Cinematografía comparada: ‘Seven’ & ‘The Silence of the Lambs’

A raíz de una breve conversación con un compañero de Twitter, en la que él ponía por encima como villano al John Doe de ‘Seven’ frente al Hannibal Lecter de ‘The Silence of the Lambs’ –luego ponía a la pareja asesina de ‘Funny Games’ por encima incluso de John Doe–, me ha parecido que era hora de hacer una comparativa que llevaba yo un tiempo rumiando, y que puede establecerse a partir de sus dos antagonistas principales, estos dos psicópatas sangrientos –no todos los psicópatas son sangrientos…– de manual, pero también entre sus imágenes, las de dos de los thrillers más famosos de los últimos treinta años, el dirigido por el no especialista Jonathan Demme, y la segunda realización de un joven David Fincher.

Porque si se quiere comparar a dos personajes, por muy extremos y al límite que sean esos personajes, y estaremos de acuerdo en que tanto el doctor Lecter como el misterioso hombre sin nombre de ‘Seven’ son de ese tipo de caracteres, se debe comparar la película por entero. ¿Cómo decidir cuál de los dos es un personaje más fascinante, grandioso y perfecto, salvo con las imágenes de las que forman parte, con las interacciones en las que participan y finalmente con lo que consiguen las construcciones narrativas en las que están incrustados? Imposible, creo yo. Lo que habría que hacer es comparar ambas ficciones, sus estrategias narrativas, frente a frente, y quizá llegar a alguna conclusión, aunque no creo que haya muchas dudas de que el Lecter creado por Hopkins y Demme es bastante superior al Doe de Spacey y Fincher, mucho más fascinante e hipnótico, mucho más complejo e inabarcable, pues se trata de una de las mejores interpretaciones de todos los tiempos. Y su contrincante se queda en un hábil guiñol de tintes siniestros que no consigue ni la mitad que el otro a pesar de la famosa escena de la caja… Vamos por partes, nunca mejor dicho.

Al final un filme es un todo, en el que las partes son indivisibles y se retro-alimentan entre sí, es una estructura con muchas partes y piezas que han de unirse de manera armónica (no solamente el tamaño de los planos y los elementos que en ellos se organizan…). Hablar de las interpretaciones y las creaciones de Anthony Hopkins y de Kevin Spacey es hablar de todo lo que les rodea: puesta en escena, diseño de producción, sonido, montaje, planificación visual. Es curioso que ambas comparten el mismo músico, Howard Shore, que para ambas crea partituras y sonoridades con ciertos puntos en común pero realmente muy diferentes, y es indiscutible que ‘Seven’ parte del éxito de ‘The Silence of the Lambs’, cuatro años anterior, para llevar más lejos sus premisas de una investigación criminal sobre los asesinatos de un terrible psicópata… si bien en el caso del filme de Demme no se trata tanto de Lecter como del también temible Buffalo Bill… aunque finalmente el preso Lecter se pone a hacer de las suyas.

Nunca me cansaré de insistir en algo fundamental, tanto en Literatura como en Cine: el «para qué» se hace, cuál es su objetivo primordial como construcción narrativa. Si vemos ambas ficciones y nos ponemos serios, parece claro que el objetivo principal de ‘Seven’ es proporcionar al espectador una experiencia de horror extrema, un estado anímico casi apocalíptico, en el que el mundo es un lugar cercano a lo infernal (por cierto, que el score de Shore ayuda enormemente a ello), algo a lo que invitan algunos componentes temáticos como las alusiones a la ‘Divina Comedia’ de Dante. Y aunque pudiera parecer que ‘El silencio de los corderos’ pretende proporcionar una experiencia similar al espectador, basta rascar un poco en la superficie para darnos cuenta de que no, de que al final lo que se consigue es un estado anímico mucho más ambivalente, intrincado y difícil de definir, que por supuesto también participa de un pandemónium de horror, pero cuyo desenlace es mucho más problemático para el espectador/receptor que el de ‘Seven’, pues en él se mezcla la euforia de la victoria de Starling frente al supuesto villano del relato, mientras el verdadero villano (Lecter, claro), está a punto de continuar sus actividades y la llama por teléfono para recordárselo.

