La falsa supremacía de la cultura francesa

Una cosa esta clara, y en los últimos tiempos lo estoy aprendiendo a marchas forzadas: en este mundo hay que saber venderse si quieres triunfar. Y en ese sentido pocos pueden enseñar tanto a los demás como los franceses, tanto las élites políticas, como las económicas, las culturales y las artísticas, así como cualesquiera otras élites. Porque desde hace muchísimo tiempo, desde luego mucho antes de que yo naciera, y probablemente antes de que el abuelo de mi abuelo naciera, se considera a nivel mundial a lo francés como lo más de lo más, como el mascarón de proa de las libertades y las humanidades en Europa, como el culmen del buen gusto, lo refinado y lo excelso, como el ejemplo máximo de lo que significa Europa de civilización avanzada, de literatura, de cine, de gastronomía, de buen vivir, de modernidad, de derechos e igualdades. Y por supuesto Francia, principalmente París, es el primer destino turístico del mundo, con casi noventa millones de visitantes al año, y subiendo.

Algunas cosas se dan por supuestas, y como la gente no tiene tiempo para rascar acerca de las verdades absolutas que nos imponen, aceptan tales cosas, las asumen, y aquí no pasa nada. Por mucho que la historia y la realidad sean tozudas al respecto, lo que importa, bien lo saben las élites, es la sensación general, lo que la masa acrítica de ciudadanos del mundo tome como una suerte de verdad. Así es como los populismos y los políticos reaccionarios ganan elecciones en cualquier punto del planeta, y así es como ciertas nacionalidades identitarias (es decir, ciertas culturas) imponen su visión sobre otras culturas, así es como los países modernos se imponen a otros países y como cada cual toma su posición en el orden de las cosas. A saber: que las libertades actuales se deben en su mayor parte a la Revolución Francesa, que la II Guerra Mundial se ganó en gran parte gracias a la Resistencia Francesa, que fue debido a la Ilustración que Europa salió de las tinieblas de los siglos anteriores y entró en el racionalismo, que sus premios literarios y cinematográficos son los más codiciados del mundo, que el Tour de Francia es la más importante prueba ciclista del mundo, que París es la ciudad más bella del mundo, que el francés es el idioma más bello y más perfecto del mundo, que su cocina y sus vinos son los más portentosos del mundo, que su cine y su literatura es la mejor y la más bella del mundo…

Lo importante, bien lo sabemos los que nos dedicamos a la narrativa, es el punto de vista del relato. No importa que ese punto de vista sea asumido por una persona malvada, o por un monstruo. Si ese relato que escuchamos está construido en base a su punto de vista, él tendrá la razón, y su verdad será indiscutible. Por es en narrativa es tan valioso cuando el narrador sabe lo fácil que es caer en la tendenciosidad, y modera ese punto de vista, o lo matiza con otros puntos de vista complementarios. El de Francia, el oficial pero subterráneo, se parece mucho al de Estados Unidos: nosotros somos los mejores y no hay discusión posible, nuestros crímenes no son tan terribles como los de otras naciones, el mundo entero tiene mucha suerte de contar con nosotros. No es de extrañar que desde EEUU muchos intelectuales de poco nivel (es decir, la mayoría) se fijen siempre en Francia y la tengan como referente en todo lo europeo y en sus intentos de ser menos ombliguistas, cayendo de la sartén al fuego. Y lo mismo sucede a la inversa: los franceses miran siempre de reojo a lo estadounidense como un modelo a seguir en muchas cosas, como un hermano no deseado pero necesario a la hora de sostener su status quo. Pero sucede como dice el refranero español: dime de qué presumes… Porque siempre los que van de adalides de la libertad, de defensores de la democracia ultramarítima, los que cantan a los cuatro vientos su magnífica historia de lucha por la humanidad, son los que más deberían callar.

