El poderío narrativo de EEUU

Las cosas como son: nos pasamos la vida viendo películas estadounidenses (mal llamadas americanas) y series estadounidenses, escuchando música estadounidense, leyendo libros estadounidenses… de hecho hasta viendo deporte estadounidense (NBA, béisbol, fútbol americano…este está bien dicho…), poniendo en la tele a humoristas estadounidenses, noticiarios estadounidenses…¡Hasta las putas elecciones estadounidenses! Afrontémoslo, nos encanta lo estadounidense. Puede que por lo bajini les pongamos a caldo, pero nos mola. Porque lo estadounidense mola, y punto. Lleva décadas haciéndolo y no va a dejar de hacerlo salvo catástrofe. La mentalidad de ese país, su chulería, su arrogancia, las películas en la que los malos cobran porque el héroe les zurra, de que cuando llega la poli y los bomberos todo se soluciona porque «son los mejores», su grandeza, su épica, el western americano, los anuncios y las marcas estadounidenses…nos mola hasta lo hijos de puta que son cuando quieren algunos de ellos. Nos encantaría ser como ellos, en el fondo, y no este antiguo imperio venido a menos y siempre con Francia, Alemania e Inglaterra jodiéndonos en cuanto pueden. Lo españolito no mola, lo estadounidense sí.

Cómo en un sitio como este, dada su temática, y un tipo como yo, que se pasa la vida hablando de narrativa hasta cuando nadie le escucha, no íbamos a proclamar a los cuatro vientos el poderío narrativo estadounidense. Podemos criticar lo que queramos, y seguro que hay mucha carnaza para hacerlo con gusto, pero también hay que rendirse a la evidencia: los estadounidenses pueden ser tan suyos que no tienen ni por qué ponerle un nombre a su país, pero entendieron pronto el enorme poder persuasivo de la narrativa a la hora de conquistar el mundo, y se entregaron a ello con fruición. Vendieron a todo el globo que ellos son los buenos, y el resto del mundo los malos. Ellos son la policía universal, los sacrificados héroes, y el resto de países las damiselas en apuros esperando a ser rescatadas de mefistofélicos terroristas, de horrísonos comunistas, de malvados hombres que no son blancos y con los ojos azules. Cómo será la cosa que me acuerdo que cuando era pequeño asociaba yo, por alguna extraña razón que aún no comprendía, lo azul a lo bueno, y lo rojo a lo malo. De hecho, no sé si el lector conocerá ese juego que se llamaba (bueno, y que se llama, digo yo…) Stratego, en el que había fichas azules y rojas, y yo, juro por lo más sagrado al que lea estas líneas, no escogía las fichas rojas absolutamente nunca porque me hacía sentir violento y malvado, y comunista, y sioux y un montón de cosas feas, mientras lo azul me hacía sentir bueno, y justo, y noble. Y juro al lector que no estoy pirado.

Pocos elementos propagandísticos tan convincentes como la televisión (que relevó a la radio en esos menesteres), el cine y la literatura, por ese orden. Y lo cierto es que los cabrones lo tienen bastante fácil. Como su país es un desatino sin pies ni cabeza, una república federal de medio centenar de estados y un distrito federal (que es como decir medio centenar de países que tienen la suerte de hablar una lengua común), una de las extensiones más grandes del planeta, con algunos entornos naturales asombrosos, y como está poblado, en algunos lugares, por auténticos pirados, y como allí eso de llevar armas es casi un derecho constitucional, y es además uno de los países más ricos del mundo, y más corruptos del mundo, y más belicistas y destructivos y guerreros de la historia de la humanidad, la materia prima para sus ficciones, escritas o filmadas, está servida en bandeja. Allí no necesitan mucha imaginación. Basta con abrir el periódico cada mañana para nutrirse de grandes historias. ¿Cómo va a competir la historia de un policía llamado, pongamos por caso, Ruperto Gómez, que persigue por las calles de Vallekas al pérfido ladrón de joyerías Makinavaja II, con la del aguerrido investigador Joey Chambers (me acabo de inventar el nombre, y ya me gusta, rediós…), alcohólico, divorciado, que le pasa una pensión a su mujer, cuyo compañero, preferiblemente negro, que se llamaba, yo qué sé, Hank Mortimer (le apodaban Morty en la comisaría), que por supuesto fue asesinado por orden de la mafia italiana, y que busca por las seductoras calles del San Francisco de los años 70 al culpable de ese asesinato, quien además de psicópata y asesino a sueldo, es un fascinante malvado capaz de recitar a Shakespeare al revés mientras remata a sus víctimas con el abrecartas que le regaló su padre antes de morir?

