En efecto, lo vamos a decir una vez más: llevamos unos cuantos años con la suerte de que nos han brindado, especialmente desde la Arcadia de Estados Unidos en lo que a ficciones se refiere, algunas de las mejores series de todos los tiempos. No estoy muy de acuerdo, y creo que mucha gente lo suscribirá, con esa peregrina idea de que el talento del cine norteamericano se ha fugado a las series, pero hay que reconocer que están haciendo historia, y que dentro de cincuenta o sesenta años, puede que antes, se hable de esta época como una etapa gloriosa de las ficciones televisivas, en la que un buen puñado de genios (tanto directores, como guionistas, creadores y actores de muy diverso pelo) se unieron para crear verdaderas joyas imperecederas. Lo que están haciendo varias cadenas/productoras, especialmente la HBO, es digno de toda la literatura que se está vertiendo sobre ellas, y la que se va a vertir, si bien por mi parte echo de menos un tratamiento más profundo y sagaz de los grandes personajes de esas ficciones, que son una de las piezas clave que han contribuido a su grandeza, y me propongo, con este artículo, enmendar tal cosa.

En realidad lo que me gustaría, si soy capaz de desentrañar mis propias ideas, es decidir cuáles son los más grandes personajes, los más complejos, los más extraordinarios, que ha dado la televisión, tanto masculinos como femeninos, así que supongo que las siguientes líneas van a ser algo así como un campo de batalla en el que estos caracteres inolvidables se enfrentarán unos a otros por tal primacía, en un apasionado agón con el que me propongo, de paso, averiguar, explicarme, por qué estos personajes me parece que están más vivos, tienen más encarnadura, que mucha gente que conozco.

Ellas

Empecemos por los femeninos. Lo cierto es que la preponderancia, la copiosidad y exuberancia de personajes masculinos de los últimos veinte años es notable, y deja a los personajes femeninos bastante en minoría. Pero los hay, tan formidables como los masculinos. Ya he hablado de Rue en estas páginas, la inolvidable protagonista de esa genialidad que fue la primera temporada de ‘Euphoria’, de modo que voy a hablar de otras que le van parejas. Si nos vamos a la gran serie, la más famosa y arrolladora de los últimos diez años, que por supuesto es ‘Juego de tronos’ (‘Game of Thrones’, 2011-2019), convendrá conmigo el lector (o quizá no, nunca se sabe…) en que la autoridad de Cersei Lannister/Lena Headey es incuestionable. La Daenerys Targaryen de Emilia Clarke tiene muchos más minutos en pantalla, posee un segmento narrativo para ella sola, y no tiene nada que hacer a su lado, entre otras cosas porque Headey es una actriz muy superior a Clarke. Cersei Lannister es, junto a Tyrion Lannister, su hermano en la ficción, el gran personaje de la serie, no tanto en importancia dramática como en magnificencia creativa. Pocos personajes femeninos pueden lidiar con ella, y no me imagino a ninguna actriz de los años cuarenta o cincuenta alcanzando esta perfección. Cersei no solamente es despiadada, insidiosa y vengativa, también es por momentos atormentada, narcisista y contradictoria. El trabajo de Heady es digno de admiración, pero también el de los guionisas, que han creado a un personaje legendario.

¿Quién puede estar a la altura de este monstruo? Pues fácilmente la Ladgerda, o Lagertha, de ‘Vikings’ (2013-?) de la sensacional Katheryn Winnick, que está quizá un peldaño por debajo en cuanto a las fabulosas dotes interpretativas de Headey, pero que consigue dotar al personaje de de una verdad, una belleza y una mística literalmente indescriptibles. También me ocupé de ella recientemente, pero baste decir que es una perfecta compañera de viaje de Cersei, porque mientras aquella es gélida, esta es un volcán, todo lo que aquella es hacia dentro, esta es hacia fuera, y es en gran parte responsable de la grandeza de la creación de Michael Hirst. Para encontrar un punto medio, y otra interpretación digna de elogio, tenemos que irnos a ‘A dos metros bajo tierra’ (‘Six Feet Under’, 2001-2005), y quedarnos con el personaje femenino más importante de esa singular y en muchos sentidos irrepetible serie: Brenda Chenowith, magistralmente encarnada por Rachel Griffiths en el papel de su vida. A la altura en cuanto a recursos interpretativos técnicos de Lena Headey, el trabajo de Griffiths es a cara lavada, pendiendo de un abismo en toda la serie, con un personaje extremo, ciclotímico, que es el verdadero motor del drama en la serie, porque lo es de las vicisitudes de su protagonista Nate Fisher. El viaje de Brenda es tan interesante y complejo, o incluso más, que el de Nate, y además es en segundo plano, con mucha menos presencia que Claire o Ruth, y durante gran parte de la trama es un carácter detestable o muy difícil de aceptar por el espectador. Brenda es la gran figura femenina de las ficciones televisivas del siglo XXI, porque ella representa la lucha de lo femenino, en este siglo, por imponer sus emociones a las de lo masculino, por obligar al espectador a asumir una sexualidad exacerbada (con su pareja, con su hermano, con todo su entorno) que es su verdadera identidad.

