A veces, echando un vistazo al Canon que he escrito y que ya puede reservarse en la página web de la editorial, me sorprende darme cuenta de que muchos actores comparten más de una serie. Y esto no me parece casual, como tampoco me parece casual el hecho de que las mejores series de todos los tiempos son también, a menudo las más terribles, las más desoladoras y las más apocalípticas, en cierto sentido. Pueden albergar momentos de una euforia arrasadora, pero en general, si quieren erigirse como una visión exacta del ser humano, han de indagar en sus sombras más que en sus luces… Invito al lector de estas línea que quiera adentrarse en mi ensayo a descubrir cuántos intérpretes están en más de una ficción y de qué manera son capaces de transformarse (la verdadera cualidad de un actor) para incrustarse a la perfección en ese otro mundo al que también ya pertenecen.

Pero vayamos al tema: ¿cuántos exégetas prestan atención profunda a los actores de una serie o una película? Realmente muy pocos. Atención más allá de decir que la actriz o el actor de turno es bueno, flojo o malo. Me parece muy significativo este hecho, porque además me da la impresión, escuchando y leyendo a tanto crítico y comentarista, de que no les parece tan importante esa figura. Que si se quieren fijar en la forma (el cómo) y en el contenido (el qué) los actores sobran bastante, más alllá de que estén correctos y que en cierta forma no molesten. Pero estoy convencido de que la cosa es muy diferente. De que en realidad los actores, todos los que aparecen en una pantalla son el corazón de la imagen por una razón muy sencilla: el qué y el cómo depende exclusivamente de ellos en el caso de una ficción pura, más aún en el caso de una serie. Todo es importante y todo hay que aprovecharlo en una narración fílmica, por supuesto, pero casi todo debería girar en torno a esa figura denostada y a menudo desconocida que son los actores, el verdadero tirón emocional del que dispone el espectador, a la misma altura que la mirada del director/narrador o la estrategia de la puesta en escena, que a fin de cuentas va a estar en correspondencia directa con la creación de personajes y la dirección de actores. Y esto es tan evidente, tan flagrante que me alucina que haya que decirlo de manera concluyente. Los cientos o miles, o vete a saber si cientos de miles que se dedican a hablar del lenguaje cinematográfico, de la gramática audiovisual y que se olvidan, o no prestan atención, o simplemente no tienen ningún interés o conocimiento del trabajo de un actor, y del director con un actor, se olvidan de uno de los elementos cinematográficos más importantes. Es algo parecido a olvidarse de la fotografía, o del montaje, o del punto de vista. Y seguirá pasando, porque no veo un cambio de pauta al respecto.

En mi caso, y supongo que el lector habitual de estas líneas, y también el que me lleve leyendo durante varios años (algunos hay que me escriben y me cuentan que me leen desde hace más de quince años, y no tienen ni idea de cómo eso ayuda a seguir luchando…), siempre he hablado de los actores, y he indagado en su labor dentro de una ficción, en la enorme complejidad a la hora de construir un personaje vivo y creíble, en que la verdadera misión de un actor consiste no tanto en actuar, irónicamente, como en vivir la secuencia y sobre todo en transformarse, y unas cuantas cosas más. Y en el libro que ya algunos tienen en sus manos, sigo en la misma línea, pues con las series el factor actor, el factor humano por llamarlo de alguna manera, es mucho más trascendental aún que en el poético y misterioso cine que a veces se desborda por los cauces de una poética ausente de rostros humanos. ¿Cómo no tener a los actores tan presentes como a los personajes de una novela o de un relato? Hacerlo es un despropósito monumental.

