Escribir, sea lo que sea, ya es un acto absurdo. Sentir felicidad por hacerlo es el absurdo de los absurdos, estaremos de acuerdo al menos en eso. Decía Bukowski que los escritores son los artistas más raros de todos, porque al final lo único que obtienen es un fajo de folios, nada más. No le faltaba razón.
Pero yo siento felicidad al escribir. En determinadas ocasiones. Determinadas mañanas o determinadas noches. Sobre todo por la mañana. Disponer de unas horas sólo para mí, en las que nada ni nadie pueda molestarme, pueda inmiscuirse en todo aquello que bulle en mi cabeza, ya sea una de las ficciones que estoy escribiendo, o una crítica o un artículo, es lo más cercano que yo conozco a la felicidad absoluta. O algo parecido… Porque esa felicidad se parece bastante a otras cosas que no son, o no deberían ser, sinónimos: esclavitud para con tus proyectos, sacrificio de tiempo y relaciones y hasta de salud, sufrimiento diario por conseguir siquiera un diez por ciento de lo que te propones, esfuerzos denodados en días de descanso después de una semana agotadora en la que también haya escrito entre dos y tres horas diarias, soledad absoluta. Es complicado decretar que esto pueda ser felicidad. Pero el caso es que lo es.
Despertarte al amanecer, cuando tu edificio, y tu barrio por entero, están tranquilos y en silencio. Prepararte algo de desayunar, liviano, rápido, que no te entretenga demasiado. Consultar la hora (las 7, las 7 y media.. no mucho más) para calcular cuántas horas tienes disponibles hasta el primer compromiso del día. Sentir el calor del ordenador, de los libros que lo rodean, como si fuera un fuerte del que tú te has erigido comandante. Comenzar a teclear con las tripas, con el corazón, sin pensar. Decidir después en qué vas a emplear la mayor parte de esas tres o cuatro o cinco horas que tienes disponibles… porque entre semana no las tienes. Como mucho una hora y pico antes de irte a trabajar, y como mucho dos o tres horas (con mucha suerte) algunos días por la tarde. Pero nada de cuatro o cinco horas seguidas. Cuatro o cinco horas seguidas de trabajo extenuante en el curro. Eso sí. Por eso te sientes doblemente afortunado. Y por otra cosa te sientes más afortunado aún: porque nadie puede quitártelo, nadie puede meterse en tu texto, sea de ficción o no-ficción. No existe un editor, o un director o un supervisor que te diga lo que tienes que hacer, qué áreas puedes tocar y qué temas o técnicas son tabú. Eres completamente libre. Te crees, de hecho, la persona más libre del universo.
Para otros la felicidad absoluta consiste en tener hijos, en que le doren la píldora, en que se haga una fila entera de personas que han comprado su libro para poder firmárselo, en pasar un día en el campo rodeado de naturaleza, en coger una moto acuática, en drogarse hasta las cejas, en beber hasta caer redondo, en ver ganar la Copa de Europa a su equipo de fútbol, en que les den la razón (en este charco me temo que a veces caigo yo…), en que se equivoque ese ministro que tanto odian, en follarse a esa tía buena que durante tanto tiempo han tratado de conquistar, en ver a su hijo licenciarse en la universidad o en poder ver su planeta preferido a través del telescopio. Pero para ti no. Para tí todo eso puede estar muy bien, pero no es más que un sucedáneo, una droga blanda, un pasatiempos. Tú no quieres que pase el tiempo, sino controlarlo hasta el último segundo en el interior de tu ficción. Tú no quieres drogas blandas, sino duras, de las que te vuelan la cabeza. Tú no quieres que los demás te construyan algo con lo que tú poder encontrar la felicidad, sino que te lo construyes tú, de cero, de la nada. Y lo mejor de todo es que nadie puede quitártelo. Cuando dentro de unas horas, días, meses o años estés muerto, nadie habrá podido quitarte eso nunca.
Supongo que cuando un escritor, que sabe que le van a publicar el libro que está proyectando, o que está ya escribiendo, se levanta por la mañana y se pone a ello, lo hace con el entusiasmo del que se gana la vida con ello, con la satisfacción del que obtiene un rédito económico, y por tanto material, de aquello que teclea. Pero otros no tenemos eso. No sabemos si algún día nos van a publicar alguna de nuestras ficciones, y en el caso en que alguna editorial nos la publique, sabemos que lo más probable es que, desconocidos como somos, nunca trascienda nuestro trabajo y sea muy complicado ganarse la vida con eso. Por eso, quizá, lo valoramos más. Se valora mucho más la vida cuando sabes que no será para siempre, y la compañía grata cuando has estado mucho tiempo solo. Se sabe apreciar, aunque no nos demos cuenta, a un buen amigo o a una buena pareja después de haber tenido amigos de mierda y parejas tóxicas y psicópatas. Y si eres un poco inteligente, sabes apreciar el mero hecho de levantarte por la mañana aún con la improbabilidad de que algún día sirva para obtener un respeto y un reconocimiento. Simplemente por el valor de hacerlo, en total y absoluta libertad, entregándote en aquello que haces por el amor de hacerlo. Eso no lo tiene mucha gente. Y aunque lleva aparejado soledad, sufrimiento, frustración, sacrificio… lo agradeces y lo valoras como lo que es.
Y te das cuenta de que sobre todo en estos tiempos, la llamada profesionalidad mata el arte, aunque sólo sea por el simple hecho de que el artista carece de la libertad absoluta para hacer aquello que le dictan las tripas y el corazón.
5 respuestas a “La felicidad absurda de escribir”
Suscribo casi de morro a rabo su artículo Don Adrián. Fantástico.
👏👏👏
Me gustaLe gusta a 1 persona
De nuevo, muchas gracias!
Me gustaMe gusta
Escribir puede ser también una auténtica necesidad, y tambie´n una vocación (misteriosa como cualquier otra), que a mí no me parece absurda, aunque no tengan una lógica excesiva para aquel que no piensa obtener un rendimiento económico inmediato de su trabajo, por ejemplo.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Estimado Adrián: debo añadir que esto me lleva al profesor Nuccio Ordine, que se ha prodigado felizmente sobre el tema de la supuesta inutilidad de la Literatura (v. en Acantilado, etc.)
Me gustaLe gusta a 1 persona
Hola, Saul
En efecto, muy supuesta. Si tantos estamos colgados de ella es porque algo más tendrá.
Realmente es complicado librarse de ella, pero también practicarla.
Un abrazo!
Me gustaLe gusta a 1 persona