Crear genios

Un hecho que parece que pocos parecen tener en cuenta, es que los personajes de una ficción serán todo lo inteligentes que sea su creador. Si el escritor o guionista es una persona bastante inteligente, será como mucho capaz de crear personajes bastante inteligentes. Si es un genio, a lo mejor es capaz de crear un genio. Si es un tipo mediocre… pues eso. En el caso de que alguien se plantee (y alguien hace no mucho se lo planteó) escribir un libro o hacer una serie sobre «la persona más inteligente del mundo», básicamente lo que está clamando es que él, ese alguien, se cree la persona más inteligente del mundo, y como probablemente no lo sea, lo que está diciendo en realidad es que es una de las personas menos inteligentes del mundo.

Por supuesto que tú, como creador, puedes decir que el personaje de tu novela es el más inteligente del mundo, puedes de paso hacer que el resto de personajes digan que lo es, pero no basta con eso. A la postre hay que demostrarlo. Es el problema de la ficción y la narrativa. Las cosas no se dicen y ya está, hay que demostrarlas, hay que verlas, tienen que hacerse realidad. En caso contrario ocurre como en tantas ficciones y narrativas: te están engañando, y ya tomas tú la decisión de darte de cuenta de que te engañan, o bien de dejarte estafar. Porque al final, por mucho que duela, los personajes se parecen mucho a aquellos que les dan vida. No se puede crear un genio si eres un mediocre, por muchas aspiraciones y ambiciones que tengas. Cuando Juan Gómez-Jurado crea a Antonia Scott, sus enormes ambiciones de dar vida a la mujer más inteligente del mundo son en realidad las suyas propias de querer ser el hombre más inteligente del mundo. Dado que no lo es solamente es capaz de crear a un personaje sin vida que además no es muy inteligente, sólo es capaz, porque el escritor le está dando la oportunidad, de hacer cosas tremendamente hábiles con su mente. Pero hacer malabarismos mentales servidas en bandeja por el novelista o guionista no significa construir a un genio.

Swearengen/House/Cohle

En mi larga experiencia como espectador de series y como crítico de cine, solamente he conocido a tres genios absolutos, que son los que protagonizan tres series estratosféricas: ‘Deadwood’, ‘House M.D.’ y la primera temporada de la miniserie ‘True Detective’. No creo, por desgracia, que sus contrapartes femeninas puedan competir con ellos. Es decir, creo que la Cersei Lannister de ‘Juego de tronos’, la Brenda Chenowitz de ‘A dos metros bajo tierra’ o la Lagertha de ‘Vikings’, son personajes fascinantes, enormes, que pasarán a la historia (de hecho ya han pasado) por el enorme trabajo de las actrices que les dan vida y por lo que significa en pantalla. Pero no son geniales. Sin embargo los personajes creados por Ian McShane, Hugh Laurie y Matthew McConaughey son tres genios intelectuales absolutos, que no se dedican a ir por ahí efectuando malabarismos mentales de ninguna clase, sino que construyen una filosofía de vida absolutamente personal, que dominan por completo los mundos de los que forman parte por su arrolladora personalidad, que llegan mucho más lejos que una persona sencillamente inteligente porque son capaces de leer las personas, las situaciones y los eventos, tomando ventaja de todos ellos, y porque transforman la realidad que les rodea, moldeándola a su conveniencia. Y algo más: piensan y se expresan como ningún otro personaje y como ninguna otra persona en la realidad (que no sea un genio) podría hacerlo. Y no hacen nada de esto porque se lo pongan en bandeja, sino porque da la sensación de que se elevan de la pantalla, de que salen de ella y que están completamente vivos, tanto que tienen la capacidad de leer incluso al espectador.

Claro que en una serie, al contrario que en una novela, contamos con dos creadores, o quizá tres: el escritor, el director y el actor. Si alguno de los tres falla, no se podrá construir a un genio. El hecho de que Swearengen, House y Cohle sí lo sean tiene que ver con que los actores que los interpretan ya lo eran o alcanzan esa condición encarnándoles, como es el caso de McConaughey, al que durante muchos años le hemos visto en filmes deleznables en los que él estaba literalmente horrible, pero que de pronto, tras los triunfos de ‘Mud’, ‘The Wolf o Wall Street’ y ‘Dallas Buyers Club’, se dio cuenta de que podía ser actor, un gigantesco actor, y que con un personaje como Rust Cohle podía pasar a la historia y perpetrar su obra maestra. No falló. Rust es un loco, un policía trágico que perdió a su hija pequeña y que ejerció como infiltrado más años de los que puede soportar cualquier cabeza, un ex-adicto, un solitario empedernido y un filósofo absoluto. Nada más verle en su primera secuencia ya sabemos que estamos ante alguien único, capaz de pensar como nadie lo hace y de establecer ideas absolutamente originales. En su discurso se mezcla un racionalismo absoluto con un misticismo casi arcano. Esto no significa que sepa moverse en el complicado submundo de la policía, que sepa ganarse el aprecio de sus compañeros o la complicidad del detective que le acompaña, Martin Hart, que en ese sentido es mucho más listo que él. Una característica de los genios es su incapacidad para relacionarse con sus supuestos iguales, y su necesidad de reafirmarse en lo marginal. Hart (inmenso Woody Harrelson) es mucho más inteligente en su trabajo, a la hora de montar un negocio, a la hora de engañar. Pero Rust es un genio a la hora de desmontar, de desguazar, la realidad, como todos los genios…