¡Es imposible! ¡Que le den por saco a Ruperto Gómez, y bienvenido seas, Joey Chambers! La mayoría del audiovisual estadounidense, sobre todo del que se vende para las masas en los cines y en los canales por cable, es absolutamente demencial y delirante…¡pero nos gusta! Nos lo pasamos bien, muchas veces, viendo tonterías. Y ellos lo saben. Llevamos décadas y décadas dando de lado nuestra cultura, mucho más rica e interesante que la suya (y lo mismo se puede decir de la italiana, la alemana, o la rusa…no tanto de otros países cercanos) por atiborrarnos de esas palomitas audiovisuales o literarias, hasta el punto de que por ejemplo en España, durante mucho tiempo, nadie se atrevía a hacer cine o literatura de género (negro, western, terror, sci-fi) porque nos sentíamos ridículos, algo que afortunadamente cambió con el paso de los años… aunque para copiar los patrones anglosajones. Y es que los anglosajones dominan moralmente esta parte del mundo, y buena prueba de ello es que nos creemos sus ficciones. Nos fascinan sus ficciones, sus mentiras, construidas para que les veamos como superiores. Y no lo son. Mientras tanto no nos creemos las nuestras, y renegamos de nuestro cine y de nuestras ficciones, a menudo injustamente (otras veces no tanto…).

Aunque lo cierto es que en apenas cien años la tradición cinematográfica estadounidense impresiona. No creo que sea la mejor del planeta (al contrario que muchos ilusos que no ven otra cosa), pero no tienen nada que envidiar a los países más cinéfilos del mundo, como Francia, Japón o Rusia. Incluso el cine británico es realmente impresionante, con sus lógicos altibajos a lo largo de la historia. Han cuidado su cine y lo han vendido con alevosía al resto de países, y lo mismo puede decirse de sus ficciones televisivas. Esto además con el aliciente de que junto a los británicos, los argentinos y algunos pocos más, los estadounidenses son los mejores actores del mundo. Pocas cinematografías actuales pueden presumir de que entre sus filas militan nombres tan imprescindibles, y todavía en activo, como los de Scorsese, los Coen, Allen, Tarantino, P.T. Anderson, David Fincher, Jeff Nichols, Spike Lee, Steven Spielberg, David Lynch, Terrence Malick, Kathryn Bigelow, James Cameron, Wes Anderson, Todd Haynes, y algunos más que me dejo en el tintero.

Y en cuanto a la literatura, hay que reconocer que pese a su corta edad, los estadounidenses también impresionan. Nada menos que Herman Melville, Edgar Allan Poe, Mark Twain, Walt Whitman, Henry James, Nathaniel Hawthorne, Ralph Ellison, Emily Dickinson, Wiliam Faulkner, T.S. Elliot, Thomas Pynchon, Don DeLillo, Cormac McCarthy, por citar sólo a unos pocos. Lástima que sean un país tan joven y que les haya pillado este virus del postmodernismo, lo que ha truncado muy probablemente sus posibilidades de rivalizar con la más importante literatura del canon, la española (y mira que me cuesta decir algo bueno de mi propio país, pero resulta que es la pura verdad).

El empuje narrativo de EEUU es insoslayable, así como su ímpetu y su continua regeneración. Por desgracia en gran medida les sirve para vender las ideas y la forma de vida de la que quizá la nación más dañina de la historia de la humanidad, la que probablemente, junto a un par más, nos lleve a un abismo, si es que no lo estamos ya, del que no podremos salir. Pero mientras caemos como ovejas a ese abismo, aún podremos disfrutar de ‘The Wire’, de ‘The Godfather’, de ‘As I Lay Dying’, de ‘Blood Meridian’, y de unas cuantas más.

5 respuestas a “El poderío narrativo de EEUU”

  1. Ostia, tío! Un que buenísima entrada! de verdad. Creo que es el texto que más he disfrutado (incluyendo libros!) este mes. Yo sufro mucho para hablar bien de los estates… putos estates… pero que bien describida la polaridad de esa puta gente devora hamburguesas… si es que son tantos… y con tanta puta pasta… supongo que si hubieran sido españoles los fundadores de la patria habría sido una mierda muy parecida… al fin y al cabo, somos todos humanos y lo que más nos gusta a los humanos es dejarnos llevar por nuestras pasiones y cuanto más tenemos más queremos, y cuanto más confianza más locuras… lo cual está bien… en la ficción está maravillosamente bien! en la vida bueno… tiene un altísimo precio… pero de algo tenemos que extinguirnos ¿no?
    Tío, empiezo a engancharme a tu blog, aah y te tomo la palabra de eso del bar y seguiré con eso de tío en lugar de Adrián o señor Massanet… con permiso.

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