No falla… Te pones a buscar imágenes de animales con las que coronar tu texto, y te salen decenas, cientos, miles de fotografías de gatitos adorables, de crías de cualquier otro animal tan monas que te dan ganas de adoptarlas al instante, de imágenes retocadas en las que chicas muy guapas y escasas de ropa dan besitos a animalitos (no insistáis que no voy a deciros de dónde saco las impresionantes fotografías con las que decoro mi blog…) y en definitiva lo de siempre. Pero todo eso no vale para nada si se quiere decir lo que voy a decir ahora.
Los animales no son adorables. Los animales no son angelicales ni maravillosos. Solamente son nuestros amigos en algunos casos (no los llaméis «mascotas» por favor, tened un poco de respeto) pero si nos portamos mal con ellos descubriremos lo rápido que dejan de serlo. Los animales no viven en un paraíso adánico ni nada por el estilo.
Son peligrosos, fieros, indomables, imprevisibles, dan miedo…
Son incontrolables, a menudo letales, terribles, no se puede razonar con ellos, no se les puede encerrar sin hacerles perder su esencia…
Y sin embargo es imprescindible que les respetemos y les dejemos vivir en libertad.
La mayoría son un coñazo. Y cuando digo eso me refiero a los insectos sobre todo, que además son mayoría. Si los animales por lo general me dan miedo, los insectos me ponen muy nervioso. No me dan especialmente asco ni me provocan repulsión. Me ponen de los putos nervios. Pero si les extermináramos, algo que sería el sueño de muchos, no duraríamos ni cuatro días. Porque las plantas y los animales que dependen de ellos, tampoco durarían ni cuatro días. Y eso es algo que nos cuesta entender a muchos. Creemos como especie, por lo visto, que los animales están ahí para alimentarnos, para divertirnos, para acompañarnos o para maravillarnos, pero me da la sensación de que en general no terminamos de entenderlos ni de respetarlos. La única forma en que los animales puedan existir es en plena libertad, y eso está cada vez más difícil.
Por eso cada vez que se dice esa (por otra parte gran verdad) de que la revolución será feminista o no será, a mí (y a muchos) me parece que habría añadir: y también animalista o no será. No podemos existir más tiempo de espaldas a la naturaleza, pero no por un motivo sentimental o cursi, sino porque dependemos de ella de manera estricta. No podrían llegar a existir planetas enteros que sólo fueran ciudades, como sucede en tantas ficciones futuristas o Space Operas, no pueden desaparecer todas las plantas o este planeta se convertirá en un horno en el que nuestra extinción estará asegurada. Algo tan elemental como eso y todavía muchos, sobre todo las élites, no han caído del guindo.
Me gusta mucho la idea (que también resulta inquietante, desde luego) de que estamos en una nave espacial, la Tierra, dando vueltas alrededor del centro de la galaxia. Pero a esa idea hay que sumar otra, igual de cierta y de inquietante: estamos en el interior de una máquina perfecta, de nuevo la Tierra, que se corrige y se limpia y se reestructura a sí misma, no sabemos muy bien cómo ni por qué. Y somos una parte de ese engranaje, lo queramos o no. Pero en lugar de aceptar que somos parte de esa estructura, lo que hacemos es convertirnos en una plaga, que todo lo coloniza, todo lo invade, lo destruye y lo reseca. Tal como dice Rust Cohle en True Detective, somos una entidad separada de la naturaleza que quizá nunca debió existir. Porque sin nosotros los ecosistemas sobreviven, y con nosotros, con nuestra desaforado derroche de recursos, los ecosistemas lo llevan crudo.
Quien no entiende que los animales merecen un respeto y vivir en libertad, es que nunca ha estado en contacto estrecho con animales. No entienden todo lo que pueden dar y todo lo que se puede aprender de ellos simplemente interactuando con ellos o teniéndoles cerca. Así de sencillo. Si lo hicieran, dejarían de verles como mercancía, o como objetos. Vaya a donde vaya la especie humana, no va sola, para bien o para mal. Va acompañada de miles de especies que también se han ganado el derecho a sobrevivir, que también sufren y luchan por prevalecer día a día. Si nosotros caemos ellos perdurarán, y si ellos caen nosotros desapareceremos. Tan fácil como eso. Y para que ellos existan han de existir sus ecosistemas. No basta con almacenar su ADN o con fotografiarles. Es imprescindible evitar desastres como el que está ocurriendo en Doñana o en el Mar Menor, porque con ellos desaparecen las criaturas que en ellos viven o de ellos se alimentan. Cada vez que hay una guerra como la de Ucrania, en la que se contabilizan los muertos, o incendios como los que están asolando España, deberían también contabilizarse los animales masacrados, y que tal cifra saliese en los telediarios, para empezar a visibilizarlos, ya que somos incapaces por el momento de dejarles en paz.
Cada vez que veo a un animal aterrado o malherido por la acción del ser humano, pienso que a diferencia de nosotros ellos no se lo han buscado, estaban tranquilos y a sus cosas hasta que les ha sobrevenido el desastre. Así que dejémonos de buenismos y de cursiladas, de fotografías super bonitas con animalitos, y empecemos a aceptar la cruda realidad, que pasa por dejar a los animales en paz ya que por el momento somos incapaz de vivir con ellos sin masacrarles.