*Artículo originalmente publicado en el número 172-173 de la revista Making Of

“Mi filme no trata sobre Vietnam… es Vietnam”

-Francis Ford Coppola en Cannes, 19 de mayo de 1979

I

Más allá de un filme mítico

Existen no pocos filmes míticos en la Historia del Cine, muchos de ellos –justo es decirlo– de manera bastante arbitraria, pues ese aura mítica responde más a motivos extra-cinematográficos de lo que pareciera. El mundo del Cine es aún más veleidoso que el de la Literatura, y sobre él pesa demasiado el “glamour”, la salsa rosa y la suntuosidad. Lo sociológico e icónico, en definitiva, antes que lo conceptual y poético. Demasiadas veces se considera películas importantes a fenómenos sociales que poco tienen que ver en realidad con el arte. No es el caso de ‘Apocalypse Now’, cuyo inmenso valor cinematográfico parece ya, a más de cuarenta años de su estreno, fuera de (casi) toda duda. Pocos filmes tan míticos como la realización número decimoprimera de Francis Ford Coppola, y por una vez con escasas o ninguna razón extra-cinematográfica y con muchísimas, casi innumerables razones netamente cinematográficas, narrativas y conceptuales. 

El filme, sin estar del todo pulido por falta de tiempo, se alzaba con la prestigiosa Palma de Oro –ex-aequo con ‘El tambor de hojalata’, de Volker Schlöndorff– del festival de Cannes de 1979, y se convertía rápidamente en un gran éxito de taquilla que salvaba los muebles (nunca mejor dicho) tanto a American Zoetrope, la compañia con la que Coppola todavía soñaba con convertir en una alternativa a los grandes estudios, como a su propia familia, pues había puesto como aval todo su patrimonio para poder terminarla. Un año y dos meses de filmación y casi dos más de montaje y mezcla de sonido para una aventura que se convirtió en uno de los rodajes y producción más endiablados de la historia del cine, con huracanes, infartos del actor protagonista, consumo de drogas, decenas de miles de metros de película… No existe otro filme como este. Ahora bien, a 43 años de su estreno, e inmersos en una guerra Europea que puede desembocar, si nadie lo remedia, en una III Guerra Mundial, se impone no solamente desentrañar las imágenes de la película, sino sobre todo indagar en aquello que trata de desvelar, en la desaforada crítica que late en sus imágenes: una crítica no solamente al carácter depredador de Estados Unidos, sino al ser humano en su totalidad.

El filme cuenta el itinerario de pesadilla de un soldado del ejército de EEUU, el capitán Willard (interpretado por Martin Sheen), enviado por sus superiores río arriba para terminar con el mandato de un tal coronel Kurtz. Es decir, para asesinarlo, porque según parece Kurtz libra su propia guerra, sin contar con nadie, incluyendo en sus filas a los nativos y llevando a cabo matanzas y atrocidades. Porque se ha vuelto loco, en definitiva. Se adapta así la famosa novela corta de Joseph Conrad, ‘El corazón de las tinieblas’, que narraba la opresiva aventura de Charles Marlow desde Londres hasta el río Congo, en busca del jefe de una explotación de marfil, apellidado Kurtz, quien ha comenzado a creerse una deidad entre los nativos. Y si la novela de Conrad se convertía en un tapiz en el que condenar el salvajismo de los supuestamente civilizados contra las poblaciones preindustriales, el filme de Coppola se erige en un estudio del horror absoluto, en un viaje al corazón de la locura del que en un primer visionado no podemos extraer nada más que desesperación, espanto y devastación. Pero en toda obra de arte verdadera, por muy cruenta y desoladora que sea, se han de hallar unos valores que trascienden con mucho la atrocidad de sus imágenes. A medida que revisamos ‘Apocalypse Now’ vamos descubriendo lo que se esconde tras las apariencias.

