Todo el mundo se atreve con el cine, por alguna razón. Es más, para todo el mundo el cine es una cuestión personal, que tiene que ver con él, no con la película en cuestión. Cuando se escribe sobre una película no se habla de una película, se habla del que ha visto la película, que habla de sí mismo. Con los libros pasa un poco igual, aunque con la Literatura la gente se atreve menos. Pero con libros de usar y tirar como los de Juan Gómez-Jurado o Arturo Pérez-Reverte ocurre igual: la gente habla de sí misma, de lo que le ha entretenido, de lo bien que le ha pasado, no de la obra en sí. Me pregunto por qué pasa eso.
Y no pasa, por ejemplo, con una catedral, un cuadro o una composición de Mozart. Bueno, pasar pasará, pero se cae en el ridículo de una forma más obvia. ¿Por qué la gente no se pone tan emocional con ese tipo de obras? La gente no se lanza a decir: «para mí la catedral de Burgos… para mí la quinta sinfonía de Mahler…». No hacen eso, casi nunca. Y cuando te pones a leer críticas o comentarios o ensayos acerca de esas obras, no te sale el recalcitrante de turno contándote acerca de lo que sentía ese día, de lo que le aporta a él o chorradas por el estilo. Se ponen a indagar acerca de la obra en cuestión, de lo que representa en sí misma, de manera objetiva, en base a unas teorías formadas y establecidas, a una metodología. No se ponen a elucubrar, no se ponen con los habituales chascarrillos o lugares comunes.
La crítica es inútil en un 99% de los casos, incluso la profesional, incluso la que escriben (por decir algo) los cinéfilos con conocimientos tipo Bracero o gente así, para la que todo se define por la idea que transmita un movimiento de cámara, un cambio de encuadre o un corte en determinado momento justifican la consideración de obra maestra, notable, o simplemente interesante. Los Braceros de este mundo poseen conocimientos estructuralistas, semánticos, pero nada más. Para ellos el Cine en particular, y el Arte en general, debe ser una cosa muy roma, de ir viendo una película o leyendo un libro e ir anotando sus cualidades pictóricas, o verbales, para decidir si estamos ante algo genial, o algo pasable. Me encantaría leer una crítica de Bracero, una de verdad, en la que estuviera tres folios, o mil doscientas palabras, hablando al lector del cambio del tamaño de plano o de cómo un personaje se define por bajar de un caballo en lugar de bajar de un coche. Eso sí que sería una estafa.
La crítica está superada porque aunque el espectador las demanda para no ir a ciegas al cine, o para aprender algo si es que tal cosa es aún posible, los presupuestos teóricos que se repiten hasta la extenuación en la mediocre y deslavazada crítica estadounidense, como la que nos llega machaconamente desde la mayoría de las revistas y medios especializados, es en el mejor de los casos un reportaje sobre un filme recién visto en el que el autor o autora no ha reflexionado debidamente sobre lo que ha visto, y en el peor una divagación tendenciosa y pseudo-intelectual en el que un pretendido experto se pone a leer las claves de una película como si una pared blanca detrás del personaje necesariamente tuviese un sentido. En otras palabras, sacan su propia lectura en lugar de preguntarse cuál es la lectura del director, que es la única, la que verdaderamente importa.
Tanto lo que escribe gente que sabe de semántica (porque han estudiado en una escuela de cine y repiten lo que les enseñaron sus maestros), como muchos críticos que en realidad son reporteros, como gran parte de la cinefilia «experta» son lugares comunes que se llevan repitiendo varias décadas y que ya no sirven para entender la compleja realidad del cine. No tiene ningún sentido ponerse a analizar una película de animación, o un filme de aventuras, o un filme documental, con las mismas herramientas que un filme de Godard o de Angelopoulos. Los que así lo hacen no entienden nada, viven en un mundo encapsulado, inerme, tan estéril como el de los aficionados que escriben en Filmaffinity. Y además no lo saben.
El cine, como experiencia y creación artística, como filosofía, es mucho más vasto que un corte de planos (esencial para discernir su narrativa, pero opaco para describir el fenómeno, incapaz para describir su lírica o su fuerza expresiva, o la persuasión de su ficcionalidad), o que la magia y la pasión que puedan sentir algunos. Así de claro.