Llevamos un par de días con la gente comentando mucho ese encuentro entre Spielberg y Cruise en el que se ve al primero diciéndole al segundo que ha salvado las salas de cine, y que gracias a él la gente ha vuelto a tener fe en comprar entradas, y más cosas por el estilo a raíz del estreno y gran éxito popular de la secuela de ‘Top Gun’. Estos días de post-pandemia (si es que realmente son post…) la gente andará muy preocupada porque el cine no se hunda, pero ir a las salas va poquito, ni siquiera en los grandes estrenos, si bien algunos se han beneficiado, precisamente, de la escasez de grandes producciones, para bien o para mal…
Esto me recuerda la creencia popular de que son las grandes compañías productoras, como las de Estados Unidos (no digamos Hollywood, por favor, pues hace mucho tiempo que tal cosa no existe) son las que sostienen la enorme industria del cine, las que dan trabajo a mucha gente, las que hacen posible que las salas sigan abiertas y las que impiden que la gente deje de ver películas y se dedique a perder el tiempo con otras cosas, como por ejemplo los videojuegos. Pero yo, que debo ser un bicho raro que piensa por sí mismo, soy de los que piensan que el cine, como tal, no existe gracias a los productores y a los éxitos de taquilla, sino a pesar de ellos. Que los directores populares que en teoría arrastran a tantísima gente al cine, que no van a dejar de existir, no son precisamente los que salvan la industria, sino otros de muy distinta clase.
Imaginemos que todas las películas fueran como ‘Top Gun’, o como ‘Torrente’, o como ‘Ocho apellidos vascos’. El cine como tal sí que habría desaparecido, sustituido por vehículos de lucimiento, por historias más o menos epatantes, más o menos amables, más o menos trepidantes o entretenidas. Eso es lo que fue el cine durante mucho tiempo, y lo que sigue siendo ahora, todavía con más intensidad. Imaginemos que todo el cine es como las películas de Marvel. De hecho hay mucha gente que solamente ve ese tipo de películas y no otras, y clama a los cuatro vientos que ama el cine. Pero el cine es una cosa bien distinta. Y en el caso de que no existiera, esas grandes producciones tampoco lo harían. Porque son los poetas, los verdaderos, es decir los directores realmente importantes, los que proveen a las grandes producciones de las herramientas para contar sus historias. Esto es como cuando un gran chef consigue un plato único, y luego todos los mediocres le copian y crean el mismo plato pero mucho más barato, mucho más simple y más comercial. Son esos poetas, los que tanto molestan a la gente, los que dan sentido a seguir yendo al cine, pero a los que de verdad saben lo que es el cine, no esta barraca de feria a la que muchos están empeñados en mantener con vida.
Si las grandes películas de Estados Unidos, China y Europa, esas que los más recalcitrantes quieren hacer solamente para ganar dinero (algo muy loable en sí mismo, pero que nada tiene que ver con el cine), desaparecieran salvo en casos muy aislados –es decir, los escasos en los que verdaderos directores son capaces de levantar una gran producción con un sentido poético muy determinado–, el cine saldría ganando, no perdiendo. La gente seguiría yendo a las salas, quizá en menor cantidad, pero con mucha mayor regularidad. Porque el cine es mucho más que un entretenimiento. Esos pocos directores (se me ocurren Francis Ford Coppola, James Cameron, Zhang Yimou, entre muy pocos más) capaces de gastarse varias decenas de millones por una buena razón poética lo saben perfectamente: con entretenimiento no se consigue que la gente ame ir al cine, sino con algo más, con esa experiencia vicaria, con ese deslumbramiento de un sistema narrativo-filosófico, de una segunda realidad que solamente la gran literatura y el gran cine son capaces de proporcionarnos.
Lo que ha salvado Tom Cruise con su ‘Top Gun’, en el caso de haber salvado algo, es otra cosa: la sensación de que es necesario apelar a la nostalgia y al cine anquilosado de siempre. Pero lo que «salvan» otros directores, lo que llevan salvando muchos años y décadas, es otra cosa: la razón verdadera del ir al cine. El cine mismo. Ese arte capaz de competir nada menos que con la Literatura y la Música, poseedor de algo que los demás artes no tienen: la capacidad de montar el tiempo, de hacer visible y sonoro (sobre todo sonoro), un modo de pensar, de percibir la realidad. Y personas que necesitan eso del Cine las hay a millones, suficientes como para sostener otro tipo de industria, quizá algo más pequeña, pero sin duda también enorme. No necesitamos a Tom Cruise para nada sino es para hacer ‘Magnolia’.