La pobreza verbal y mental de muchos escritores españoles actuales

Escribe Luna Miguel en ‘El funeral de Lolita’:

«La gente solía describirlo como un nudo en el estómago. Para Helena era una mala metáfora. si tuviera una cuerda en la tripa, al menos podría tirar de ella para escapar a algún lugar lejano, o quizá para deslizarse hacia dentro de sí misma y quedarse ahí escondida, a oscuras entre las vísceras, calentita y tranquila. Pero no estaba tranquila: aquello en su estómago aleteaba como una polilla alrededor de un fluorescente. Algo así como el primer rugido del hambre. Como el estruendo del camión de la basura al irrumpir de madrugada en una calle estrecha.

Las siete y media de una tarde de marzo. El autobús H14 acababa de llegar a su parada cuando el teléfono sonó. Tenía un mensaje de la que fue su mejor amiga en el colegio y en el instituto y con la que llevaba sin hablarse más de una década. Ver el nombre de Rocío en aquella notificación le produjo un ligero vértigo que no le impidió bajarse del autobús de un salto y empezar a subir la avenida del Paral-lel como en un día cualquiera.»

Escribe Alberto Olmos en ‘Irene y al aire’:

«Una semana antes fuimos a una fiesta. Era ya una fiesta de ir para nada, para cumplir, para despedirse de todas las fiestas. Nuestra amiga inauguraba casa, un piso inasequible en la plaza de Comendadoras. Eugenia le preguntó el precio nada más verlo. El precio era más grande que la casa.
Llegamos de los primeros, pues cuando uno sabe que su presencia en una celebración no va a durar, cumple protocolos inconscientes: llegar pronto para irse pronto, llevar algo que dure allí más que uno, que sea huella de su paso; avisar enseguida de que se irá, marcharse finalmente sin darse demasiada importancia, como quien sale a hacer un recado. La fiesta congregaba profesores, escritores, poco más. En la parte derecha del salón, los profesores hacían corrillos y movían mucho las manos, se les notaba el vicio adquirido tras varios años de pupitres y pizarras; en la parte izquierda, los escritores también formaban corrillos, pero resultaban más inmóviles y decorativos. Era junto a la ventana, abierta a pesar de febrero para llenar la plaza de humo y elogios (qué vista, qué es aquello, qué bonito, Madrid), donde miembros de ambos grupos se mezclaban y conocían, se ofrecían de fumar.»

Escribe Ray Loriga en ‘Rendición’:

«Nuestro optimismo no está justificado, no hay señales que nos animen a pensar que algo puede mejorar. Crece solo, nuestro optimismo, como la mala hierba, después de un beso, de una charla , de un buen vino, aunque de eso ya casi no nos queda. Rendirse es parecido: nace y crece la ponzoña de la derrota durante un mal día, con la claridad de un mal día, forzada por la cosa más tonta, la misma que antes, en mejores condiciones, no nos hubiera hecho daño y que sin más consigue aniquilarnos, si es que coincide por fin ese último golpe con el límite de nuestras fuerzas. De pronto, aquello en lo que no habíamos reparado siquiera nos destruye, como las trampas de un cazador que nos supera en habilidad y a las que no prestábamos atención mientras nos distraíamos con el señuelo. A qué negar, en cambio, que mientras pudimos también cazamos así, utilizando trampas, sueños y grotescos pero muy efectivos camuflajes.»

Escribe Almudena Grandes en ‘La madre de Frankenstein’:

«Durante quince años me había esforzado por recordar los colores, las texturas, las sensaciones que había perdido, pero cuando regresé, todo me sorprendía. La rotundidad del sol de enero sobre los campos encogidos por la escarcha, la vastedad de las llanuras secas, la aridez de la tierra, la forma de las nubes, la silueta de las mujeres a las que veía cada mañana recogiendo agua en la fuente de la plaza, sus cabezas humilladas, cubiertas con un pañuelo, pero aquel piano no. Absorto en otro ritmo, el que producían mis pisadas sobre la madera, ni siquiera le presté atención hasta que la música cesó bruscamente cuando pasé por delante de una puerta. Sólo entonces recordé dónde vivía. España no era Suiza, las emisoras de radio españolas no emitían conciertos de piano a las doce de la mañana. Un segundo después, como si quisieran acompasarse con mi extrañeza, todas las campanas de Ciempozuelos repicaron al unísono para señalar la hora del Ángelus.»

Recuerdo todavía los ejercicios de redacción que nos mandaban hacer en clase, cuando teníamos diez o doce años, sobre los más diversos temas. Estas páginas aquí copiadas me recuerdan bastante a ellos, y en algunos casos me parecen incluso inferiores. Yo no sé qué es lo que ha pasado en la novelística española (y por ende, de todo el mundo, aunque no es cuestión de copiar aquí textos de autores alemanes, franceses, italianos, norteamericanos y daneses), pero me consta que la cosa es general, con individuos nefastos como Karl Ove Knausgård o Joël Dicker. Como mucho tenemos que contentarnos con buenos cuentacuentos, que algunos quedan. Pero, esto que he puesto aqui… ¿qué es exactamente? Este tipo de redacción sólo puede convencer a gente que no ha leído nada en su vida salvo cosas como estas. ¿Y los propios escritores? Me consta que todos los nombrados han leído bastantes cosas… ¿No se dan cuenta de que lo suyo no solamente no es, nunca podrá ser literatura, sino que además, probablemente, ni siquiera sea una historieta mínimamente interesante? Olmos se quejaba amargamente de la poesía de gente como Marwan o Leticia, sin darse cuenta seguramente de que él juega en la misma liga.

