, a la que se le exige la misma expresividad y pertinencia que a la pintura, la escultura, la arquitectura o cualquier otra de las bellas artes.

–Y aquí llega uno de los elementos clave: el artista no puede repetir lo que han hecho otros, lo que significa que ha de innovar, ser original en su puesta en escena. Y eso no significa descubrir «trucos narrativos», algo que está muy de moda señalar en Twitter, sino que es algo mucho más complicado que eso: consiste nada más y nada menos que en crear un sistema narrativo propio.

–Porque cada obra, cada película o novela, es un juego con sus propias reglas, y han de ser únicas para ese juego, y no han de romperse nunca. Por eso no puede ponerse por encima una pieza dramática de una aventurera o cómica. Cada una de ellas tiene sus propias reglas, y es necesario valorar si las cumple hasta el final o si se hace (como muchas supuestas grandes obras) trampas al solitario.

Y claro, para valorar todo esto hace falta mucho más que una frase en una red social, o que un comentario acerca de un plano o una secuencia. Una obra maestra es esférica: todas sus partes tienen que ver unas con otras, y ni una sola de ellas puede poseer una disonancia o alteración expresiva. Nada debe fallar en su estrategia poético-narrativo. Es un todo del que hay que analizar el todo en la suma de sus partes. ¿Y qué se valora por lo general? Lo atractivo del argumento, el acabamiento técnico, el originalismo como signo inequívoco de genialidad o por lo menos de diferencia respecto a la masa de creadores. En realidad, incluso los más puristas, no se adentran en la catedral, simplemente la miran de lejos o como mucho estudian su planta, pero nada más. Hace falta introducirse de verdad, y comprobar la fortaleza de los arbotantes y los contrafuertes, la verdadera altura de los chapiteles, la creatividad estructural y decorativa del transepto y en definitiva la relación y la armonía de todas sus partes. Y empiezo a pensar que existen no demasiadas personas interesadas en hacer todo eso.

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