Sigamos con el Western, y hablemos del pasado y del presente del género, porque creo que es el salto entre lo que había antes y lo que hay ahora lo que más define no solamente la sociedad en la que vivimos sino además a gran parte de los cinéfilos y los críticos que viven en ella.
El Western «clásico», para muchos, es ese género que les llevó siempre al Cine (y a algunos incluso a la Literatura…). El de John Ford, Howard Hawks y Raoul Walsh. Ese en el que salían superestrellas deslumbrantes, ellos muy bien afeitados, con trajes impolutos, sombreros vaqueros aún más impolutos, y ellas con vestidos de época y peinados alucinantes. En el que las calles de los pueblos estaban casi asfaltadas, y el escaso polvo que levantaba el viento nunca ensuciaba a nadie. Ahí los indios eran los malos, porque se dedicaban a matar a la gente sin motivo alguno, y los blancos eran los buenos, no solamente porque eran muy valientes y protegían a las damiselas en apuros, sino porque tenían grandes ideales de justicia, y/o eran grandes pioneros de una tierra sin ley.
Luego llegó otro tipo de Western, que se cuestionaba un poco el sistema de valores y la puesta en escena desplegada en ese Western «clásico». Ya no era tanto un «cantar de gesta» de los Estados Unidos, como un filme de aventuras sucio, violento y desesperanzado. Estamos hablando de filmes como ‘Un hombre’, de Martin Ritt, o ‘Los profesionales’, de Richard Brooks, o los primeros filmes de Peckinpah y Leone. Estamos hablando incluso de ‘Pequeño gran hombre’, de Arthur Penn, de ‘La venganza de Ulzana’, de Robert Aldrich, o de ‘Un hombre llamado caballo’, de Elliot Silverstein, o incluso de ‘Las aventuras de Jeremiah Johnson’, de Sydney Pollack, aunque esa ya se adentra en los 70. Eran películas que por lo menos se cuestionaban el modelo anterior, que ya empezaban a molestar (y siguen molestando) a los puristas del Western Fordiano/Hawksiano/Walshiano, pero que consideraban aceptables o interesantes.
Pero más adelante vino algo mucho peor: el darse cuenta de que no estaban solos en el universo. Ese es el problema muchas veces con algunos (con muchos): que no ven más allá de su propio ombligo. Porque los 70 lo cambiaron todo. Lo globalizaron, lo tiñeron todo de otros colores. Los internacionales. De pronto no sólo los directores estadounidenses se empapaban de lo que se hacían fuera de su país, sino que la crítica se dio cuenta de que Westerns se hacían en todo el mundo. Porque el Western es una aventura de supervivencia en la frontera (física, anímica y psicológica) y de eso hay, puede haber, en todos los países. Y los Westerns murieron, pero porque se transformaron en otra cosa, mucho más interesante, mucho más compleja, y sobre todo mucho más verdadera, ajena a la hojarasca folk a la que nos tenía acostumbrados. En otras palabras. El Western ha pasado de contar las Más grandes y repugnantes mentiras (el Sueño Americano, el Destino Manifiesto, la Conquista del Oeste, las atrocidades de los indios), a contar la verdad, desnuda y jodida. No está nada mal.

Los que dicen que el Western está muerto y que de vez en cuando resucita con algún título, no tienen ni idea de lo que hablan. Y cuando hablan, no tienen nada que aportar a nadie. El Western no ha muerto, está más vivo que nunca. Lo que ha muerto es el Western como una mentira, y ha nacido el Western verdadero, el que cuenta las cosas más jodidas, mirando al pasado con ira. Lo que ha muerto es el crítico y el comentarista anquilosado en un pasado que, a dios gracias, nunca volverá. Ahí siguen, claro, ellos y sus alumnos, considerando ‘Centauros del desierto’, de Ford, ‘Murieron con las botas puestas’, de Walsh, o ‘Río Bravo’, de Hawks, como lo más grande que se ha hecho ni se hará jamás, ignorantes de que el Cine evoluciona, de que los conceptos y la puesta en escena cambia, de que no se puede seguir toda la vida contando la historia de John Waynes muy viriles y muy estoicos, y de Angie Dickinsons muy guapas pero muy valientes, de un Estados Unidos que jamás existió. Algunos directores ya no están dispuestos a seguir contando estupideces, por muy bien que filmara Ford, Walsh o Hawks.
El mundo se hace más abierto, más lúcido, más transparente. El Cine ya no puede dedicarse a contar mentiras maravillosas como hacía en los años 30, 40 y 50. El espectador ya no es un crédulo (…bueno, algunos sí) al que puedas llevarle de la mano al jardín de infancia a que se lo pase bien.
Estos rancios prefieren a Ethan Edwards, al coronel Thursday, al Wyatt Earp de John Sturges. Pues muy bien. Si yo no digo que estén mal. Otros se quedan con el hombre sin nombre de los filmes de Leone, o con el William Holden de ‘Grupo salvaje’ (que era una gran película, casi tanto como ‘Pat Garrett & Billy the Kid’), pero otros vamos más allá. Porque el Western es un fenómeno universal y sobre todo rayano en lo apocalíptico, como muy bien entendió Cormac McCarthy en la sublime ‘Meridiano de sangre’. La construcción de la civilización no como el inicio sino como el final del camino. Salir de la barbarie para convertirnos, paradójicamente, en monstruos. El Western no cree en el ser humano y sin embargo apuesta por su supervivencia. Te la muestra sin tapujos. Y por eso el Western más importante que se ha creado es ‘Deadwood’, que está incrustada temática y formalmente en el seno de una tradición que corrompe y condena. Un Western sin grandes espacios, sin héroes silenciosos ni momentos épicos al atardecer, sino con diálogos interminables, noches más oscuras que el culo de un buey negro y personajes sádicos, o patéticos, o malditos o mefistofélicos. Es el más importante, pero no es el único.
Porque Westerns extraordinarios son:
‘El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford’, de Andrew Dominik
‘Robocop’, de Paul Verhoven
‘Hell or High Water’, de David Mackenzie
‘There Will be Blood’, de Paul Thomas Anderson
‘No Country for Old Men’, de los hermanos Coen
‘The Hurt Locker’, de Kathryn Bigelow
‘1997: Rescate en New York’, de John Carpenter
‘No habrá paz para los malvados’, de Enrique Urbizu
‘Aliens’, de James Cameron
‘Mad Max: Fury Road’, de George Miller
‘Stallker’, de Andrei Tarkovski
Y quizá el último gran western, que es ‘The Walking Dead’, junto a su hermana menor, ‘Fear the Walking Dead’: el Western más perfecto que se ha hecho, porque en su imagen se aúna lo físico con lo filosófico quizá como nunca antes, y porque en sus códigos genéricos se da la mano el pasado, el presente y el futuro del género.
De modo que de muerto nada. El Western está más vivo que nunca, precisamente porque la sociedad está más adormilada y podrida que nunca.