Los que nunca se vendieron

El Cine es un artefacto caro, un tinglado del demonio. Ya lo decía Tarkovski en la que quizá sea su entrevista más extensa y fascinante, que puede verse en los contenidos adicionales del DVD de su obra maestra Nostalghia. Siendo así la cosa, conseguir hacer una buena película, acaso una película narrativa, con no pocos aspectos convencionales, es casi un milagro. Ni que decir tiene la imposibilidad de hacer una gran película al margen del sistema, sin pensar en el mercado. Y si eso es difícil, imaginemos construir una carrera completamente al margen de la taquilla, en la que sin embargo podamos encontrar más de un filme portentoso y la mayoría de ellos notables… Para muchos esto no tiene importancia, pero para otros es una cuestión capital, que diferencia notablemente a los John Ford, Billy Wilder, Howard Hawks de los treinta, cuarenta y cincuenta, completamente incrustados (con sus obvias dificultades, nadie puede negarlo) en una industria gigantesca y multimillonaria. No es lo mismo, ni por asomo.

Porque algunos, unos pocos elegidos, jamás se vendieron. Hicieron el Cine en el que ellos creían, y nunca, en toda su vida, aceptaron condicionantes comerciales. Y además fueron, son, extraordinarios creadores. Estoy hablando, por supuesto, de esos dos gigantes que son David Lynch y Terrence Malick.

No se sabe cómo, pero estos dos tipos llevan haciendo películas desde los años setenta (1977 desde el caso de Lynch, 1973 desde el caso de Malick), y las han hecho desde un presupuesto básico e irrenunciable: ellos poseen el control total del filme. Tal cosa, sin embargo, la alcanzan aquellos que han tenido la suerte y la astucia de conseguir grandes éxitos económicos, y no por mucho tiempo. No hablo solamente del ansiado «final cut», sino de proponer el proyecto y el estilo que uno verdaderamente lleve dentro. Ser un artista, en pocas palabras, en una industria en la que no abundan los artistas, precisamente, sino los listos, los que saben meterse al público en el bolsillo epatándolo con una narrativa engañosa y convencional. Y esto a pesar de que gran parte de la crítica no es capaz de estar casi nunca a la altura de las circunstancias y a menudo abomina de Lynch porque le considera «abstruso», y que aunque a veces es más permisivo con Malick, no acaba de entrar casi nunca en lo que proponen sus imágenes.

10 películas tiene (Lynch, más una serie), y 9 películas otro (Malick, que dicen está terminando ahora la décima, más un documental):

Eraserhead, 1977
The Elephant Man, 1980
Dune, 1984
Blue Velvet, 1986
Wild at Heart, 1990
Fire Walk with Me, 1992
Lost Highway, 1997
The Straight Story, 1999
Mulholland Drive, 2001
INLAND EMPIRE, 2006
además de la serie Twin Peaks, 1990-1991/2017

Badlands, 1973
Days of Heaven, 1978
The Thin Red Line, 1998
The New World, 2005
The Tree of Life, 2011
To the Wonder, 2012
Knight of Cups, 2015
Song to Song, 2017
A Hidden Life, 2019
The Last Planet, 2023 (post-producción)
además del documental Voyage of Time, 2016

Es decir que llevan carreras similares en títulos y en ritmos, a pesar de que sus estilos son muy diferentes. Pero es un milagro, en cierto sentido, que ambos directores existan, que aún trabajen y que puedan realizar sus películas con total libertad creativa. Que Malick regresara veinte años después de su segundo filme para realizar la monumental The Thin Red Line (1998), un filme en absoluto barato y de rodaje y planificación muy complejos, resulta increíble, y aún más que la hiciera como él quería, filmando durante varios meses y con un año entero de montaje y edición de sonido, para un director por el que nadie daba ya nada, y que trabajaba de espaldas a la industria, comercialmente hablando, es una verdadera locura. Como locura es que Lynch comenzase su carrera con un filme tan siniestro, tan poco atractivo para el público, como Eraserhead, toda una declaración de intenciones y que es lo opuesto a tratar de ganarse a la audiencia. Pero, claro, una vez que la ves nunca la olvidas.

Malick es un filósofo y Lynch es un místico. Es curioso que exista una conexión entre ambos en la figura del diseñador de producción Jack Fisk, marido de Sissy Spacek (que protagonizó Badlands y que tuvo un papel relevante en The Straight Story), pues fue el responsable de la dirección de arte o diseño de producción de las dos citadas más Days of Heaven, The Thin Red Line, Mulholland Drive, The Tree of Life, To the Wonder, Knight of Cups y Song to Song. De alguna forma Jack Fisk es un nexo y al mismo tiempo el elemento que más distancia a estos dos grandes artistas: en Malick crea los materiales para un mundo profundamente racional, en Lynch para mundos altamente irracionales, incluso en la historia de Alvin Straight, que más parece el viaje por una América soñada y nunca real, más que la peripecia realista de un anciano en su última travesía.

Lynch ni siquiera se vendió cuando Dino de Laurentiis le convenció para filmar aquel mastodonde llamado Dune, probablemente su filme menos interesante, pero aún así un filme profundamente Lynch, porque este director no sabe hacer las cosas de otra manera, y veinticinco años después del inopinado éxito planetario que fue Twin Peaks, regresó a ese mundo con una temporada a la que solo se puede calificar de poesía metafísica. Y Malick, por su parte, después de tres títulos consecutivos en los que ha primado la improvisación por encima de la endeble estructura argumental (To the Wonder, Knight of Cups, Song to Song), filmes de una belleza y una libertad inimaginables con un guion cerrado y con una puesta en escena convencional, afronta la recta final de su extraordinaria filmografía sin perder un ápice de su búsqueda de los límites de la anti-narrativa cinematográfica.

No estarán muchas décadas más haciendo del cine algo muy diferente a la barraca de feria que habitualmente es. Tenemos la enorme suerte de ser sus contemporáneos. Aprovechémosla haciendo aquello que tanto Malick como Lynch demandan: que abramos bien los ojos, que escuchemos atentamente, que expandamos bien nuestra mente ante la experiencia de los sueños, la destrucción de la naturaleza y la muerte.

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