No tiene ni puto sentido. Cada vez que enciendo la televisión y me pongo a mirar dos o tres canales es como si la especie humana se negara a sí misma, a todo lo que lleva aprendiendo durante los últimos tres mil años, y siguiera empeñada en las mismas tareas absurdas: exterminarse a sí mismo y destruir todo lo que le rodea con tal de ganar riqueza.
Desde el pasado febrero, cuando comenzó el conflicto de Rusia y Ucrania (aunque en realidad había empezado mucho antes, desde 2014, o puede que más atrás), los líderes mundiales europeos, estadounidenses y alguno asiático y africano, está decidido a conseguir el premio al mayor tarado de la Tierra. Se supone que los líderes están ahí para guiarnos, para llevar a cabo, más o menos, la voluntad del pueblo, o por lo menos de los que les han votado a ellos. Pero dudo mucho que la voluntad del pueblo, de ningún pueblo sobre la faz de este desgraciado planeta, sea inmolarse por una causa bastante difusa y poco adecuada a la realidad, con el oscuro objetivo de que unas élites ganen un poder que de poco les va a servir cuando por encima de sus cabezas, en gran parte del globo, una nube radioactiva les impida ver la luz del Sol. Pero esto viene de mucho más atrás, claro. Para quien no quiera enterarse, y me temo que hay muchos que no quieren enterarse, después de la II Guerra Mundial está teniendo lugar otra a mucha mayor escala y de manera mucho más subrepticia. No se puede denominar III Guerra Mundial de manera taxativa, pero si alguien lo hiciera tampoco podríamos oponernos del todo.
Lo que está teniendo lugar desde que EEUU, un estado criminal que ya muchos empiezan a tener claro que es el mayor peligro para la paz mundial, se autoproclamó única superpotencia (lo hizo por dos veces, después de la II Guerra Mundial y después del advenimiento de la caída de la URSS) es una lucha despiadada por la dominación global (económica, de recursos, sociopolítica, ideológica) en la que los estadounidenses, con la inestimable ayuda de Reino Unido, socavan democracias, destruyen sociedades, imponen dictadores, empobrecen generaciones de ciudadanos de muchos países del mundo, con la meta final de imponerse a Rusia y China, quizá incluso llegando a valorar la opción de borrarles del mapa con bombas nucleares. El que no se entere de esto es que o bien vive con la cabeza debajo de la tierra o bien no se quiere enterar. Lo más probable es que sea la segunda opción. Las guerras ya no se libran enfrentando a grandes ejércitos contra otros, sobre todo porque EEUU tiene las de perder en los números contra tantos enemigos que tiene, sino en los despachos, en las noticias, en la mente de los ciudadanos que votan, que consienten, que miran hacia otro lado, que se resignan a que las cosas sean como son. Y no se ganan a tiros o con tanques o submarinos, sino con drones, misiles tácticos, chantajes, amenazas y llamadas telefónicas. Y esto no es paranoia. Si el lector lo cree le exhorto a informarse de lo que está sucediendo las últimas cinco décadas…
Y Europa… los líderes europeos haciendo el idiota, el subnormal, armándose contra un enemigo muy superior, empleando miles de millones de euros que bien vendrían para sanidad y para paliar las enormes necesidades de muchas personas que están pasándolas canutas. Esto es lo que está pasando aquí abajo. Y mientras tanto allá arriba…
Nos llegan imágenes increíbles del James Webb, el observatorio espacial más potente jamás construido. La imagen que corona este artículo no es de un grupo de estrellas, sino de un grupo de galaxias, cada una de ellas con cientos de miles de millones de estrellas, y cada estrella probablemente con varios planetas a su alrededor, quién sabe si habitables, quién sabe si algunos de ellos tan lleno de vida como el propio planeta Tierra. Mientras aquí abajo estamos peleándonos por estupideces en lugar de aprender a vivir respetándonos y sin querer acaparar recursos, allí fuera existen recursos ilimitados, existe todo un universo por explorar, al que no llegaremos jamás, porque seguramente nos mataremos de hambre, o a base de misiles tácticos, antes siquiera de rozarlo. Pero ese debería ser nuestro objetivo, ese y dejar de cargarnos animales. Empezar a comprender que somos mortales, que sólo tenemos un planeta, que el sufrimiento es universal y que hay recursos para todos. Pero me temo que la especie humana es demasiado idiota para entender que los líderes que nos desgobiernan no tienen ningún interés en nada de todo eso, sino en seguir perteneciendo a una élite a la que no le importaría reinar sobre un montón de cenizas, o sobre una montaña de calaveras, mientras pueda disponer de un último puro y una última copa de vino a quinientos euros la botella.