La opuesta a este carácter es la superlativa Carmela Soprano de Edie Falco, la consorte, imbuida de un arrebatado espíritu digno de Dostoievski, del rey de la mafia de New Jersey. Si el trabajo de Gandolfini es grandioso, lo es en gran parte porque delante de sí tiene a una actriz de una valentía apabullante. Edie Falco tiene el suficiente valor para crear al personaje menos atractivo de toda la serie, y de dotarle de una sinceridad que resulta desarmante, de una culpa que no le pertenece, sino que es la que no experimenta su marido, que la aplasta. En mi opinión Carmela y Brenda son personajes que viajan juntas por las sombras de un siglo XXI que ha de ser feminista, pero con un equipaje y una forma de enfrentarse al mundo bastante diferente. Carmela es tan trágica y a su modo tan bella como Brenda, pero el viaje de Brenda es hacia una mayor comprensión de sí misma, y el de Carmela es hacia la desesperación más absoluta, sin ninguna capacidad de redención.

Por todo esto creo que Carmela Soprano, Brenda Chenowitz, Cersei Lannister y Lagertha son los personajes femeninos más bellos y extraordinarios que ha dado la televisión, cada una a su estilo, y con actrices y técnicas muy diferentes.

Ellos

En cuanto a ellos, yo creo que la cosa está más clara y al mismo tiempo es más intrincada de dilucidar. En mi opinión no existe personaje de la complejidad, de la grandiosidad de Tony Soprano. Es posiblemente, el gran personaje de la televisión del siglo XXI. Representa, en sí mismo, la pérdida de confianza de los EEUU, su vorágine de violencia y capitalismo, pero también hunde sus raices en la cuestión migratoria, en los problemas raciales endémicos de ese país. Tony es un cataclismo, un cráter a partir del cual todos los demás personajes pueden medirse, y en parte sabemos que son grandes, porque le tienen a él como referencia, con la única excepción del trío de los más hermosos personajes de ‘The Wire’, de los que luego hablaré. A partir de Tony Soprano todo es posible, y tras ver esa ficción, en la que somos testigos de las vidas de algunos de los más despreciables y abyectos caracteres jamás creados, las ficciones televisivas entran en su época de esplendor definitivo.

Imposible entender al fastuoso Al Swearengen de la truncada ‘Deadwood’ (2003-2006) sin Tony Soprano. Pero Swearengen posee suficientes excelencias como para no considerarle un mero epígono de la ficción de Chase, sino que es capaz de tutear sin ningún problema al personaje de James Gandolfini, porque el estilo interpretativo del genial Ian McShane es muy diferente al del su colega italoamericano, y porque ese carácter es, en realidad, el origen de toda la violencia, la locura y el capitalismo americano que tan nítidamente percibimos en ‘The Sopranos’. Al Swearengen es un personaje apocalíptico, de un salvajismo y una inteligencia atroces, cuya única desventaja consiste en que ‘Deadwood’ quedó fatalmente truncada a la mitad de su argumento, y que la película que recientemente (2019) hemos podido ver, más que una profundización y alargamiento del personaje, es una despedida y un homenaje, muy digno pero insuficiente para paliar esa desventaja. A su modo, Swearengen es un genio intelectual y al mismo tiempo un personaje edípico, que tiene en el sheriff Bullock al padre putativo que rechaza, y en sus putas y sus secuaces las amantes y los hijos que no podrán perpetuar su genio. McShane, británico, dota al carácter de un aire casi mefistofélico, tal es su grandeza y su perfidia, y eclipsa con su mera presencia, con su fuerza icónica, al resto de personajes de la serie.