Con el imaginario mundial más que satisfecho desde que se estableció que España hizo verdaderas barbaridades en lugares como América del Sur (algo de por sí bastante cuestionable), pocos parecen tener tiempo para fijarse en los actuación de Francia en sus colonias de medio mundo, especialmente en el continente al sur de Europa. Los crímenes de Francia contra multitud de países africanos son incontables y espeluznantes. Mientras algunos demonizan a España por actos nada claros de masacres contra indígenas, la administración francesa es la culpable directa del atraso social, cultural y económico del llamado continente negro, por su política de apartheid, por la obligatoriedad de aprender el idioma francés para comerciar entre esos países, por la destrucción de regiones enteras, y ya en el siglo XX por sus actividades de boicot de democracias jóvenes y la imposición de dictadores sanguinarios que les venían mucho mejor a la hora controlar sus recursos. Los que leen tanto acerca de lo malvados que fuimos los españoles en América cuatrocientos años, harían bien en documentarse sobre las atrocidades de la bien amada Francia en pleno siglo XX, como la guerra de Argelia, y otras muchas guerras que ciertos activistas luchan porque sean considerados crímenes contra la humanidad. Pero algunos, muchos, andan tan desmemoriados como siempre.

Nadie le cuenta a Francia su historia, y Francia se niega a que su pueblo la conozca en las escuelas. España construyó numerosas universidades en América del Sur y otras geografías, permitió a los autóctonos gobernar en su tierra y se mezcló con los lugareños. ¿Cuántas universidades ha fundado Francia en sus enormes territorios de otros continentes? Y con las libertades ocurre lo mismo: ¿sabía el lector que en Francia se aprobó el sufragio femenino trece años después que en España? Nada de extrañar cuando en la tan aclamada Revolución Francesa se aguillotinó (en la plaza de la Concordia…) a una de las primeras feministas de ese país (Marie Gouze), y cuando en la Solemne Declaración de Derechos Humanos, se hace una relación de derechos del hombre, no de la mujer. Lapsus tonto que tuvieron. Pero de poco les valió tanta masacre y tanto cortar cabezas en su ejemplar revolución, porque poco después llegó de nuevo el absolutismo y la tiranía en la figura del nefasto Napoleón, quien por suerte duró poco tiempo.

Francia es la otra cara de España. Nos puso en su punto de mira y se inventó la Leyenda Negra, de mano de personajes como Luis XIV, a la que luego se sumó el mundo anglosajón, para demonizar todo lo español, mientras como gran potencia mundial llevaba a cabo crímenes mucho mayores y sin ninguna contrapartida positiva. Siempre envidiosos de todo lo español, los franceses han hecho muchas cosas brillantes, como la revitalización de la novelística desde el Noveau Roman y la cinematografía desde la Nouvelle Vague, pero revitalizar o proponer nuevas formas, desde su muy particular y chovinista punto de vista, no significa que sean los únicos impulsores de movimientos renovadores, y por mucho que allí haya novelistas como Claude Simon, Louis-Ferdinand Céline, Alain Robbe-Grillet y algunos otros, ni uno solo de ellos ha escrito una obra tan gigantesca como ‘La saga/fuga de J.B’, de Gonzalo Torrente Ballester, este sin tanto boato y tanta pompa de renovador genial. Y por mucho que la Nouvelle Vague fuera de rompedora y de renovadora, al final defendían los postulados de gente como Ford, Hitchcock o Vidor, y el único cineasta francés que es un verdadero gigante es Robert Bresson, que poco tenía que ver con Truffaut, Godard y compañía, y aún él por debajo de Luis Buñuel, que por supuesto los franceses quisieron apropiarse como suyo (al igual que con Picasso), dado que no andan sobrados de verdaderos genios.

En Europa hay dos países por encima de todos los demás en riqueza literaria, filosófica y artística: Italia y España. El resto está muy por debajo en su aportación universal, y las élites francesas lo saben desde hace siglos (lo mismo que las élites británicas y las alemanas). Francia tiene grandes nombres y aportaciones más generales como el país puntero y privilegiado que siempre ha sido en ciencia, e investigación y armamento, pero carece de verdaderos gigantes en novelística, poesía, teatro (sólo ha habido dos teatros nacionales que merezcan ese nombre, el británico y por supuesto el español), pintura, grandes catedrales (ellos tienen Chartres y Notre-Dame, desde luego… ¿hacemos un compendio de las españolas?) y carecen de un idioma tan rico e inabarcable como el español. Por eso han tenido que recurrir al relato, esto es, a la propaganda, para situarse en un puesto que no les pertenece históricamente: el de un gran país (una cultura)creador de libertades y de humanismos al por mayor.