En este volumen hablo de 9 series: Twin Peaks, The Sopranos, The Wire, Deadwood, House, The Walking Dead, True Detective, Sons of Anarchy y Euphoria. Es un poco absurdo tener que decirlo, pero lo voy a decir igual: en todas ellas los actores están absolutamente increíbles, monumentales. No es que lo hagan bien, es que se elevan a la estratosfera. Incluso en Twin Peaks, la más débil en ese sentido, obtenemos dos interpretaciones antológicas –las de Kyle MacLachlan como el agente Cooper y Sherilyn Fenn como Audrey Horne–, además de por lo menos otras dos muy notables –las de Richard Beymer y Piper Laurie–; pero también una galería de personajes absolutamente fascinante, algunos de ellos pasmosos, que conformaban un verdadero microcosmos lynchiano, quizá como ninguna otra de sus creaciones audiovisuales. Pero ya en los repartos corales de The Sopranos, The Wire, Deadwood, Sons of Anarchy o The Walking Dead el nivel es abrumador. Son corales, sí, pero también en ellos brillan algunas creaciones que son ya, por méritos propios, algunas de las más grandes jamás creadas. Actores que a lo mejor nunca brillaron especialmente en cine pero que en televisión han alcanzado cotas inimaginables: James Gandolfini, Eddie Falco, Michael Imperioli, Dominic Chianese, Lance Reddick, Michael K. Williams, Idris Elba, Wood Harris, Aidan Gillen, Andre Royo, Ian McShane, Robin Weigert, Dayton Callie, Kim Dickens, John Hawkes, Charlie Hunnam, Katey Sagal, Kim Coates, Ryan Hurst, Andrew Lincoln, Norman Reedus, Melissa McBride, Jeffrey Dean Morgan, Lennie James, Jon Bernthal, Michael Rooker, Samantha Morton, Scott Wilson, Zendaya, Hunter Schafer, Jacob Elordi…

En televisión encontramos, simple y llanamente, algunas de las mejores interpretaciones estelares de todos los tiempos: las de James Gandolfini en The Sopranos, Hugh Laurie en House, Matthew McConaughey en True Detective, Zendaya en Euphoria, Ian McShane en Deadwood… Se podrían, y se deberían citar, otras de títulos fuera de estos nueve elegidos en este volumen, tales como el Billy Bob Thornton de Fargo, la Katheryn Winnick o el Gustaf Skarsgård de Vikings, el Bryan Cranston de Breaking Bad, la Lena Headey de Game of Thrones

No es que estas series, y otras que podríamos considerar fácilmente entre las mejores de la historia, estén muy bien escritas y muy bien dirigidas, y que dé la casualidad de que además cuentan con grandes actores que en complicidad con el director y guionistas son capaces de crear grandes personajes. Es que para empezar, son series que cuentan con grandes personajes creados por grandísimos actores, y a partir de ahí, en la mayoría de los casos (estoy por pensar que en todos) los directores y creadores de series son capaces de armar sus ficciones con mucha mayor profundidad. Un actor no solamente es una cara bonita o un tipo carismático, pero me temo que en gran medida se les sigue viendo así. Un actor es también un cineasta y responsable en gran medida de la fuerza y autenticidad de una ficción. Y una de sus responsabilidades, qué duda cabe, es sostener eso que en términos anglosajones sería el acting, es decir moverse, hablar, reaccionar, replicar con total credibilidad, sino también sobre todo transformarse, encontrar en qué se parece él o ella al personaje y no en qué se puede parecer el personaje a él o ella (espero se me entienda) y vivir la secuencia no como un actor, sino como de verdad fuera ese personaje. ¿Alguien puede creer en algún momento que Hugh Laurie era Hugh Laurie en House? La transformación es absoluta, alquímica. ¿Alguien es capaz de encontrar la menor fisura en la transformación de McConaughey en True Detective? ¿Cómo es posible que personas que tratan de entender el cine y que tratan de hablar de cine y de escribir incluso críticas o análisis no tengan a los actores, y a lo que significan, entre los tres o cuatro aspectos más importantes de una ficción?

En el Canon de Series que he escrito, y que espero que llegue a ser leído por cuantas más personas mejor, aunque sólo sea para impugnarlo y para que establezcan el suyo propio, hablo a fondo de los actores porque son el corazón de las series, una de las razones más importantes para considerar a una ficción una verdadera obra maestra por la que no pase el tiempo. Verlo de otra manera es sencillamente absurdo.

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