En esta suerte de teoría sobre el Arte en general, y sobre la Narrativa en particular, que me estoy construyendo día a día en mi página (y en todo lo que escribo), subyace una idea o necesidad principal: contestar a la eterna pregunta de qué es el arte y para qué sirve, quimera a la que tantas mentes se han enfrentado a lo largo de la historia y a la que sólo unas pocas han encontrado cierto sentido en cada una de las épocas. Y aunque se encuentren algunas respuestas, siempre serán más poderosas e insondables las preguntas…
Sea como fuere, seguimos en ello. Yo, particularmente, tengo en más estima a unos pensadores que a otros, y así prefiero quedarme con Andrei Tarkovski, con Longino, con Cervantes o con Tolstoi (pues todos ellos, siquiera someramente a través de sus obras de ficción, dejaron por escrito sus ideas) antes que pensadores anglosajones (aunque algunos valiosos hay). Pero eso son afinidades electivas. Lo importante es aportar algo personal, algo que de verdad te distinga del marasmo de ideas y de conceptos que hoy en día puedes encontrar nada más entrar en una librería o de abrir las redes sociales y leer al personal.
Creo, sinceramente, que tanto la pintura, como la escultura, así como las artes más eminentemente narrativas, participan de un mismo concepto unificador: el de crear la vida, y a partir de ella dar una idea de verdad. Como mi especialidad son las artes narrativas, y más concretamente el Cine y la Literatura, sin olvidarnos de ese epígono del cinematógrafo que es la televisión, debo centrarme en ellas, pero las tres parten de la pintura y la escultura de manera inequívoca, a pesar de que podríamos decir que en la consideración de las bellas artes, el cine viaja un poco como polizón. Pero como durante siglos, empezando por los griegos, se han dicho tantas cosas sobre el Arte, y se siguen repitiendo ideas obsoletas como que el arte imita la vida, deberíamos poner ya una pequeña piedra que zanje algunos aspectos de una vez y para siempre.
Cuando Michelangelo Buonarrotti dio su último golpe de martillo y cincel a su obra maestra El Moisés, esa colosal escultura de mármol blanco que hoy día se puede ver en la Basílica de San Pedro Encadenado, en Roma, originalmente concebida para la tumba del papa Julio II, dicen que el artista gritó: «¡Habla!». Yo creo que por ahí van los tiros, y esos tiros son muy diferentes a los que promulgan todos esos que dicen que el arte imita la vida. También decían los aristotélicos que el Arte queda separado de la naturaleza por su misma esencia, como si algo creado por el hombre, que es parte de la naturaleza, pudiera estar separado de ella realmente… El Arte, en gran medida, existió como una prolongación del poder de los estados y para glorificar una idea religiosa o espiritual. Sin embargo, resulta paradójico que la misma actividad artística nos ponga en una situación muy cerca a dios o los dioses que puedan existir, pues el artista, en última instancia, se convierte en creador absoluto, en la entidad que insufla de vida, la obra que firma, como si fuera uno de sus hijos, y de paso poniéndose en igualdad de condiciones que las deidades que se quería glorificar.
El Arte, para ser tal, ha de crear la vida dentro de los márgenes de la ficción. Cuando Michelangelo creó el Moisés, o el David, se valió de las coartadas pictóricas de su tiempo para extraer la figura de un marco de ficción que bien podría ser un cuadro. En otras palabras: le dotan de existencia operatoria fuera de una obra pictórica sin dejar de emplear las mismas leyes. Y cuando sirviéndose de la tecnología actual, un cineasta pone en movimiento esa figura escultórica dentro de unos márgenes de ficción re-definidos, puede crear arte en el cine. Pero para ello, creo yo, no ha de perder de vista que para el espectador/receptor la «conditio sine qua non» es que resulte imposible ver, percibir, la mano del creador. En otras palabras: que aquello que ven o contemplan bajo ningún concepto albergue una nota falsa o algo que no sea verdadero dentro de su sistema narrativo. Si consigues tal cosa, has llevado a cabo una Obra de Arte, y sino (como tantísimas películas y novelas) sólo me has contado un hatajo de mentiras a lo mejor muy bien perpetradas.
Cuando miramos el Moisés nos parece increíble, casi imposible, que un ser humano lo haya creado valiéndose de unas herramientas técnicas, igual que cuando contemplamos Las meninas o vemos ‘Ran’, de Akira Kurosawa. Otros pueden quedarse con lo mucho o lo poco que les gusta la historia que les cuentan, o el trasfondo, o el contexto conceptual que le presentan. La labor del crítico no es valorar una historia, algo por otra parte bastante fútil (¿valoramos acaso las astracanadas religiosas que dan lugar a las imágenes de los santos?), sino la técnica, el estilo, del autor, y cómo ha sido posible, qué viento creativo le ha movido a hacer tal cosa, y para qué. Da igual Escultura, Pintura, Literatura o Cine (si es que el Cine es un Arte, que muchas veces lo dudo mucho). El máximo objetivo del artista es crear la vida con aquellas herramientas y dentro de la disciplina que le haya elegido. No la vida real, por cierto, no un remedo de lo que tenemos en nuestra realidad. Sino una vida según sus propias reglas. Si el Moisés se levantara y hablara no sería una persona como las demás, sino una de tres metros, hecha de mármol, según las leyes creadas para él por el escultor que le dio la vida.
Lo dice Tarkovski al final de su imprescindible ‘Esculpir en el tiempo’: con el arte se demuestra que hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios… por lo menos del Dios que nosotros mismos hemos creado. El Arte es algo vivo que se ha creado sin que puedas descubrir sus mimbres, las cuerdas que mueven sus criaturas. Se enmascara a sí mismo, a la técnica, de tal forma que se separa de la artesanía. Y a eso pueden acceder algunos medios, y otros por desgracia. Pero el artista lo que quiere es crear la vida, una vida muy diferente a la que conoce, según las reglas que él impone. Otros lo que quieren es epatar al espectador/receptor o ganar dinero con cuentos de indios.
Estas son mis ideas más sinceras sobre el tema.
¿Qué te parece la idea contraria, Adrián, la vida imita al arte? Obviamente no siempre y no todo, ¿pero cuánta gente de la época pensaba que un cuerpo atractivo son el David de Michelangelo o la Venus de Milo? Son esos artistas los que lo definieron, aunque hubiera una aproximación general seguro que no eran exactamente esas figuras lo que cada individuo tenía en mente. Otro ejemplo: ¿cuántos arqueólogos a día de hoy dicen que quisieron estudiar y trabajar en ello después de ver las películas de Indiana Jones? Y en menor medida Jurassic park, aunque ya sé que para ti eso no es arte.
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No sé, me parece otro lugar común.
Al final todo se retroalimenta, por supuesto, como no podía ser de otra manera, y nos gusta aquello que vemos y que codiciamos ser. Uno siempre codicia lo que ve y no tiene o no es.
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