Por su parte, Al, dueño del Gem, el prostíbulo local más antiguo y más sórdido de Deadwood, y aspirante a cacique local, es un genio porque es capaz de construir la realidad a su alrededor con mucha mayor astucia y éxito que sus rivales, siendo capaz incluso de conseguir que Deadwood y el territorio en el que está asentado permanezca fuera de la Unión de los Estados Unidos. Es decir, es capaz de mentir, robar y asesinar lo suficiente, y con la suficiente fiereza, como para evitar que le roben a él y a los suyos la libertad que considera absolutamente indispensable. Libertad para llevar a cabo todas sus felonías y ansias de oro y poder, que son muchas. Desde su trono de Deadwood, un trono que no es el de hierro pero que es incluso más difícil de sostener, su forma de luchar con sus enemigos es con armas, muchas veces, pero sobre todo con su genio. Su genio con la palabra, su genio con la táctica y su genio a la hora de tomar decisiones y disponer las piezas en el tablero. Porque él no es el rey en uno de los lados del tablero de ajedrez que es ‘Deadwood’, sino que es el jugador que sitúa las piezas, y que aunque pierda un dedo (de hecho, lo pierde) sale siempre triunfante por la sencilla razón de que él es un genio y sus adversarios no. Pueden ser tan hijos de puta, tan sanguinarios y despiadados como él (Cy Tolliver o George Hearst lo son) pero no son unos genios. Cuando Bullock y el resto de fuerzas del pueblo detienen los planes de estos hombres no saben que es Al Swearengen el que ha dispuesto todos los elementos para que puedan hacerlo.

¿Y qué decir de House? House es el genio por antonomasia. Transforma la realidad a su alrededor pero además es capaz de llegar a sitios a los que casi ningún ser humano podría. Su sistema de trabajo, como médico a la hora de buscar un diagnóstico consiste en algo verdaderamente original: no tiene ni idea (por no decir sus ayudantes…) de lo que le pasa al paciente. Su filosofía de trabajo consiste en trabajar desde la ignorancia absoluta, probándolo todo. Su filosofía de vida, sin embargo, consiste en que todo el mundo miente (él también, habitualmente, aunque miente de un modo distinto a los demás, revelando casi siempre su mentira en el momento de pronunciarla) y en que el ser humano no merece ser salvado por ningún médico genial. Aún así lo hace: consigue salvar muchas vidas sin ni siquiera hablar con los pacientes (para eso tiene a Cameron). Su rapidez mental (esto no son malabarismos construidos por el escritor, sino que se ven en pantalla), sus réplicas y contrarréplicas, su sistema filos´ófico, puede rivalizar con el de Rust Cohle sin ningún problema. Ambos son unos descreídos y unos cínicos, que sin embargo tienen la mente abierta para esporádicos momentos de misticismo, o de cuestiones que escapan a su ciencia, porque poseen la voluntad de ir más allá y de experimentar en sus carnes eventos que para los demás quedan vedados.

Al lado de estos tres genios, pocos podemos poner. Ragnar Lothbrok y Jackson Teller, los protagonistas de ‘Vikings’ o de ‘Sons of Anarchy’ son dos mentes portentosas, dos individuos con una inteligencia muy superior a la media, pero dudo que sean unos genios comparables a estos. En su contexto quizá sí, pero no poseen la grandeza intelectual de un House, un Al o un Rust.

Supongo que habrá que esperar a que llegue la adaptación de ‘Reina Roja’ para comprobar, de una vez y para siempre, que ni Juan Gómez-Jurado ni la que interpreta a Antonia Scott, Vicky Luengo (que estaba espantosa en ‘Antidisturbios’), son unos genios. Estaría bien que simplemente fueran buenos en lo que hacen, pero hasta eso es muy discutible, a tenor de sus trabajos previos. De ahí es imposible, por definición, que salga un personaje-genio. En ‘House’, ‘Deadwood’ y ‘True Detective’ teníamos a tres escritores superlativos, unos verdaderos genios (Shore, Milch y Pizzolatto), teníamos directores de grandísimo nivel, y teníamos a tres actores geniales. Esa es la gran diferencia.

1 Comment

  1. Excelente artículo. Plenamente de acuerdo con lo de que Brenda Chenowitz es un personaje fascinante y gigante. Yo diría que también es una genio, pero aún no vi True Detective o House. En Six Feet Under hay varios posibles genios; Brenda Chenowitz, Nate, el fundamental Nathaniel, Frances Conroy..

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