Sólo encuentro un igual, en grandeza trágica y en genio intelectual, en el inigualable Dr. Gregory House de la serie ‘House M.D’ (2004-2012), que es un procedimental brillantísimo, muy alejado en forma y fondo de las ficciones de la HBO, pero que por el extraordinario talento interpretativo de Hugh Laurie (que por siempre, mal que le pese, será este personaje) se eleva hasta cotas estrosféricas de profundidad moral y psicológica, en un viaje sin retorno en el que su creador, David Shore, lleva hasta sus últimas consecuencias la exigencia de crear un individuo tan extremo, heterogéneo y singular como este doctor, que es un adicto a la vicodina, un sociópata puro, un médico de una intuición casi sobrenatural, y una catástrofe en sus relaciones personales, hasta el punto de llegar a ser casi de una toxicidad irrespirable. Shore entendió muy pronto, y por eso es uno de los grandes personajes de todos los tiempos, que con ayuda de Laurie tenía entre manos una joya que pulir y la fue puliendo hasta su magistral episodio final, que resume todos los valores narrativos y conceptuales de la serie. De la misma manera que Swearengen, House es un personaje apocalíptico, imbuido de sí mismo, incapaz de romper una tensión psíquica, la que le lleva a ser él mismo hasta el final, como el personaje de McShane, le pese a quien le pese, incluido él mismo.

Ya he hablado del excelso personaje de Matthew McConaughey en la primera temporada de ‘True Detective’, y sobre la interpretación de este actor, una de las mejores de la historia (sinceramente, no me imagino a John Wayne, Humphrey Bogart o Jack Lemmon creando algo de esta magnitud…). Rust Cohle está cerca del genio intelectual de House o Swearengen, pero además es un místico, un ser único, y el mayor logro de esa temporada irrepetible. A su lado, la gran creación de Bryan Cranston (al que le cuadra el calificativo de bestia parda de la interpretación) en ‘Breaking Bad’ parece casi prosaica. ‘Breaking Bad’ es una buena serie, y Walter White/Heisenberg es un logro icónico, pero a mi entender está por debajo de estas alturas porque su creación está demasiado a la sombra (esta vez sí) de la de Gandolfini en ‘Los Soprano’, y carece de la belleza de los personajes de los que quiero hablar ahora, el trío maravilloso dentro del reparto coral perfecto de ‘The Wire’: Omar Little (Michael Kenneth Williams), Bubbles (Andre Royo) y Stringer Bell (Idris Elba), que conforman las alturas más inalcanzables, dentro de una serie que podría ser fácilmente la más grande de la historia de la televisión, que probablemente ha dado la HBO junto con los personajes ya nombrados. Lo que Williams, Royo y Elba, cada uno de ellos en roles muy distintos, con peso dispar y estilos diferentes de la trama, logran en ‘The Wire’ es digno de mención en cualquier escuela de interpretación, por la sencillez, la sinceridad, la honestidad con la que trabajan. Jamás parecen interpretar, sino que son el ejemplo más nítido de vivir la secuencia, y una vez más no me imagino a ningún actor del llamado “Hollywood Clásico” pudiendo conseguir algo de esta perfección.

Y para terminar imposible no nombrar a un personaje que generalmente no entra en este ramillete cuando se nombran las más grandes creaciones, y es el Ragnar de ‘Vikings’, interpretado con una fuerza casi delirante por Travis Fimmel. En mi opinión está algo por debajo de los más grandes, por cuanto Fimmel no disponen de los recursos de Gandolfini, McShane y otros, pero como le sucede al personaje de Lagertha, Fimmel dota a su caracter de una belleza, una intensidad y una verdad literalmente indescriptibles.

Y así quedaría el ramillete de los más grandes: Tony Soprano, Al Swearengen, Gregory House, Rust Cohle, Omar Little, Bubbles, Stringer Bell… muy cerca de ellos el Ragnar de Fimmel, y a la sombra, aunque sin duda siendo una gran creación, Walter White/Heisenberg.

2 respuestas a “Los más grandes personajes (masculinos y femeninos) de la ficción televisiva”

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