El sonido es la clave del cine

Yo creo que ya para empezar tanto los libros de análisis fílmico, como las escuelas de cine, como casi cualquier texto sobre este tinglado del cine comienza mal, dando una preponderancia a la imagen que no es real. Esto es como el rock, en el que todo el mundo se fija en el solo de guitarra, y en las letras, y hasta en el vestuario de los integrantes de la banda, antes que en aquello que de verdad sostiene todo: el bajo y la batería. Pero en el caso del cine el bajo y la batería es algo mucho más complejo y mucho más sutil.

Viene esto a colación, claro, de La zona de interés (The Zone of Interest), el cuarto largometraje de Jonathan Glazer –basado por supuesto en la novela de Martin Amis–, en el que como todo el mundo sabe el diseño de sonido no es que sea fundamental, es que da sentido a todo lo que estamos viendo y a la puesta en escena completa del director. Alfonso Cuarón ha dicho que es el filme más importante de lo que llevamos de siglo, y en general ha impresionado por su cruda descripción de la realidad cotidiana de la casa de un jerarca nazi, a la sazón director del infame campo de exterminio en Auschwitz. No tengo claro que haya impresionado tanto por tocar estos temas siempre tan delicados como por el portentoso diseño de sonido con el que lo que en realidad construye es una segunda película (la sonora) debajo de la primera y aparente (la visual). Llevamos toda la vida con profesores de cine y con expertos dando la vara con encuadres, planificaciones, estructuralismos y demás zarandajas que se aprenden en un fin de semana y que no son más que trivialidades en comparación con la fuerza, con el poder, del sonido.

El año pasado ya el gran Todd Field regresaba después de 20 años sin hacer un largo y nos regalaba con Tár un relato terrible y catártico que era en realidad otro estudio del sonido en el cine, y de cómo en realidad la capacidad de un cineasta para trabajar con el sonido y la música son mucho más poderosos que la capacidad de tantos otros cineastas, supuestamente geniales, de hacer secuencias o imágenes atractivas o supuestamente profundas. Y lo mismo que con Glazer y con Field pasa constantemente con los grandes cineastas ya sea de este de otro lado del Atlántico, pues basta echar un somero vistazo a la obra de David Lynch para darse cuenta de la enorme importancia que concede al sonido en todas y cada una de sus cintas, de la primera a la última; basta también sentarse un rato y escuchar atentamente los sonidos y las calidades y cualidades de la música y de los ecos y diseños sonoros de The Thin Red Line y de The New World o de su trilogía moderna reciente para ver que tres cuartas partes de lo mismo sucede con Malick; nos damos cinco minutos de tiempo con la filmografía completa de Andrei Tarkovski o de Lars Von Trier y nos percatamos a poco que tengamos cuatro neuronas que le conceden mucha importancia a la imagen, pero muchísima más al sonido… y así podríamos seguir con Sam Levinson, con Cary Joji Fukunaga, con Enrique Urbizu, con Jose Luis Guerin, con todos los que son algo más que meros realizadores de cine.

Las imágenes por sí mismas no valen nada. Esto es algo esencial que tanto a estructuralistas como a ciertos puristas es complicado hacérselo entender. Con imágenes únicamente lo que tenemos es un montón de cuadros superpuestos, un montón de pinturas que en efecto de forma lógica, por el continuo temporal, pueden dar una sensación de realidad o de camino o flecha narrativa, pero la verdadera sustancia que les da vida, lo que las transforma en algo más que cuadros en movimiento, es el sonido, los múltiples niveles de sonido (ambiente, diálogos, música, ruido), que une esas piezas entre sí y crea algo vivo. Una imagen cinematográfica sin sonido es una sombra en una pared. Es el sonido el que hace viajar esa imagen desde la pared hasta los ojos y la mente del espectador, y es la calidad del sonido y la relación de los diferentes niveles sonoros entre sí los que convierten al cine en algo mucho más interesante, complejo y verdadero. A mí particularmente me parece increíble que tantos y tantos supuestos genios y expertos en cine y series no se hayan dado cuenta de esto.

Llevo defendiendo mucho tiempo que los dos verdaderos poderes de todo gran director son la dirección de actores y el montaje (por otra parte, las únicas disciplinas exclusivas del cine) pero el montaje no es que incluya el sonido aparte de la imagen, es que el montaje esencial, por todo lo que estoy diciendo, es el del sonido, que será la corriente eléctrica, la esencia que haga de esas imágenes algo más (a veces mucho más) que un montón de fotografías en movimiento. Y por eso los más grandes directores (Kurosawa, Coppola, Von Trier) son unos tipos capaces de llevar el sonido a otro nivel, y tienen una concepción de la música cinematográfica mucho más sofisticada que la de la gran mayoría de sus colegas. Yo creo que es de cajón.

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