Si, es una cuestión por una parte apasionante, porque se trata de uno de los grandes directores de la actualidad y quizá de todos los tiempos. Pero también es una cuestión importante, porque Scorsese es, con mucho, la figura actualmente más venerada del panorama cinematográfico de EEUU, y no hay cinéfilo, veterano o principiante (aunque sobre todo principiante) que no esté con su nombre en la boca cada cinco minutos, fascinado por la dilatada y excelente carrera del pequeño italoamericano convertido ya en mito para la posteridad.

En los últimos años, digamos veinte o veintipico, parece de obligado cumplimiento el hecho de que cada nuevo filme de Scorsese es automáticamente una obra maestra. Sucede lo mismo con Clint Eastwood o con Woody Allen o gente así: directores muy famosos, muy longevos, muy prolíficos. Luego, a los dos o tres meses, las ideas se atemperan lo suficiente y la obra maestra que parecía ser pues a lo mejor no lo es tanto. Pareciera, con tales afirmaciones, que se tratara de apuntalar la carrera de cineastas que no necesitan ningún tipo de ayuda para sostenerse y para seguir trabajando. De hecho, lo que necesita la crítica, urgentemente, es un poco de sentido común y una teoría integradora del cine como arte. Es tan dañino, a su modo, encumbrar a ciertos directores y considerar que todo lo que hacen o hicieron es una maravilla sin mácula, como poner en la lista a otros directores o estilos o nacionalidades (sobre todo la estadounidense) y considerar que todo aquello es una basura sin remisión. Al final, la inteligencia es la que debe preponderar a la hora de hacer un juicio, y no las tripas, que es lo que parece que todo el mundo está dispuesto a utilizar. Y las tripas son malas consejeras a la hora de hablar de películas, novelas o cualquier otro tipo de soporte narrativo, pero supongo que están de moda.

Si de verdad se quiere encontrar el lugar de Scorsese en la Hª del cine estadounidense, más les valdría a su legión de admiradores comenzar a ponderar cada uno de sus trabajos con el mayor de los rigores, y no actuar como «groupies» con cada una de sus nuevas realizaciones.

Perteneciente a la que probablemente sea la generación más revolucionaria del cine estadounidense, Scorsese goza de dos cualidades extraordinarias que le ponen muy por delante de otros grandes nombres como Allen, De Palma o Lucas:

–Es un portentoso director de actores

–Es un grandísimo director-montador

Es decir, que las dos características más importantes de todo gran cineasta (el sentido del montaje y la dirección de actores) él las posee en grado superlativo. Esto no significa, sin embargo, que todo lo que hace albergue una insuperable mezcla de ambos talentos. Sí se podría decir, sin ninguna duda, que incluso en el más superficial de sus trabajos, su montaje y su dirección de actores se sitúan por encima de la media. Pero no solamente de virtuosismo vive un director. Sobre todo vive de construcción, de mirada, de estilo. En el caso del autor que nos ocupa, podríamos decir que posee un estilo bastante definido, sobre todo en un buen número de sus filmes. Pero es un autor poliédrico, que ha demostrado no estar interesado en una única vertiente expresiva, sino que ha sido lo bastante audaz como para salir de aquello que en teoría es su mundo y tratar de probar otros mundos. Quizá pocas veces, empero, ha triunfado saliendo de esos mundos tan reconocibles suyos.

De su amplia y apasionante filmografía podríamos citar un filme como su obra maestra (es decir, la suma de todas sus cualidades y obsesiones, y la cima de un estilo y de una forma de entender el cine) que es Goodfellas. Tanto es así que de alguna forma Mean Streets puede ser considerado un borrador enérgico y balbuciente de ese filme, y grandes filmes posteriores como The Age of Innocence, Casino, Gangs of New York, Wolf of Wall Street, The Irishman o la recién estrenada Killers of the Flower Moon son variantes temáticos de ese triunfo apoteósico.

Por otro lado, podemos citar como su filme genial al fundacional y extraordinario Taxi Driver. Genial porque es su filme más audaz, más formalmente arriesgado, más sombrío y en cierta forma el más pasmoso de su filmografía. Es su filme más radical e inicia una corriente martirológica y catártica en su cine. Filmes posteriores como Raging Bull, After Hours, The Color of Money, The Last Temptation of Christ, Kundun, Bringing Out the Dead, The Aviator, o Silence prosiguen esa estela con mayor o menor fortuna.

Del primer grupo el filme más portentoso es Casino. Del segundo grupo el filme más portentoso es Raging Bull, con mención especial para el excelente Bringing out the Dead.

En mi opinión, lo que Marty ha intentado desde que posee verdadero poder en la industria y verdadero renombre y prestigio internacional, es convertirse en el más grande director vivo de Estados Unidos. Y para ello había un mito que superar, y ese es el de El Padrino, la trilogía, que además incide en la línea de flotación de ese mundo que él conoce tan bien. De hecho Goodfellas podría considerar como un «anti-Padrino», pues deshace toda la mitología y la ritualidad de los filmes de Coppola, para devolverle a ese mundo –o por mejor decir, para otorgarle de manera definitiva– un prosaísmo salvaje, un realismo sucio y exacerbado. Y sus filmes monumentales reinciden en esa idea: derribar o superar El padrino. Pero a juicio de quien esto firma, Marty no lo ha conseguido. Se ha quedado cerca, y para algunos su figura está por encima de la de Francis Ford Coppola. Pero hay que ver las cosas como son y no como se quiere que sean. Con Goodfellas rozó la imposible altura de la trilogía de Coppola, aunque solamente fuera por oposición, y con sus muchas notables películas se ha ganado a pulso un lugar de privilegio en la historia. Y ese lugar está debajo del de Coppola. Si tenemos que elegir las más grandes obras, las más sublimes de la Historia, hay que poner de manera obligatoria la trilogía de Coppola y Apocalypse Now… incluso The Conversation, hay que incluir el Falstaff wellesiano, hay que añadir las genialidades de David Lynch, en el ámbito estadounidense, pero Marty queda por debajo de todo eso, porque sus catedrales no son tan inmensas como Apocalypse, The Thin Red Line, Ran o Falstaff, de Shoah, El camino a casa o Princess Mononoke. Solamente Taxi Driver podría aspirar a ser incluida en esa terna. Y tendría dificultades para hacerlo.

Y si añadiéramos a las series como cine, y deberíamos añadirlas, concluiríamos que The Sopranos, teniendo como precursora evidente a Goodfellas, la engulle y la magnifica y la deja en poca cosa. Así funciona esto del arte. Y aún así habría que seguir considerando a Marty uno de los cinco o seis cineastas más importantes de la Hª del cine USA.

4 respuestas a “La cuestión Scorsese”

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