Hablo poco de actores en esta página mía… debería hablar más. Es un tema complejo, árido para muchos, del que algunos hablan todavía menos, o nada. La dirección de actores y la composición de un actor rara vez son cosas que se mencionen en la crítica de los grandes medios, y absolutamente nada en la crítica posmodernista de los que hace poco decidieron ponerse a escribir sobre cine. Pero es esencial si se quiere entender el trabajo de un director y alrededor de qué pivota su puesta en escena.
Voy a hablar de actores malos que un día entendieron lo que tenían que hacer y se convirtieron, de pronto, en maestros actores… «de pronto» con muchas comillas… No voy a hablar de no-actores que se conviertan de pronto en genios de lo que no es lo suyo. Una persona que no es actor o actriz (pongo por caso a Orlando Bloom o Mario Casas) jamás podrá serlo por mucho que lo intente, y de hecho cuanto más se esfuerza en serlo menos lo es. Hablo de actores que se intuía que podían dar bastante más de sí y que, en efecto, lo dieron, convirtiéndose definitivamente en otra cosa además de una cara bonita o una estrella. Porque se transformaron. El caso más reciente el de Ana de Armas. Nunca fue una no-actriz, es decir alguien que te preguntas qué está haciendo ahí además de enseñando lo guapa o guapo que es, pero desde luego era una actriz pésima. En todo lo que hacía. Y ahora se marca un trabajo excepcional en ‘Blonde’ y se convierte en actriz, en una de verdad: grande, arriesgada, sabia, bella más que hermosa e inteligente más que astuta. «De pronto» ha entendido lo que tiene que hacer.

Pero no voy a hablar más de ella en esta ocasión porque además ya le dediqué una entrada a ‘Blonde’ (y bastante visitada, por cierto), voy a hablar por ejemplo de Matthew McConaughey, que antes de ‘Mud’ era un actor pésimo (con algún chispazo de intérprete que te hacía tener esperanza en él), de Heath Ledger, que antes de ‘Brokeback Mountain’ estaba totalmente perdido, de Casey Affleck, que hasta que no llegó ‘Manchester by the Sea’ –aunque ya había hecho un buen trabajo en ‘The Assassination of Jesse James by the Coward Robert Ford’– te preguntabas qué estaba haciendo con su carrera. Incluso de Brad Pitt, que hoy día está considerado casi unánimemente un buen actor, pero que si analizamos sus primeros trabajos nos encontramos con una cara bonita y poco más, haciendo lo imposible para que le tomen en serio. Lo de Brad Pitt es un buen ejemplo, pues se trata de una superestrella, de un icono sexual y de uno de los tipos más famosos del planeta, que no se puede decir (como en el caso de McConaughey o Ledger) que haya nacido para la interpretación, y cuyos primeros trabajos no te hacían ver a un no-actor (como en el caso de Mario Casas), pero tampoco te volvían loco. Me refiero, claro, a su breve intervención en ‘Thelma & Louise’ de Scott, a su nadería de aparición en ‘True Romance’, a su flojísimo Louis de ‘Interview with a Vampire’ de Jordan, en el que Tom Cruise le pasaba por encima con su magistral composición de Lestat, o a su lamentable Tristan de ‘Legends of the Fall’, en la que va –robándole la expresión a Fdez. Santos– de divo divino y termina estrellado en otra composición lamentable. Pero el guapo Pitt ha resultado ser un tipo con la cabeza bien amueblada, y después de convertirse en super-estrella y de tener la vida solucionada se ha atrevido con papeles raros, complicados y valientes, como el de ‘Fight Club’, o el de la citada película de Dominik, o ‘The Tree of Life’, o su dupla con Tarantino, o la bestial ‘Fury’, y ha demostrado que si bien no es un actor portentoso, sí es un buen actor que sabe estar en su sitio.
