Creo que es la primera vez que incluyo la palabra cultura en el título de uno de mis textos, y desde luego es la primera vez que hago una etiqueta con ella. Pero a pesar de haber escrito sobre muchas cosas referentes a la narrativa y a las artes durante mucho tiempo, tampoco tengo muy claro lo que significa cultura. Si acudimos a la RAE, la primera acepción de cultura es «cultivo» (f.), la segunda es «Conjunto de conocimientos que permite desarrollar a alguien su juicio crítico» (f.), la tercera es «Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.» (f.) y la cuarta es «Culto religioso». Vaya, muy interesante… Si además consultamos a la Wikipedia, dice lo siguiente: «En el uso cotidiano, la palabra cultura se emplea para dos conceptos diferentes:
1: Excelencia en el gusto por las bellas artes y las humanidades, también conocida como alta cultura.
2: Los conjuntos de saberes, creencias y pautas de conducta de un grupo social, incluidos los medios materiales que usan sus miembros para comunicarse entre sí y resolver necesidades de todo tipo.
En el primer caso se trata de un conocimiento contemplativo, aparentemente sin aplicaciones directas.
En el segundo caso nos referimos a las ciencias o técnicas aplicadas con una finalidad práctica o utilitaria: evidentemente en este último sentido también se incluye una especie de solapamiento, porque la contemplación de la naturaleza está necesariamente unida a una explicación de la misma».
Al parecer la palabra cultura es el comodín perfecto del mundo moderno. Todo es cultura, desde un cuadro de Van Gogh a un reality show de la tele, y todo debe ser considerado como tal. Si leemos la prensa, cualquier periódico tendrá una sección de cultura, en el que por supuesto incluirá los apartados de libros, arte, cine, música, escena, historia, arquitectura, cómic, videojuegos… y toros. No se sabe (desde luego yo no lo sé) desde cuando la cosa es así, pero resulta que es así, y va a seguir siendo así durante mucho tiempo. Y empiezo a creer que tal clasificación de conceptos es lo que nos ha llevado a esta situación delirante en la que la literatura ha dejado de ser ficción, en la que las películas se han convertido en videojuegos, y en la que resulta que los videojuegos son el arte del futuro. Un mundo en el que todo es lo mismo, en el que tanto vale ser director de cine o novelista como youtuber o cocinero, porque todo es arte, todo es cultura, y todas las culturas son iguales y todas las obras culturales tienen la misma importancia.
Y no. Lo siento pero no.
Así las cosas, resulta que cualquier persona que tenga ciertas inclinaciones artísticas o cierta sensibilidad, o cierta inteligencia no primaria, va a desear, va a necesitar ser culto, y si dispone de algo de tiempo libre o de ingresos más o menos decentes, va a tener que hacer acopio de gran cantidad de cosas para serlo: va a tener que leer cientos de libros, de películas, de series… va a tener que ir al teatro y a museos todas las semanas, incluso va a jugar a videojuegos (alguno que otro hay que no toma a la gente por imbécil), va a tener que estar al día de todo para ser «culto». En otras palabras va a sacrificar sus inclinaciones, su sensibilidad y su inteligencia por pertenecer a ese gremio llamado «los cultos», que suena casi a sacristía, o peor aún a secta… el culto cultural a la cultura de lo culto… parece un trabalenguas, pero no lo es. Y sin embargo, tal como algunas personas han dicho antes que yo, todo eso de la cultura casi nunca tiene nada que ver con el arte, no con la literatura ni la música ni el cine, desde luego, y es mejor ser inteligente, mucho mejor, que ser culto.
Porque por definición, además, la persona inteligente nunca va a dejarse arrastrar por cuestiones gremiales, ni por lo que se supone que hay que leer, ni por conceptos culturales. La persona inteligente, si de verdad lo es, sabe muy bien lo que necesita y lo que vale la pena, no digamos ya la persona con inclinaciones artísticas y sensibilidad. Todo eso de cultura huele a clan, a facción, y no hay nada más opuesto al arte que eso. El artista (o el intérprete) no crea (o interpreta) en grupo desde la nada, que es lo que parece que se hace ahora, sino que crea en irrestricta soledad desde la compañía de otros como él, compañía mental o espiritual si se quiere llamar así, de lo que son como él pero no pueden compartir su mismo espacio. Y la literatura y el cine son más poderosos cuanto más van contra la cultura operante y oficial, nunca a favor de ella. Las grandes obras maestras siempre son muy críticas con la sociedad y la cultura y no pueden verse constreñidas por ninguna de las dos.
Por eso nos sorprenden y nos fascinan, por eso nos impactan y nos conmueven, porque están más allá de la cultura y de la sociedad que la sostiene, porque son irreductibles, invulnerables a ideologías o localismos. Las obras de arte, si de verdad lo son, derriban mitos, iconos e ideas preconcebidas… es decir a la cultura. No nacen de ella sino a pesar de ella. Por eso decir que la literatura es cultura, o abrir un periódico en la sección de cultura para leer un artículo cinematográfico, es un disparate como una catedral. La cultura es el tentáculo omnímodo que todo lo atrapa, que todo lo fagocita y lo transforma para hacerlo más asequible al vulgo, a los espectadores sin espíritu crítico, que adquiriéndola creen conseguir uno, pero que está aguado, normalizado, codificado para sus intereses, y que sirve a las grandes compañías y corporaciones para seguir fabricando más de esa droga, de esa adicción. Pero la única droga que merece la pena es la de la narrativa y la poética basada en la inteligencia y la verdadera sabiduría, y para alcanzar eso hace falta mucho más que ver muchas películas y leer muchos libros. Para degustar el más extraordinario de todos los narcóticos hace falta emprender un viaje mucho más arduo que coger el metro e ir al museo o al teatro todos los fines de semana. Y muy pocos están dispuestos a hacerlo.
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