En torno a este género de cosas se suelen escribir siempre o casi siempre las mismas ideas: que si la realidad supera a la ficción, que si el arte imita la vida (o viceversa), que si la ficción es una mentira entretenida, y un montón de frases por el estilo. Todas o prácticamente todas (por no ponerme especialmente severo…) son falsas.
Me gustaría deterneme ahora mismo en una de ellas, esa que afirma que todo lo que se ve en una pantalla, o se lee en las páginas de una novela o un relato, es una mentira muy bella, que el narrador o narradora nos sirven con sus mejores armas. Según esta idea, lo que está a este lado del espejo, es decir nuestra realidad, es algo de verdad, algo verdadero, tangible, por tanto cierto, empírico, auténtico, veraz; mientras que por oposición lo que está al otro lado del espejo, la ficción, es falso, un trampantojo, un cuento chino, una de indios, ficticio (como su mismo nombre indica), y por tanto fraudulento, adulterado. Por alguna razón que desconozco, por lo visto esa «bella adulteración de la realidad» nos trae a todos de cabeza desde siglos. Debería ser por algo en concreto, pero muchos o no lo ven, o no quieren verlo.
Yo tengo mis propias ideas, y sospecho que algunos estarán de acuerdo con ellas. En principio que la ficción, de la clase que sea, está ahí por alguna razón más importante que entretenernos o fascinarnos o emocionarnos. A partir de ahí pienso que ese algo más puede ser una necesidad o una búsqueda de algo que no encontramos sin la ficción. Hasta aquí todo correcto. para seguir: me cuesta mucho creer que eso que necesitamos sea una mentira, una falacia, un trampantojo. Me consta que muchos lo creen así, pero estoy seguro de que no. Es más, me consta que muchos escritores y directores tienen completa fe en que esto es así y trabajan para que lo siga siendo. Pero esos escritores y directores no tienen nada que ofrecer, menos aún que los críticos que los defienden.
Porque sucede que aquello que ocurre en la ficción ha de ser siempre verdad, dentro de sus reglas ficcionales. Es decir, que cuando algo «sucede» allí ha de suceder «de verdad». Tanto en Literatura como en Cine y otras formas narrativas, precisamente lo que no se sostiene, lo que consideramos (al menos algunos) como una mala ficción es aquello que no nos creemos, que es una mentira, que no es plausible, sino precisamente un cuento chino, una de indios. Lo que exige la ficción es que dentro de su marco lo que sucede a los personajes, tanto interior como exteriormente, sea no solamente creíble sino que nos parezca verdadero, auténtico, veraz. Y hay una razón de que nos parezca veraz: que intuimos que lo que allí vemos no sucede en la vida real. Seguro que me estoy explicando bien. Lo que certificamos como verdadero en la pantalla o en las páginas de un relato es aquello que sabemos que no puede ocurrir en la vida real.
De pronto la dicotomía parece clara. Wilde no tenía razón. La ficción no es una mentira, sino una verdad. Cuestiones tales como Amor, Libertad, incluso la Muerte o la Venganza, solamente se escriben con mayúscula inicial cuando existen en una novela o en una película. Solamente allí adquieren carácter verdadero, mientras que aquí, en nuestra existencia operatoria son casi siempre mentira, una quimera inalcanzable. Por eso vivimos por las ficciones, esa es mi sospecha: porque en ellas al menos rozamos (igual que los personajes que las pueblan) lo que en la vida real intuimos que es inalcanzable, virtualmente imposible de obtener. La muerte nos parece, a través de la ficción, algo que por fin podemos comprender en toda su crudeza y en toda su liberación. El amor nos parece algo que quizá hayamos visto pasar de manera fugaz. La libertad se hace algo tangible aunque se desgaje entre los dedos. Para eso existe la ficción… entre otras cosas.
¿Y en la realidad? En la realidad tenemos un problema, o varios. Sospechamos, los que tenemos dos dedos de frente, que la vida que vivimos, todos nosotros, es el trampantojo, que todo esto que nos rodea, incluido el tiempo y el espacio, posee reglas secretas, que nos engaña, que debajo hay otra cosa que no alcanzamos a ver. Por eso corremos el riesgo de obsesionarnos, de perder la cabeza por las ficciones, de querer vivir en ellas, de que se conviertan en una droga sin la que resulta una locura vivir…