14 respuestas a “La falsa supremacía de la cultura francesa”

  1. Todos los estados inventan una historia que dicen que es la suya, pero solo es una repajolera leyenda y en la que por supuesto salen retratados como muy maravillosos y la verdad es que todos son unos depredadores y fomentan el odio a sus vecinos, porque el odio aglutina a su paisanaje en torno a una «unidad de destino en lo universal» y en actitudes acríticas hacia los propios dirigentes y por supuesto en una sociedad universal de mercado persa, haya que saber venderse e incluso me atrevería a decir prostituirse con mayor o menor moderación para que nos compren el producto, así funciona esto de momento porque otros sistemas al final aun han funcionado peor, el género humano es lo que tiene, que en vez de estar hecho como nos decían a imagen y semejanza de Dios suele ser una chapuza quizás reflejo del demonio o ni siquiera de eso. Saludos y optimismo mejor que melancolía.

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  2. No voy a decir que el ser humano es despreciable y que todos los estados son asesinos —que lo son—, pero creo que algunos son moral y artísticamente más admirables que otros, incluso hoy, cuando toda ideología o política parece converger únicamente hacia el capitalismo depredador, que se ha erigido como nuevo Dios desde el siglo XIX, me parece a mí.
    Yo sólo sé un poco de poesía. Al respecto, Francia, Inglaterra, Alemania y Estados Unidos no pueden compararse con España e Italia, estoy de acuerdo. Creo que tienen unos pocos genios a la altura de los nuestros (exceptuando a gente como Dante, que es inigualable), pero aun así son excepciones; carecen de una tradición y de un saber hacer que dan los siglos, efectivamente. Si se salvan es gracias a los pocos grandes genios que han ido surgiendo muy de vez en cuando en su tierra.
    En fin, todo esto para decir que concuerdo contigo acerca de Francia, my friend, qué demonios.
    Abrazos!!!

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  3. Hola Adrián,

    Al final, y en última instancia, el elemento perjudicado es siempre el mismo: las personas. Se utiliza el poder de las historias para embadurnarnos de leyendas, gestas, hechos, personajes y referencias que se utilizan para ensalzar lo mismo desde el siglo XIX: mi nación es la mejor y la Historia lo demuestra. Si para eso tengo que retorcer el pasado, ahí tenemos el sistema educativo, los intelectuales y la propaganda.

    Da igual que vayamos a Francia, EEUU o Reino Unido, las tres grandes victoriosas de la Edad Contemporánea, o a España, Italia, Grecia o cualquier otra nación del sur de Europa u otros continentes. Nunca he considerado a España como mejor ni peor que otras naciones porque, si bien a distinto nivel, todas ellas han realizado auténticos desmadres humanos por un objetivo u otro. Y dentro de todo ello, siempre es una cuestión jerárquica. Una batalla entre diferentes élites, antes de sangre, ahora por valores económicos, para los que solo somos números.

    Quiero ver al mundo desde la perspectiva más global posible y quedarme con lo realmente humano e importante: su arte, su gente, su cultura y su historia. Como diría Carl Sagan, me gusta verlo como un punto azul pálido. Todo lo demás son cuestiones que están más bien relacionadas con el ámbito antropológico, competitivo y territorial del ser humano. Llámalo equipo de fútbol, llámalo partido político o llámalo nación.

    ¡Un abrazo!

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      • Sin duda, la palabra «libertad», junto con unas pocas más, es de las más manoseadas de la Historia y del presente. No dejo de escucharla todos los días en los medios o en redes. Todo el mundo la usa pero nadie sabe que significa, por lo que se ha quedado tan vacía de contenido que ya se utiliza incluso para designar lo contrario. Cada vez que se acerca un «defensor de la libertad» lo único que realmente puedo hacer es correr lo más lejos posible.

        Un saludo.

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