De Pumares a Boyero, la nefasta crítica cinematográfica española

Tampoco tengo muchas cosas buenas que decir de otros críticos internacionales, de Estados Unidos a Francia, pero como vivo en España conozco un poco más (sólo un poco más, toda la vida me he tomado la molestia de que me destrocen mi capacidad crítica en inglés y en francés, hasta en alemán) lo que hemos tenido que sufrir aquí. Ya he escrito en otras ocasiones sobre la crítica, y sobre las diferentes corrientes que existen y de las que algo se puede sacar para desechar todo lo demás. En algunos casos no se puede sacar nada, y es que algunos se dedican a la crítica cinematográfica porque permite viajar, ver mundo y sentirse más listo que los demás.

Uno de los primeros, sino el primer crítico, que conocí, fue el ínclito Carlos Pumares, que cuando yo era un chavalín tenía ese famoso programa en las ondas radiofónicas, titulado ‘Polvo de estrellas’ (título nada engañoso), y que ponía música de películas estadounidenses, y hablaba sobre todo de películas «clásicas» estadounidenses, y respondía a preguntas de los oyentes en un tiempo en el que no existía internet y el buen hombre se valía de su memoria (bastante vasta, pero en ningún caso infalible), para responder quién dirigió tal película, o cómo se llamaba aquella otra, mientras iba dejando píldoras sobre sus gustos personales, nunca argumentando o explicando nada, sino dando por hecho que él tenía razón y que todos los demás estaban equivocados. Le recuerdo siempre el primero en los pases de prensa en el Festival de San Sebastián (como si eso fuese necesario), y supongo que el lector más joven le recordará pegando voces en televisión o bien sus críticas para la La Razón, muy mal escritas por cierto.

Pumares decía que le gustaba el cine pero en realidad le gustaba el cine estadounidense de los años treinta, cuarenta y cincuenta, que él consideraba el mejor de todos los tiempos. Es uno de esos individuos que tienen la culpa de que los que ahora tienen entre cincuenta y sesenta años den la matraca con John Ford y con Billy Wilder sin conocer muy bien el cine de esos dos cineastas, y de que muchos que se piensan cinéfilos sólo sean capaces de apreciar el cine estadounidense y poco más. Era, es, simplemente, un diletante sin la menor formación, que no tiene interés (ni capacidad) en abrir debates teóricos ni en profundizar más allá del me gusta, que ha creado generaciones de ignorantes acríticos que se creyeron que él tenía la verdad absoluta sólo porque se acordaba de tal o cual actor. Un tipo muy listo, que se expresaba mucho mejor en la radio que en un medio escrito y que es el padre, quizá inconsciente, de todos esos blogueros y diletantes que, como él, no tienen la menor preparación ni el menor interés en indagar en el cine, porque no tienen nada interesante que aportar, nada valioso que decir sobre el cine.

Pauline Kael, que tampoco es santa de mi devoción, al menos tenía una prosa algo solvente. Sus conclusiones eran, casi todas, muy poco interesantes, y tampoco tenía mucho que decir ni que aportar, pero por lo menos escribía bien, no como Pumares o como el otro del que voy a hablar, Carlos Boyero, que más que crítico de cine, o periodista cinematográfico, es un individuo que no se sabe cómo se ha colado en periódicos de gran tirada, parece que se ha escapado de la barra de un bar y de algún modo milagroso, quizá con un portal mágico, ha llegado a escribir y a ganarse la vida como crítico, y además crítico titular, de El Mundo primero y de El País después. Misterios de la vida. Boyero, sin embargo, no habría existido si antes no lo hubiera hecho Pumares. Son primos hermanos. Y Boyero lleva el pumarismo más allá: ni siquiera se molesta en enmascarar su desidia argumentativa, su absoluta carencia de recursos críticos. Simplemente comenta lo que a él le gusta y lo que no, como un espectador cualquiera, y con una prosa funcional. Le recuerdo en los pases de prensa del Festival de Berlín, con su permanente rictus de estar hasta los huevos de todo, de hastío absoluto.

Estos son dos de los críticos más famosos de las últimas décadas en este país tan acrítico. Claro, luego teníamos a otros como Ángel Fdez-Santos, que escribía muy bien, y muchos le preferimos a él durante un tiempo, hasta que te dabas cuenta de sus enormes limitaciones discursivas. Pero por lo menos tenía clase, tenía estilo, procuraba cierto debate teórico, sin grandes profundidades. Era un refugio hasta que recalabas en Cahiers, o en Dirigido por, revistas que tampoco es que sean nada espectacular (aunque a años luz de pumares y boyeros)… o hasta que terminas leyendo en twitter a alumnos de alguna escuela de cine que se creen que se puede hacer una crítica de cine hablando de cuánto dura un plano o de la composición pictórica de ese plano… Desde luego, no es fácil. Pero si no te resignas y sigues estudiando después de ir a dos escuelas de cine, si sigues investigando, dudando de todo, leyendo todo lo que cae en tus manos, escribiendo a diario, terminas convirtiéndote tú en tu crítico de cabecera, y sueles ser bastante infalible.

Es lo que hay.

10 respuestas a “De Pumares a Boyero, la nefasta crítica cinematográfica española”

  1. La condescendencia, amigo Adrián, también es una actitud en la que se acepta o tolera con suficiencia o desdén (Diccionario de la RAE, 2ª acepción). Un saludo.

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    • Me encantan estos debates semánticos… La connotación negativa de condescender implica falsa amabilidad o cortesía deshonesta. Aquí no hay nada de eso. Solamente un rechazo frontal a los críticos mediáticos, sin la búsqueda de crear amigos que implica condescender.

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