Habiendo comentado ya el ADN de cuatro de los ocho géneros canónicos (el Western, el Bélico, el Noir y el Musical) quizá valga la pena detenerse en otra clase de cine, de hecho en cierta manera una clase de cine también muy determinada y a su modo muy codificada, que muchos llaman drama (aunque en realidad drama significa otra cosa, que ahora pasaré a comentar) o que también se llama a menudo el cine de no género, o el cine sin género, ese que es el predilecto de cierto sector de la crítica, quizá el más purista y elitista de todos, que considera, por razones absurdas para mí, que el cine de género tiene menos valor o menos altura estética. Pero he de reconocer que a mí, cuando es gran cine, también me vuelve loco.

Un inciso sobre el término «drama»: en realidad «drama» proviene del griego dram, que significa acción, o movimiento, o para ser más exactos, representación de una acción. Es por eso que las obras de teatro se llaman generalmente dramas. Hoy se distingue, un tanto equivocadamente, entre filmes dramáticos y filmes de comedia, sin saber que, en el fondo, pueden ser lo mismo. Fin del inciso.

Continuemos. Cine de no género, ese que a lo mejor, muy tangencialmente, tiene trazas de Noir, o de Western, o de Comedia, o de Fantástico, pero que sobre todo es un relato de la vida actual, absolutamente realista, casi naturalista, que tiene personajes «reales» a los que les pasan cosas que podrían definirse como «realistas», eventos o peripecias que podrían pasarle a cualquier espectador del mundo un día cualquiera y no se sorprendería. El tipo de cine que habla sobre problemas familiares, o problemas conyugales, o problemas de pareja, o de trabajo, o políticos, o sociales, que carece de personajes más grandes que la vida, que no está narrado con grúas ni con grandes angulares (generalmente…), sino muchas veces con cámara en mano, a cara lavada, incluso con actores no profesionales, pues pretende darte un bocado de la realidad que tú puedes palpar todos los días, sin recurrir a las formas del melodrama.

Y digo pretende porque incluso esas películas, y esto es importante recalcarlo, son una fantasía, no un reportaje, y por tanto nada tienen que ver con un documental (soporte que incluso para muchos cineastas es también ficción…). A fin de cuentas, una película sin género también está codificada y posee unas reglas internas que ha de mantener para ser cohesiva y, sobre todo, creíble. En definitiva cualquier ficción es una fantasía, y como tal ha de ser coherente con su propio universo, algo que muchas veces no sucede y que da como resultado un filme amorfo y de escaso vuelo.

Sea como fuere, este tipo de cine es el que con frecuencia se lleva premios en los festivales, o incluso en Goyas, Oscars o Baftas, y es el que con más denuedo defienden los críticos más puristas tipo Ángel Fernández-Santos o Miguel Marías, a los que se oponen otro, como Jesús Palacios o gente así, convencidos de que el cine de género es mucho más poderoso. Yo no me alineo ni en un bando ni en el otro, en primer lugar porque no soy purista, y en segundo porque creo que existen grandes películas fuera o dentro de los grandes géneros, y hay que sacar las gemas allá donde se hallen.

Haciendo memoria de magníficas, formidables películas de no género del último par de décadas, pienso en las españolas ‘Solas’ (1999), de Benito Zambrano, o ‘Te doy mis ojos’ (2003), de Icíar Bollaín, o ‘La vida mancha’ (2003), de Enrique Urbizu; o en la danesa ‘La caza’ (2012), de Thomas Vinterberg; o en la argentina ‘Martin (Hache)’ (1997), de Adolfo Aristaráin; la alemana ‘La vida de los otros’ (2006), de Florian Henckel von Donnersmarck; las norteamericanas ‘Mud’ (2012), de Jeff Nichols, ‘In the Bedroom’ (2001), de Todd Field, ‘Winter’s Bone’ (2010), de Debra Granik, ‘Captain Fantastic’ (2016), de Matt Ross; o la británica ‘Locke’ (2013), de Steven Knight; por nombrar un grupo de películas ni muy famosas ni muy desconocidas que cualquier espectador puede encontrar con facilidad y que son un ejemplo de ese tipo de cine que no es ni musical, ni noir, ni western, ni bélico, sino que pone la cámara, y la puesta en escena, a la altura de la mirada humana.

Este tipo de películas también debe verse en cine, porque sus sonidos, los urbanos, los cotidianos, son los que oímos (o creemos oír) todos los días, y viéndolas en la oscuridad de una sala casi tenemos la impresión de que los cineastas están hablando de nuestra propia vida, de que se han colado en nuestra cotidianeidad y con la fuerza del cine pueden hablarnos de tú a tú de algunos de los resortes más enigmáticos de nuestra propia vida, o de vidas parecidas a la nuestra, o de infancias, o de senectudes, o de descubrimientos que podrían tener lugar en nuestra geografía a pesar de transcurrir, en la ficción, en otra geografía muy diferente. Si el cine es, como cualquier otro arte, una forma de conocimiento, el cine de no género es valioso cuando se convierte en una fuente de conocimiento y de reflexión de nuestra realidad más rugosa y cercana.

3 respuestas a “El drama más esencial”

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