Pero seguramente la tríada de magníficos que un día fueron pobres actores, es la que conforman Ledger, McCounaghey y Affleck. De Affleck recuerdo haber visto en Berlín su penoso esfuerzo de un sheriff psicópata en la horrible ‘The Killer Inside Me’, y preguntarme si lo de Jesse James había sido un espejismo. Seguramente lo había sido. El muchacho era un cero a la izquierda en cualquier filme que aparecía, y su presencia más que sumar restaba. Esa cara avinagrada de muchacho introvertido tardó muchísimo en encontrar su sitio, pero lo hizo, en la inolvidable ‘Manchester by the Sea’, en la que se convirtió en maestro de actores y firmó una de las mejores composiciones de la historia del cine. ¿Cómo lo hizo? Lo lo mismo le sucedió al esquivo Ledger, que ya había demostrado una cierta versatilidad pero nunca se había transformado de verdad hasta que no llegó su legendario papel en ‘Brokeback Mountain’. ¿Cómo sucedió el milagro? A McCounaghey lo habíamos detestado durante más de una década en papeles lamentables, comedias bobas, cintas de acción espantosas… algo habíamos atisbado en la magnífica ‘Lone Star’ de Sayles (¡en 1996!), pero poco más. Y de repente se marca, de una tacada, los trabajazos inmensos de ‘Mud’, ‘Dallas Buyers Club’, ‘The Wolf of Wall Street’ y ‘True Detective’. ¿Qué ha pasado aquí? ¿Cómo es posible que tales cosas sucedan? ¿Es que durante varios años habían sido maestros geniales y estábamos todos ciegos, o es que de repente les ha dado un fotón en la cabeza y han empezado a usar el sentido común? Más bien va a ser lo segundo. El sentido común de un gran actor, es decir, intervenir en películas o crear personajes en los que ellos puedan no solamente aportar algo, sino ser la piedra fundamental de su construcción dramático-narrativa.
Ledger aún pudo hacer su extraordinario Joker antes de morir, pero después de lo nombrado a Affleck no le hemos vuelto a ver el pelo en otro gran trabajo, y McCounaghey casi lo mismo. ¿Qué les ha sucedido? Pues que no han encontrado, o no les han ofrecido, algo con lo que de verdad mostrar lo que llevan dentro. Por lo menos han podido sacarlo en una ocasión en el caso de Affleck o en varias de una tacada en el caso de McCounaghey, y han firmado algunas de las mejores interpretaciones de la entera historia del cine. ¿Podrán en un futuro volver a sacarlo? Vete a saber. Pero una cosa está clara: más les vale encontrar personajes a los que ellos se parezcan, y no tanto personajes que se parezcan a ellos. Espero se me entienda. La labor de un actor, la esencial, es la transformación, no ser capaces de un torrente de emociones con la que epatar al espectador (y a la crítica, dicho sea de paso). Y para eso has de parecerte al modelo buscado, y no que ese modelo se parezca a ti. El actor ha de desaparecer y convertirse en otra cosa, en un personaje no interpretado, sino que vive la secuencia como si respirara en ella. Ya no hay técnica, o no se puede hablar de técnica visible, en esos casos. ¿Se ve en algún momento la tramoya de la composición de Affeck en ‘Manchester by the Sea’ o la de McCounaghey en ‘True Detective’? Ni por un segundo. Ya no son actores «haciendo de alguien», sino que se han convertido en ese alguien. Y para eso es imprescindible que el actor en cuestión tenga, en su interior, quizá sin haberlo mostrado nunca, algo de ese personaje tan extremo, una conexión íntima, experiencia vitales similares, que su personalidad sea capaz de disolverse en la otra por afinidad y por acercamiento, y ahí se produce ese «milagro», y actores malos o pésimos se convierten en maestros de lo suyo.
Sí, tengo que hablar más de actores en esta página.
Matthew mcConaughey estuvo en A time to kill y Contact en la época de Lone star, que no son películas que yo vaya a defender, pero que tenían algo más de pretensión de lo que hizo después hasta su recuperación. Lo que quiero decir es que no tengo claro que Matthew no encontrara su sitio a finales de los 90 y casi toda la década del 2000, simplemente le pagarían más con las comedias románticas y durante ese tiempo prefirió eso a retos artísticos.
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