El cine es alguien mirando

Y siempre es así, aunque no veamos a alguien mirando. Pero tampoco voy a suscribir esa manida frase de que el cine nos enseña a mirar (casi tan absurda como esa otra de que leer nos hace mejores personas, o más felices, o más libres…). El cine es la glorificación de la mirada. Es un artista (en este caso, director/ora de la película) mirando el mundo de una determinada manera, capturando un pedazo (el plano) del mundo, y desechando otros, haciendo casi tan importante el objeto material que estamos viendo, como lo que hay detrás, la mirada, el tono, la intención del que mira.

Pero muchas veces sí vemos a ese alguien mirando. Un personaje, a menudo el protagonista, mirando algo, y a continuación, a corte, vemos el objeto que está mirando. Ese diálogo entre alguien que mira y plano a corte de lo que está mirando es lo más básico, y en cierto sentido lo más poderoso, a un nivel psicológico, que puede dar el cine. No solamente por asociación de acciones o ideas, sino sobre todo por la respuesta emocional. Digamos que el personaje se encuentra en estado normal, tranquilo, luego ve algo que le saca de ese estado, tenemos a corte el plano de lo que él está viendo (que puede ser un plano abiertamente subjetivo, esto es, que simule ser exactamente su punto de vista, o no) y de nuevo un plano del personaje reaccionando a lo que él (y nosotros) está viendo. Y nuestra reacción es la misma que la suya.

Y aunque no lo sea, aunque no sea exactamente la misma, podremos empatizar con la reacción emocional o psicológica de ese personaje, que viene a ser lo mismo. Y ya estaremos interesados en la narrativa de la película, y en la historia que nos quiere contar. Es algo absolutamente simple y mecánico, pero lo suficientemente eficaz como para haberse usado millones de veces en películas de todo tipo. Pensemos por ejemplo en ‘La ventana indiscreta’ (‘Rear Window’, 1956) de Alfred Hitchcock, que es una especie de estudio sobre esto de lo que estoy hablando. O pensemos en las películas de Steven Spielberg (un director por el que no siento especial devoción, pero cuyo inmenso talento no pienso negar), en las que una y otra vez vemos a un personaje y después lo que ve el personaje, y muchas veces sin plano a corte. Simplemente la cámara se mueve, pone al personaje en primer término de espaldas, y al fondo aquello, espantoso o maravilloso, a lo que no puede dejar de mirar.

Pero más allá de todo esto, existen una gran cantidad de maravillosas películas que están basadas en la mirada del personaje, y no de una forma evidente o calculada, como en el caso de la película de Hitchcock, sino de un modo mucho más sutil, que está ahí sin que apenas lo percibamos. Pienso por ejemplo en esa maravilla que es ‘Las flores de la guerra’, de Zhang Yimou, cuyo tono estético y moral está presidido por la mirada de la increíble niña Zhang Xinyi, que ya en un principio Yimou se preocupa mucho que la veamos mirar a su entorno, pero que en determinado momento, en el interior de la catedral, mira una y otra vez por el agujero de bala de la vidriera, y cuyo rostro queda teñido de sus cristales de colores.

La niña no es la protagonista ‘de facto’, algo que sería el personaje de Christian Bale o de la actriz Ni Ni, pero sí es la protagonista moral, ‘de iure’. Y más que el objeto que mira, lo más importante de la película, a mi juicio, es verla a ella mirando. Los ojos y la expresión de ella, como símbolo de la inocencia y la niñez resquebrajadas. Es eso, y no otra cosa, lo que te rompe el corazón en esta película. Y conseguir ese tipo de mirada, de tensión psíquica, en un actor (que debe ser la misma que quieres inocular en la mente del espectador), a veces es increíblemente difícil, pero si se logra es de lo más importante que puede alcanzar el cine.

Ejemplos, miles. La famosa escena de ‘El espíritu de la colmena’, de Víctor Erice, en la que la niña, Ana, se queda conmocionada ante la muerte de la niña de ‘Frankenstein’, de James Whale:

O uno de mis preferidos: el de Keanu Reeves mirando a Bodhi surfear en ‘Le llaman Bodhi’ (Point Break, Kathryn Bigelow, 1991):

En realidad, el cine no va del ser humano, va del espectador. Va de alguien mirando algo que le conmueve, le aterra o le maravilla. Es decir, de alguien viendo una película. Paradójicamente, eso es el cine.

3 respuestas a “El cine es alguien mirando”

Deja un comentario