Lo que más llama la atención de todos estos figuras de las letras, que luego se venden maravillosamente a sí mismos en las columnas, o los artículos o las entrevistas que les hacen (como si fueran verdaderos intelectuales de profundas ideas estéticas o filosóficas que, curiosamente, jamás pronuncian, porque no hacen más que escribir chorradas en Twitter o que contestar bobadas cuando se les pregunta algo) es su apabullante, desoladora pobreza expresiva y verbal (algún que otro crítico está de acuerdo conmigo, pese a todo) y la aridez y convencionalidad de su pensamiento, algo que jamás puede permitirse todo gran novelista que se precie, tampoco un novelista que aspire a ser simplemente interesante o estimulante. Yo no sé quién convenció a estas personas, y a muchas otras personas (todo el mundo parece dispuesto a escribir un libro con sus memorias o una novela romántica, ya sea un trabajador de la construcción o un presentador de la tele) de que debían ponerse a escribir, maquillando sus abrumadoras limitaciones narrativas, meramente cuentísticas, con expresiones pedantes o rebuscadas, con giros verbales dignos de un Umbral quizá, pero nunca de un Unamuno.

Todos estos nombrados, y muchos más, son un FRAUDE editorial y novelístico, y sus compadreos y guiños entre sí en entrevistas o columnas dan fe de ese fraude, como una secta endogámica que no se cree ni lo que dice, que no ha leído en su vida crítica o teoría literaria (y si la ha leído, ha sucedido como las vacas pastando y viendo pasar el tren). Si el siglo XVIII fue nefasto, literariamente hablando, el XXI se postula como un siglo todavía más nefasto, y más aún mientras estos estafadores profesionales que tanto se aman a sí mismos, teniendo además la desfachatez de poner su jeta en algunas de las portadas de sus libros, sigan recibiendo la atención de editoriales y medios. Pero yo creo que no hay portada lo suficientemente grande para tanta jeta.

26 respuestas a “La pobreza verbal y mental de muchos escritores españoles actuales”

  1. ¡Bravo Adrián!. Me quito el sombrero ante tu crítica en la que no puedo añadir nada porque tienes toda la razón.

    Tan sólo una pregunta ¿qué escritores recomiendas tú, tanto a nivel nacional como internacional? Algo bueno debe haber en este siglo, autor aparte.

    Por cierto, leídas las primeras 80 primeras páginas de tu novela sólo puede decir que deja con ganas de más 😀

    Un saludo!

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      • ¿Y que piensas de autores como Carlos Ruiz Zafón con su La sombra del viento o Patria de Fernando Aramburu, Javier Sierra, Ildefonso Falcones o Javier Marías?. Reconozco que yo soy más de literatura internacional pero quiero pensar que aquí tenemos algún que otro buen autor.

        Respecto a la novela, ya te iré diciendo pero vamos, tiene muy buena pinta 😀

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      • ‘Patria’, con todo el bombo que se le ha dado, no me pareció nada del otro mundo. Normalita, normalita. Ruiz-Zafón es un escritor pésimo, lo mismo que Sierra y Falcones. Javier Marías quiere ser Faulkner y es un escritor aún peor que los nombrados, porque además tiene ínfulas de artista.

        Pues nómbrame alguno, porque me cuesta encontrar algún nombre.

        Gracias, a ver si te gusta toda.

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  2. Pues de ámbito internacional, del cual me he comprado libros, Stephen King, H.P. Lovecraft, Edgar Alan Poe, Terry Prachet, Max Brooks, Clive Barker, Ramsey Campbell, Peter Straub,

    Y de ámbito nacional, te haré caso. Desconozco a nivel nacional, aunque hay una novela » La descendencia» que tiene pinta de best seller 😀

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  3. Hola, Adrián!
    Bueno, a decir verdad, en el Siglo XVIII varios artistas inmensos vieron la luz de sus obras: Rousseau, Goethe, Schiller, Voltaire, Daniel Defoe, Jonathan Swift y pocos más. De siglo XXI quedan varias décadas por delante, habrá que esperar el advenimiento de una serie de genios en fila, díficil pero no imposible, ¿no, Adrián?

    Oye, tengo que un dilema ahora mismo respecto a mi siguiente lectura: tengo a la mano «Rojo y Negro» de Stendhal y «Robinson Crusoe»… Quiero una lectura que me espabile la imaginación, y que simultáneamente me enriquezca el acervo cultural con nuevas palabras, conceptos e ideas… ¿A estos fines, cuál considerás es la más propicia? -claro está, en caso de que hayas leído ambas novelas-
    Agradecería tus sugerencias al respecto.
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    • Hola, Robert!

      Claro que hubo artistas inmensos en el XVIII, pero compáralo tú con el XVII…

      Ojalá la cosa cambie. Es lo bueno de ponerse tremendista, que a las primeras de cambio te equivocas, y las cosas no son tan malas como esperabas.

      ‘Rojo y negro’ es magnífica, una de las dos obras maestras de Stendhal. ‘Robinson Crusoe’ es muy muy diferente, aunque también valiosa. No sé cual deberías leer primero. Probablemente la primera.

      Pero antes que esas: ¿te has leído ‘El Quijote’ enterita, del principio al final? Si la respuesta es no, desecha esas y ponte con la de Cervantes.

      Un abrazo grande!

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  4. En efecto, ya me leí El Quijote, a los 16 años por primera vez, y el año pasado le di una segunda lectura: lo más grande de la literatura, -y eso que también leí La Divina Comedia, pero reconozco que en esta se me hizo tremendamente, a tal punto que me tomó unos 5 meses terminar de leerla.

    Seguiré tu consejo: leeré Rojo y Negro, albergo muchas expectativas al respecto. Muchas gracias, Adrián! Hasta la próxima

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