Porque tras la enorme hojarasca de producción, tras un buen puñado de secuencias memorables, bajo este crisol de posos demoníacos en el que el operador Vittorio Storaro fundía la selva de Filipinas para convertirla en una ensoñación fantasmal de la jungla de Vietnam, se esconde una doble visión –la de su tiempo y la del ser humano– que es crucial en el devenir no solamente del cine estadounidense sino de la sociopolítica de ese país y de la forma en que contamina otros muchos con su “política” exterior y su forma de comunicarse con otras culturas. El Cine, que es superior e irreductible a la Cultura, igual que cualquiera de las grandes artes plásticas, abstractas o narrativas (que a veces, como el propio Cine, son a la vez abstractas y narrativas) se convierte en esta ocasión en algo más que un espeluznante espectáculo. Su propósito es otro: salir precisamente de esas tinieblas del título de la novelita en la que se basa, de esa oscuridad (en realidad el “darkness” del titulo original se traduce directamente por “oscuridad” antes que por “tinieblas”). Pero para llegar al conocimiento, al corazón del asunto, hay que pasar primero por una pesadilla, volver a nacer, zambullirse en las tinieblas más pegajosas y nauseabundas, para salir al otro lado con otra perspectiva… el que consiga salir.

¿Qué pretende realmente esta película entonces, más allá de fascinarnos u horrorizarnos? Hacernos abrir los ojos ante una realidad pavorosa: que el ser humano no tiene salvación y que solamente aceptando que somos una especie asesina podremos, quizá algún día, superar esta condición. ¿Y qué mejor escenario para hablar de eso que la Guerra de Vietnam?

II

Vietnam: abandonad toda esperanza

La llamada de forma coloquial Guerra de Vietnam, en realidad la II Guerra de Indochina, y conocida allí, en ese país, con el elocuente nombre de Guerra de Resistencia contra Estados Unidos (Kháng chiến chống Mỹ en vietnamita) fue un conflicto armado que tuvo lugar entre 1955 y 1975 con el objetivo de un Vietnam unificado y comunista. Es consecuencia directa de la I Guerra de Indochina, de tintes coloniales, en la que la muy democrática y liberal Francia, entre 1946 y 1954 (y por cierto, con armamento estadounidense), trató de retener esa colonia hasta que fue derrotada, con el país dividido en dos y la amenaza de una Guerra Civil, amenaza que se cumplió un año después.

La pregunta esencial en este contexto es: ¿qué se le había perdido a Estados Unidos en uno de los países más bellos del Pacífico? ¿Por qué movilizó semejante esfuerzo bélico para luchar contra los comunistas de Vietnam del Norte, con la consecuente pérdida masiva de vidas humanas y destrucción del entorno natural? Se calcula que murieron entre un millón y tres millones de vietnamitas y casi sesenta mil bajas estadounidenses, contando mil setecientos desaparecidos. Fue, además, una guerra televisada y altamente impopular por la crueldad que tuvo lugar en sus combates, con numerosas y flagrantes violaciones de los derechos humanos y de la Convención de Ginebra por parte de la primera potencia mundial: Estados Unidos lanzó más de siete millones de toneladas de bombas sobre Indochina durante la guerra, más del triple de las que usaron en toda la II Guerra Mundial. Unos cuatro millones únicamente sobre Vietnam del Sur. Laos ostenta el dudoso honor de ser el país más bombardeado de la historia de la humanidad. Por otra parte, el ejército estadounidense normalizó el empleo de productos químicos defoliantes (con la excusa de arrasar grandes extensiones de follaje y que los enemigos no pudieran ocultarse en él), así como herbicidas de los que rociaron millones de litros en áreas como el delta del río Mekong. ¿Las consecuencias?: la drástica mutilación del paisaje vietnamita, el envenenamiento por dioxinas de cuatro millones de personas, la destrucción de un amplio porcentaje de los bosques y arrozales de todo Vietnam. 

Con estos datos y otros que no queremos dar para no ser demasiado cruentos… ¿No está bien elegido el título de la película de Francis Ford Coppola? Lo que tuvo lugar en esta guerra fue un genocidio, uno más, maquillado y vestido como guerra contra el comunismo. Desde la I Guerra Mundial el mundo entero es un enorme tablero de ajedrez en el que la superpotencias juegan a la ruleta rusa en la cabeza de cientos de millones de personas. El objetivo aquí era golpear a China y a Rusia con la excusa de ayudar a un pequeño país del que nadie había oído hablar hasta entonces. Algo parecido a lo que sucede hoy en Ucrania, con el conglomerado atlantista enviando armas a Ucrania para prolongar absurdamente una guerra perdida de antemano. Los Estados Unidos tan pronto intentaron ayudar a Francia a no perder su colonia como supuestamente ayudaron a los vietnamitas del sur contra los “odiosos” comunistas del norte. Perdieron la guerra (la más larga que han mantenido hasta la que tuvo lugar en Afganistán…) y comenzó el largo declive, de la influencia bélica estadounidense en el mundo.

