Eso es una cosa que le gusta a todo el mundo: escribir lo que opina sobre algo. Es casi como una droga, o un derecho conquistado: antes no se podía escribir algo y que te leyeran más de cincuenta o sesenta personas (si eras capaz de dar la brasa a toda tu familia y a todos tus amigos), ahora es mucho más fácil. Se opina sobre lo que ocurre, sobre lo que se ve… se opina incluso sobre quien opina. Las opiniones son gratis y dejándolas por escrito, o haciendo un vídeo con ellas, puede servir incluso de terapia, de desahogo, de purga. Y de lo que más se opina, por alguna razón, es de series, de películas, de libros, de cómics o de álbumes musicales. Supongo que sería imposible hacer un cálculo de cuántas opiniones y sentencias y exclamaciones se suben a la red, en forma escrita o audiovisual, a lo largo de un día, pero seguro que son muchos miles. Opiniones e ideas, la mayoría de ellas, formuladas sin reflexionar, creando el caldo de cultivo perfecto para fanatismos, para enfrentamientos, para sectarismos y polarizaciones extremas, hasta el punto de que hay quien se dedica simplemente a escribir contra aquellos que a ellos no les agradan, dejándoles ataques directos continuados en sus sitios o en sus perfiles, como verdaderos talibanes del pensamiento ajeno.
Pero ni una sola de esas ideas o imprecaciones u opiniones, o muy escasas de entre ellas, son verdaderamente críticas o reseñas. La gente, en sitios como Filmaffinity o en Twitter, o en las páginas web en las que deja comentarios que no le interesan a nadie (y al autor menos que a ningún otro), no escribe más que eso, opiniones. No deja por escrito o en un vídeo otra cosa que sus gustos. Dice lo que le gusta, lo que le encanta o detesta, y nada más. Y eso no es una crítica o reseña. Ni siquiera es un comentario. Luego pueden ir diciendo por ahí que escriben o graban reseñas, pueden incluso mentirse a sí mismos pensando que lo hacen. Pero lo cierto es que una crítica o una reseña es algo muy diferente a casi todo lo que nos encontramos por ahí, y por desgracia esto sucede incluso con medios muy leídos y supuestamente profesionales, pues gente como Carlos Boyero comenta lo que a él le gusta, sin más argumentos. Extendida a los cuatro vientos la idea de que el arte es subjetivo, de que todas las opiniones son válidas, de que las ideas de todo el mundo son igualmente importantes y respetables, ha calado bien honda la idea de que un crítico literario o cinematográfico es alguien contándonos lo que a él le gusta (y esto vale también para pseudo-críticos como Harold Bloom). Pero la realidad, le pese a quien le pese (y por lo visto le pesa a mucha gente que está por lo políticamente correcto) es muy diferente.
Ni el arte es lo que a cada uno le apetece que sea, ni un crítico o reseñista es alguien contándonos lo que a él particularmente le gusta, ni todas las ideas u opiniones son igualmente importante o respetables. Quien piensa esto último necesita creer que el mundo es un lugar mágico en el que las ideas más abominables pueden coexistir con las más constructivas, quien piensa lo segundo no tiene ningún interés en la crítica ni la interpretación de una obra de arte, y quien piensa lo primero sencillamente no tiene el menor interés en el arte, ni lo conoce ni sabe lo que es, y en lugar de molestarse en intentar averiguarlo, se lo inventa por su cuenta porque así es todo mucho más fácil y requiere mucho menos trabajo.
Todos estos chavalillos que acaban de salir de la facultad de filología y que se creen más que preparados para ponerse a escribir sobre libros, y que decididos a hacerlo abren canales en youtube, o abren páginas web, o tienen los contactos y la suerte suficiente como para empezar a hacerlo en grandes medios tradicionales como la televisión o la radio o incluso la prensa, se estrellan una y otra vez contra un hecho en el que seguramente no habían reparado: ya existen muchos críticos literarios o cinematográficos que están fracasando antes que ellos en la complejísima proeza de estar a la altura de las circunstancias, porque sucede que la gran literatura es superior e irreductible a la crítica más afinada, la que lo intentó con las mejores armas. Y me temo que las armas de los recién llegados son más bien escasas, romas e incapaces. Hay que ser un verdadero genio para tener veintipocos años y saber lo que es la literatura o cuales son sus manifestaciones más importantes, para ponerse a escribir sobre ello y tener algo que decir al respecto. Pero estos muchachillos están más que dispuestos a volver a descubrir el Mediterráneo, y a hacerlo con los mapas equivocados, sin la preparación debida, y tratando de convencer al personal de que sus lecturas son las adecuadas.
¿Y saben por qué lo hacen? Porque les leen y les escuchan personas todavía más ignorantes que ellos, y en el país de los ciegos, el tuerto es el rey. Cuando no tienes ni pajolera idea sobre narrativa, ficcionalidad o literatura, te llega un tipo y te cuenta la memez esa de la sanchificación del Quijote y la quijotizacion de Sancho, y tú te quedas perplejo, o te cuenta en qué consiste la diferencia entre fantasía y ciencia ficción y tú sacas el cuaderno, te pones a tomar apuntes y tienes la sensación de que estás aprendiendo algo. Todos esos que quisieran aprender de literatura o de cine, o de arte, lo tienen muy fácil: ahí tienen a gente realmente preparada que puede ayudarles a aprender, y bastante rápido además. Están al alcance de la mano en las redes. Pero prefieren seguir a estos booktubers, leer a estos niños tan osados, porque creen que van a ser más amenos y les van a enseñar las mismas cosas. Pero sólo con muchos años de estudio e investigación se llega a algo. No hay atajos. No hay colegas de veintidós años que hayan dado con lo que es la literatura, o la narrativa.
Al final todos nos enfrentamos con el mismo problema, que no es un problema, sino la solución: la cruda, la maldita, la paciente realidad.
Interesante artículo Gran MASSANET
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Ay ay ay
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