Aún recuerdo cuando, ante el requerimiento de nuestra profesora de dirección, todos los alumnos llevamos a clase un ejemplo de lo que consideramos el cine más perfecto o interesante que hubiéramos visto, una secuencia que realmente nos pareciese un ejemplo de lo que quisiéramos conseguir o por lo menos aspirar llegar algún día. No recuerdo la mayoría de ejemplos que trajo el resto de chavales que tuvimos la mala suerte de compartir a una profesora tan incompetente, pero por supuesto me acuerdo de la que puse yo: la secuencia de la falsa reconciliación entre Michael y Fredo en El padrino, parte II (The Godfather, Part II, Coppola, 1974), y aún me acuerdo más de la cara que puso Ana Díez cuando revelé mi elección y proyecté la secuencia en la pantalla. Estoy seguro de que desde entonces me hizo la cruz y no me la quitó hasta que al final del año me largué de la ECAM para no volver más. Viendo las películas que han ido sacando el resto de sufridos compañeros, me alegro aún más de mi decisión…
Ahora, como entonces, no puedo entender que un profesor de cualquier escuela de cine del mundo pueda torcer el gesto cuando un alumno le pone como ejemplo cualquier secuencia de la entera trilogía dirigida por Coppola. Me recuerda a esa anécdota que contaba Paul Thomas Anderson en la que un profesor les advirtió que los que quisieran hacer algo parecido a Terminator 2 podían irse de su clase, a lo que PTA respondió que un alumno de cine podía aspirar a lo que le diese la gana. Creo que ese fue el único día que asistió a esa o a cualquier otra escuela. Sea como fuere, me parece que un par de días después Ana Díez nos dio una magistral clase de cine cuando nos puso los brutos de su película Todo está oscuro (1997) y nos mostró los brutos en los que había filmado una secuencia desde delante, desde detrás, desde los lados, desde arriba… y luego con un objetivo más corto… y luego con un objetivo aún más corto…
Pongo esto como anécdota porque supongo que algunos están destinados a ser atroces profesores de escuelas de cine, pero otros están destinados a hacer esa obra maestra que, le pese a quien le pese, eleva la disciplina a la que pertenezca, a la categoría de verdadero arte. Es el caso de los dos cineastas de los que quiero hablar hoy, siquiera brevemente porque he escrito mucho sobre ellos, uno completamente olvidado y otro completamente defenestrado por el gran público. Me refiero a F. F. Coppola y a James Cameron, respectivamente, uno que ahora va a volver (esperemos que no se caiga todo en el último momento) con Megalópolis, que se estrenará en algún momento del año que viene o el siguiente, y otro que en diciembre por fin trae la secuela de su denostada Avatar. Cuando llegue el momento hablaremos en VDLN de ambos títulos, pero hoy quiero escribir sobre otros dos, porque hace poco estaba pensando que Coppola estaba destinado a hacer El padrino, la trilogía, y que Cameron estaba destinado a hacer Titanic. Y esa es una idea interesante y al mismo tiempo inspiradora.
Y estaban destinados porque a pesar de que Coppola estaba empeñado en ser un director independiente y underground, en construir una carrera de pequeños pero importantes proyectos, no pudo decir que no a ese importante proyecto que era la adaptación de El padrino, y a su vez no pudo no aprovechar aquel material, que le tocaba tan de cerca en su acervo cultural, para hablar de sí mismo, de su familia, de sus ancestros. Y porque a pesar de que Cameron era un director considerado más apto para el cine de acción, no pudo, una vez tomó contacto con el pecio del Titanic, resistirse a contar la historia del naufragio más famoso de la historia, por lo mucho que a este hombre le fascina el mar y porque a fin de cuentas es probable que se hubiera estado preparando para ello, quizá incluso sin saberlo, durante gran parte de su vida. Porque es posible que los grandes creadores, sean o no reconocidos en su tiempo (por cierto que las primeras críticas de El padrino parte II fueron tan malas como las de El padrino parte III) lo sean entre otras cosas porque existen proyectos, literarios o cinematográficos, muy especiales, únicos, que de alguna forma están esperando al momento propicio para que ellos les doten de vida.
No era el destino de Coppola, sin embargo, filmar Apocalypse Now (porque nada en su filmografía anticipaba esa genialidad, ni siquiera los padrinos), y es un destino que él se impuso a sí mismo y que casi le cuesta la cordura, y no era el destino de Cameron filmar algo como Terminator 2, un proyecto para el que habría esperado algo más o que quizá no hubiese llegado a hacer sino llega a ser por el mandato casi inamovible de Mario Kassar. Pero sí lo era filmar las grandes obras por las que quizá pasen a la posteridad (por mucho que les pese a los que abominan de Titanic o de El padrino parte III), mientras que otras personas tenían como destino hacer sentirse una basura a los veinteañeros que les caían en gracia como alumnos o ponerse a escribir sin parar porque, les lean o no, es lo único que da cierto retorcido sentido a sus vidas.