En ‘Nacido el 4 de julio’ (‘Born on the Fourth of July’, Oliver Stone, 1989), el oficial interpretado por Tom Berenger, que trata de reclutar a universitarios para “una guerra en el pacífico”, asegura que su ejército nunca ha perdido una guerra. Nunca”. Bueno, eso no es cierto. Se considera, por supuesto, que la de Vietnam fue la primera ocasión en la que salieron derrotados, pero durante el siglo XX ya habían perdido la ocupación de Nicaragua (1912-1933), la Expedición punitiva contra Francisco Villa (1916-1917) la Guerra Civil Rusa (1917-1925) y la Invasión de Bahía de Cochinos (1961). Pero en la mentalidad estadounidense más conservadora, a pesar de la masacres que perpetraron, y que murieron cien veces más vietnamitas que yanquis (sin contar el destrozo a las infrasestructuras y al entorno natural), lo de Vietnam ha dejado una herida narcisista, una neurosis que aún no ha sanado, y que se manifiesta en su cultura popular y aún en muchas películas. Casi medio siglo después la historia se ha repetido con la desastrosa experiencia de Afganistán: de nuevo veinte largos años de ocupación, incontables pérdidas económicas, y una retirada vergonzosa que el mundo ha entendido como otra derrota. En el juego de ajedrez que el imperio estadounidense juega en todo el mundo, con Rusia y China como los dos oponentes más importantes de la partida, y con países diminutos como Vietnam (o Israel, o Yemen, o Siria…) como peones de esa partida interminable, parece que ya las cosas no les van tan bien a los de la bandera de las barras y estrellas, y que su plan para implementarlo (o para liberarlo de terribles comunistas, según su versión) va a tardar en llegar o no va a llegar nunca.

Es muy importante entender que la Guerra de Vietnam es uno de los acontecimientos más importantes del siglo XX, no solamente por el hecho de ser una contienda bélica en la que participara una superpotencia como EEUU, sino porque lo que allí estaba en juego (y aún sigue estándolo) es mucho más que la reunificación de un país en una república socialista. Existe un nexo de unión imposible de soslayar que une Vietnam con Afganistán, pasando por el desplome de la URSS a finales de siglo y por la reconstrucción y la recuperación económica e identitaria que Rusia ha experimentado en las primeras décadas del XXI. En política internacional nada sucede por azar, y todo responde a una lógica despiadada: quién obtendrá el poder omnímodo y quién quedará relegado, empobrecido o directamente destruido. 

Volviendo a Stone –que en 1986 se llevaba el Óscar a mejor película y mejor director con ‘Platoon’, un filme sobre Vietnam muy influenciado por ‘Apocalypse Now’ y protagonizado además por el hijo del protagonista de aquella, Charlie Sheen– casi parece ser el único que ha cogido el testigo de la mirada de Coppola en ‘Apocalypse’, pues en la formidable ‘JFK’ (1991) incidía en la importancia de la guerra de Vietnam en el magnicidio de Kennedy, pues el mandatario había abogado por una retirada progresiva de las tropas una década antes de lo que finalmente sucedió, y en cierta magistral secuencia el enigmático personaje interpretado por Donald Sutherland pronunciaba la frase esencial: “El principio organizador de toda sociedad, Mr. Garrison, es la guerra. La autoridad del estado sobre su pueblo reside en su poder guerrero”. Sentencia inapelable, monstruosa y devastadora, cuyo mayor exponente es precisamente el filme protagonista de este ensayo, en el que Vietnam es mucho más que un simple escenario bélico, y cuya estrategia narrativa se fundamenta no en una exploración histórica de un evento de esta magnitud, sino en las consecuencias que de él se derivan. 

