No es que lo crea (aunque también creo en ello) es que lo sé: no todo pueden ser gustos personales, manías, preferencias, filias y fobias. No todo es etéreo, sensible, espiritual, particular, personal, opinable. Y en arte, paradójicamente, y por mucho que la mayoría se empeñe en lo contrario, mucho menos aún que en la realidad de nuestras vidas. Porque se tiende a pensar que esto que consideramos nuestra vida verdadera, en lugar de aquella fingida (por usar la terminología habitual), es tangible y que lo otro no, pero algunos tenemos claro que es más bien lo opuesto.

Tampoco ayudan, es necesario decirlo, la miríada de críticos, académicos, intelectuales, incluso novelistas o cineastas, que insisten en que todo depende del gusto personal y del punto de vista de cada uno. Precisamente los críticos deberían saber que eso de las opiniones y el gusto son para la barra del bar, la partida de dominó, las copas con los amigos o la sobremesa en casa de tus suegros, pero no si de verdad te interesa todo esto de la expresión artística o como diablos se la quiera llamar. Por supuesto en música, pero también en cine y en literatura, las cosas no pueden ser, en realidad, más tangibles, reconocibles, rugosas, manejables, perceptibles. Concretas. Claro que por lo visto para llegar a ellas, y no sólo para llegar a ellas sino también para controlarlas y ser capaz de emplearlas con el objeto de objetivar los valores concretos de una novela o un filme, no basta con que te gusten mucho las películas y los libros, no basta con ver muchos filmes o leer muchos volúmenes de todas las épocas. También es necesario poseer una preparación y una vocación verdaderas. Muchas veces lo único que de verdad hace falta es una mente abiertamente crítica.

Tampoco, creo, tiene que ver con «la cultura» de cada uno. Existe gente verdaderamente culta en amplias áreas del conocimiento humanista o científico, que sin embargo pueden ser unos verdaderos ignorantes. Y en realidad, todos somos o podemos ser unos ignorantes en otras tantas amplias parcelas del conocimiento. Lo importante es, me parece a mí, preguntarse las cosas, no conformarse, no quedarse quieto, seguir aprendiendo, seguir indagando. Las universidades de todo el mundo están creando miles, millones de personas sin la menor preparación para aquello que en teoría estudian, a menos que el alumno o el licenciado en cuestión coja aquello que se le entrega y haga algo con ello: buscar el conocimiento y la sabiduría por sí mismo, y no pensar que un diploma o un título garantizan que ya lo posea.

Ahora bien, lo que yo me pregunto, me he preguntado a menudo en estas páginas mías, es por qué en formas de expresión y narrativa como la música está tan claro cuáles son los valores que convierten a una sinfonía, una canción o una mera melodía en algo más musicalmente valioso, la cosa parece tan complicada con el cine o la literatura. Más que complicada, imposible de discernir. Todos los días hablo con muchas personas, en persona o en redes sociales, que se dicen grandes amantes del cine o la literatura, que puede que estén interesados en impregnarse de todo ello, pero la mayoría de ellas, al final, se conforma con los lugares comunes de siempre, se aferra a una rutina de pensamiento adquirida en la escuela de cine o en la universidad, y de ahí no sale jamás, sin percatarse de que seguramente esté repitiendo ideas y formas de valoración caducas e inútiles. Sobre todo, incluso personas inteligentes que me encuentro de cuando en cuando, parecen incapaces de encontrar razones objetivas por las que apreciar una novela o una película. Y sin embargo, aunque se requiere de cierta preparación previa (de varios años de estudio y de investigación) no es imposible de discernir qué separa un mal filme de uno bueno, una buena novela de una mala. De lo contrario, no valdría la pena ni abrir las páginas de un libro, ni ponerse a ver una película.

Ya puse por escrito hace un tiempo los Fundamentos críticos ante una obra narrativa, que el lector puede revisar cuando quiera, pero no está de más insistir por enésima vez en que se suele prestar más atención a qué se cuenta que al cómo, a la materia ficcional que al modo en que esa ficción está construida y presentada ante el espectador/lector. Sólo conociendo las formas del cómo se puede llegar a tener un criterio sólido algún día, y a dejar de defender filmes o novelas simplemente por que nos gustan, para empezar a defenderlas y a valorarlas por lo que son, en su propio contexto ajeno a nosotros. Yo lo veo así de claro.

3 respuestas a “El criterio”

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