Esto es sólo lo evidente, además. Por debajo de ello hay muchas más cosas. Las que definen a ‘Seven’ como un brillantísimo «ejercicio de estilo», como se suele decir, con una fotografía y un diseño de producción muy influyentes, con un endiablado sentido de la planificación y el montaje de un Fincher que empezaba a mostrar la altura de su talento como narrador –aunque aún le faltaría bastante para encontrar su propia voz–, y que aunque acaba siendo un filme bastante artificioso en sus propuestas, sin duda es un thriller bastante por encima de la media. Y la que definen a ‘The Silence of the Lambs’ como una de las mejores películas estadounidenses de la historia, pues en ella se combina un sentido del suspense único, una mirada al mundo tremendamente humana y dolorosa, y un sentido operístico, musical, que acercan sus imágenes a la poesía fílmica, a una ficción rebosante de clarividencia y expresividad artísticas.

Y esto sucede porque el «para qué» de Demme consiste en mucho más que en dar sustos o en crear una sinfonía de terror. Lo que él pretende, y consigue con creces (pese a recalcitrantes que buscan en el Cine lo que el Cine no es) es crear una reflexión durísima sobre la condición humana, sobre el peso de los recuerdos y la arbitrariedad y crueldad de toda vida, servido como una ópera cercana a lo apocalíptico, tal como haría un Coppola, y todo esto es algo que no consigue la cinta de Fincher, sobre todo porque ni siquiera se plantea llegar a lugares ni remotamente tan complejos y resbaladizos.

Lo que convierte a Lecter en un psicópata, en un villano mucho más interesante y memorable que el John Doe de Spacey, es que el caracter de Hopkins no es simplemente un sádico, o un asesino con sus razones, sino que posee varios niveles internos, pues tal como explicó Demme: «se trata de un buen hombre atrapado en la mente de un loco». Pero no olvidemos que es un loco de diseño, no un loco verdadero. Lecter es un genio intelectual, pero también es un sociópata puro, tal como le describen en la película (y en la novela…)… pero sólo en teoría. Esto significaría que se trata de alguien impulsivo, arrogante, que se deja llevar por sus emociones. Pero eso no es lo que hace Lecter. Por supuesto tiene sus vanidades, pero no se trata de alguien impulsivo o arrogante. Más bien está por encima del bien y del mal. Le acercaría a una figura nietzscheana, en ese sentido, si además no fuera una persona tremendamente compasiva con los sentimientos y las desgracias de los que se acercan a él y se ofrecen a contárselas sin alardear de ellas. Podríamos decir que Lecter ha decidido que no merece la pena seguir siendo humano en cuanto a su relación con los demás, pero no en cuanto los traumas ajenos, si son verdaderos, como catalizadores de un cambio probablemente doloroso, pero cambio vital al fin y al cabo.

Toda la puesta en escena, el argumento, la estrategia narrativa… todo en este filme orbita alrededor de esta idea que acabo de describir. Y en el centro de todo eso está la figura de Lecter, y a su lado la de Starling, como seres totémicos a los que poner en un pedestal, porque la impresionante dialéctica que se establece entre ambos viene a significar un doble cambio: la recuperación de la libertad física de él y la obtención de la libertad espiritual, anímica, de ella… y de cómo ambas libertades se relacionan y se estorban entre sí en el magistral y memorable momento final. Estos conceptos quedan muy lejos, inaccesibles al a ratos apasionante a ratos demasiado fácil juego del ratón y el gato establecido en ‘Seven’, y de toda la hojarasca mística que John Doe despliega en su diálogo final.

Es la diferencia entre las obras de arte y las buenas película de género.

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