III

Más allá de un filme bélico

El Cine Bélico es uno de los ocho géneros o marcos genéricos (los otros serían la Comedia, el Noir, el Histórico, el Fantástico, la Sci-Fi, el Musical y el Western) que quizá más ha empleado la coartada del espectáculo para enmascarar espúreos intereses ideológicos. El otro sería el Western –con el que comparte no pocos aspectos…– que en el caso del que proviene de Estados Unidos –no todos los los Westerns son estadounidenses, por suerte– habría maquillado la colonización y posterior exterminio de millones de nativos del subcontinente norte de América con la excusa de la conquista de una nueva Civilización en pos del Destino Manifiesto. En el caso del Bélico, dependiendo casi siempre del país en el que se haga el filme, se suelen tergiversar los hechos en favor la clase política y/o ideológica dominante. Y esto se ha llevado al paroxismo en un país tan poderoso y tan bélico como Estados Unidos, para el que la II Guerra Mundial fue una buena guerra que ganaron ellos (idea falaz, pero plenamente “demostrada” en cientos de filmes bélicos en los que los soldados de ese país son el colmo de la honestidad, el valor y el sacrificio en la batalla), y para el que la ya referida herida narcisista de Vietnam ha de sanarse con filmes como ‘Rambo: Acorralado – Parte II’ (‘Rambo: First Blood Part II’, George P. Cosmatos 1985) y títulos de semejante ralea, y para los que precisamente un filme como ‘Apocalypse Now’ es la puntilla con la que rematar el orgullo ya herido de muerte de un país guerrero. 

Lo que este filme bélico consigue es hurgar en la herida de Vietnam como quizá ninguna película logró hurgar en una herida cultural o nacional en el paso o podrá hacerlo en el futuro, y lo hace con una valentía y una audacia formal asombrosas. Porque sin renunciar al gran espectáculo que se le supone al bélico (la secuencia del ataque de los helicópteros, con la música de Wagner, es una de las más impactantes y épicas de la historia del cine) es un ataque frontal a los intereses estadounidenses en medio mundo, y una crítica feroz, sin ambages, a su política exterior. El largo itinerario de Willard ascendiendo por el río hasta llegar a Kurtz es nuestro propio itinerario a través de las sombras y los fantasmas de esta guerra en particular y de cualquier guerra en general, de los intereses que se esconden detrás de todas ellas y de las mentiras que intentan sostener con argumentos insostenibles.

En determinado momento, no muy avanzado el filme, la voz narradora de Willard (sus ojos son la cámara de la película en muchas ocasiones y su voz es la que nos lleva al interior de las imágenes) que está leyendo el diario de Kurtz, sorprendido por la perspicacia de sus ideas y cada vez más atraído por su personalidad, da cuenta del enorme despilfarro que está llevando a cabo EEUU, que podría ganarse “con un tercio del presupuesto y la mitad de hombres asignados a ella”. Willard, un hombre del que apenas sabemos nada, apenas un fantasma durante gran parte de la historia, es enviado a matar a un oficial del ejército de EEUU que se ha vuelto loco, pero el primer oficial de alto rango que encuentra en su camino es un coronel (Kilgore, en una interpretación sensacional del gran Robert Duvall) que se cree inmortal, que envía a sus hombres de confianza a surfear mientras otros combaten y que es feliz con el olor del Napalm después de haber masacrado cientos o quizá miles de enemigos. Algo que se ha señalado muy pocas veces, o quizá nunca, es que el filme de Coppola, secuencia a secuencia, una esfera argumental tras otra –el encontronazo con el tigre, la masacre a la lancha de pescadores, el episodio de las bailarinas de Playboy –que en la versión REDUX tiene segunda parte…–, la breve estancia en tierra en las inmediaciones del puente de Do Lung, la plantación francesa en la versión REDUX…– todos esos momentos, sin excepción, representan una crítica sofisticada y de gran empaque intelectual a la maquinaria de guerra del país de nacimiento del director, y una patada en el estómago sin paliativos hacia su supuesta superioridad y la aún más supuesta eficacia de su política expansionista. 

Recordemos que en ‘The Godfather’ (1972), Michael Corleone regresa al seno familiar, el día de la boda de su hermana Connie, tras servir con los marines en la II Guerra Mundial, algo con lo que consiguió distanciarse de su familia, que no veía con buenos ojos que luchara en guerras de extraños. Como veterano de guerra, Michael es capaz de aportar a ese mundo tan cerrado una visión mucho más amplia y certera para los tiempos que están por venir. Ya en ‘The Godfather, Part II (1974), sus alianzas le llevan a recalar en Cuba, en donde está a punto de triunfar la revolución de Fidel Castro. Tales eventos, aunque parezcan desconectados en el tiempo y en el espacio, están vinculados por los finos pero irrompibles hilos de la historia, y Coppola los une porque entre uno y otro se hallan las claves de la mitad del siglo XX. La siguiente clave era, claro, Vietnam.

En este gran fresco de Estados Unidos que componen las dos primeras partes de la historia de los Corleone, el interludio del magistral ‘La conversación’ (‘The Conversation’, 1974), tiene su peldaño último, y definitivo, en ‘Apocalypse Now’, que es la respuesta a todas ellas y al mismo tiempo el inicio de un nuevo ciclo. No es posible hacer un filme bélico después de este que no la tenga como referencia o que no esté construido en contra de sus ideas. En 2002 Randall Wallace perpetró ‘Cuando éramos soldados’ (‘When We Were Soldiers’) que trataba de erigirse en respuesta al filme de Coppola contando una de las pocas escaramuzas iniciales exitosas de las tropas estadounidenses. Aquel delirio belicista, en el que los soldados vietnamitas eran algo parecido a insectos a fumigar, era elocuente respecto a la cortedad de miras, a la supuración de esa herida narcisista originada por la guerra y luego envenenada de muerte por el filme de Coppola. Porque por mucho que en ‘Jarhead’ (Sam Mendes, 2005) los descerebrados soldados destacados en Irak corearan la famosa escena de la cabalgata de las valkirias, no existe mayor invectiva a todo lo que ellos representan.

No hay heroísmo en ‘Apocalypse Now’, no hay enseñanza moral, ni redención, ni respuestas. Willard completa su misión, en efecto, pero no como él esperaba ni por las razones en un principio esgrimidas para llevarla a cabo. Y con el final de Kurtz no llega la paz, sino un nuevo ciclo, en el que otro superhombre nietzscheano ocupará el lugar del semidiós caído. ¿El propio Willard? No, por cierto: arroja su arma ensangrentada, y sus tropas arrojan también sus armas como si les hubiera exhortado a imitarle. ¿Significa esto que no volverán a matar? En este contexto parece muy improbable. Willard vuelve a la lancha con un casi irrecuperable Lance y ordena el bombardeo. ¿Quién es aquí bombardeado? ¿Las tropas fanáticas de Kurtz o la humanidad por entero?

IV

La luz de las tinieblas

En la presentación de los cuatro tripulantes de la lancha que acompañan a Willard al igual que el león cobarde, el espantapájaros sin cerebro y el hombre de hojalata sin corazón acompañan a Dorothy en ‘El mago de Oz’, la voz narradora de Willard dice lo siguiente sobre Mr. Clean, el soldado adolescente interpretado por un jovencísimo Lawrence Fishburne: ‘Limpio, el señor Limpio, provenía de algún agujero nauseabundo del sur del Bronx, y la luz el espacio de Vietnam verdaderamente le volaron la cabeza”. Eso va sucedernos a nosotros: la luz y el espacio de ‘Apocalypse Now’ va a volarnos la cabeza. En otras palabras: va a abrirnos los ojos, va a provocarnos una herida psicológica, quizá como ninguna otra película de la historia del Cine, desconstruyendo para siempre dos conceptos: la imagen de los filmes bélicos, y la imagen de la guerra de Vietnam.

En la versión REDUX, que recomendamos encarecidamente al lector que ya haya visto la versión estrenada en cines, tiene lugar el famoso alto en la plantación francesa. Poco antes ha muerto Mr. Clean, de un trallazo en el torso. No es ninguna coincidencia que el chaval sea enterrado (en un emotivo funeral en el que vemos aflorar las lágrimas al capítán de la lancha) en esa plantación. Su cuerpo y su alma pertenecen a ese lugar, pues como ya hemos comentado fueron las armas estaounidenses las que proveyeron a los franceses en su lucha contra los lugareños por mantener sus colonias una vez terminada la II Guerra Mundial. Nada más poético, ni más paradójico, que un joven atolondrado e inocente asesinado en una guerra absurda que es consecuencia directa de otra guerra, en la que las ya casi extintas potencias europeas trataban de mantener sus últimos reductos. Esto en la película, si uno carece del bagaje histórico que estamos contextualizando, no se ve, pero se siente, se palpa en las imágenes. Esto y mucho más.

La primera visión de ‘Apocalypse Now’ deja al espectador perplejo, horrorizado y sin saber qué hacer con el filme. Sucesivos visionados te van abriendo los ojos al enorme caudal de sabiduría que el filme transmite con una sutilidad parecida al hecho de enterrar el cuerpo de Mr. Clean en la plantación francesa. Aún sin estar avisado de lo que se le viene encima, el receptor de la película sabe, intuye, que aquí hay algo más, mucho más en realidad, que un espectáculo salvaje y fascinador. La guerra del Vietnam es una excusa, del mismo modo que lo fue para Cervantes los libros de caballerías y toda la Literatura de su época, de la que se vale Coppola para poner sobre la mesa temas mucho más complejos, que tienen que ver con la misma naturaleza, me atrevería a decir que el mismo espíritu, del ser humano. Todo cambió en Asia y en el mundo entero en los años de esta guerra atroz, del mismo modo que todo cambió en los años setenta con la llegada del cine del Nuevo Hollywood, y muy especialmente con el estreno, en 1979, de ‘Apocalypse Now’.

Y todo cambió porque el espectador, el receptor, ya no puede ignorar un hito cinematográfico nunca más, ya no es inocente. Se le ha entregado una chispa inefable con la que poder conocer la verdad, la misma que obtiene Willard: que no hay salvación para el ser humano, que las guerras nunca terminarán hasta que no llegue el apocalipsis que nosotros mismos provocaremos, que la naturaleza y los animales sufrirán sin merecerlo y que nosotros recibiremos ensimismados, habiendo sido ya avisados de que el camino a recorrer ya está trazado, y que si no hacemos un gran esfuerzo por evitarlo lo tenemos aquí mismo, a la vuelta de la esquina.

Conflictos como la invasión de Afgnanistán por parte de EEUU, que ha desembocado en la invasión de Ucrania de Rusia, son parte de la misma guerra que se lleva sucediendo, en escenarios distintos, a lo largo y ancho de todo el globo.

Los artistas más grandes, además de fascinarnos con la belleza de sus imágenes, también nos hablan del futuro. Y sólo los más valientes lo hacen con honestidad y crudeza. Y no existe ninguno más grande ni más crudo o valiente que Francis Ford Coppola, que con su trilogía ‘El padrino’, con ‘La conversación’ y sobre todo con ‘Apocalypse Now’ ha erigido las visiones más sombrías, más funestas, de todo el cine estadounidense. No está sólo, por supuesto, pues otros como John Carpenter o James Cameron han construido miradas negrísimas del futuro que está por venir, mientras que colegas como Scorsese, Lynch o Malick han elaborado imágenes del presente y del pasado nada halagüeñas, sino más bien terroríficas. Pero ninguno de estos gigantes puede compararse con Coppola, que ha esculpido las visiones más terribles, más apocalípticas y sinceras, más formalmente arriesgadas de todas, con las que el espectador hace algo más que ir al cine: obtiene un pedazo de verdad sobre sí mismo y sobre la deriva del mundo en el que vive y que contribuye, o no, a hacer irrespirable.

2 respuestas a “Apocalypse Now, la luz de las tinieblas”

  1. Está claro que cada vez estamos mas cerca del apocalipsis, por no decir que hace unos años que no salimos de su torbellino y todo por culpa de élites psicopatas y gentes mansas, no creo que tenga remedio por mas que nunca debemos dejar de intentarlo. Muy buen post Adrián, muy completo, En su día visioné la versión primera en un cine y ya no me acordaba de casi nada (190min aprox) acabo de revisionar la Final Cut (3horas) y pronto veré la redux que aun dura 15 minutos mas, lo del surfero loco de Robert Duvall es genuinamente gringo y magistral.

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