Pedro Vallín: disparatar y sobreinterpretar

Dicen mucho eso de que tenemos los políticos que nos merecemos. También tenemos los periodistas que nos merecemos, y eso se dice bastante menos.

Pedro Vallín se define como periodista y escritor, nació en Asturias hace ya casi cincuenta años y tiene mucha experiencia después de haber trabajado en bastantes medios y de haber sido subdirector o jefe en algunos de ellos. Por lo que veo, aunque su nombre no les sonará a muchos, tiene nada menos que noventa y cinco mil seguidores en Twitter y actualmente trabaja en La Vanguardia, según parece siguiendo a grupos parlamentarios como Unidas Podemos, ERC, PDeCat (JxCat), PNV, y otros partidos minoritarios. En sus crónicas políticas suele mezclar sus ideas o los hechos expuestos con referencias cinematográficas propias de un friki del cine estadounidense, nombrando a películas como ‘Star Wars’ u otras muy famosas cuando tiene que hablar de un político, de una ciudad o de una situación.

Y dirá el lector: ¿cómo has conocido al tal Pedro Vallín, si a ti el Twitter ese ni te va ni te viene como no sea para leer los entrañables análisis cinematográficos llenos de lugares comunes de Bracero y otros por el estilo, y no lees casi nunca ‘La Vanguardia’? Pues muy fácil, porque lo nombró el ínclito Juan Gómez-Jurado en uno de sus Todopoderosos, y a mi dealer no se le ocurrió otra cosa (conexión neuronal lo llaman a eso) que pasarme su libro (gracias otra vez, Carlos). Y aquí estamos. Si J G-J nombra algo hay que leerlo, aunque sólo sea en la búsqueda de reafirmación personal. Pero ya con el título uno va intuyendo exactamente lo que se va a encontrar: ‘¡Me cago en Godard!: : Por qué deberías adorar el cine americano (y desconfiar del cine de autor)’, editado por Arpa Editores en 2019. Hacía mucho tiempo que no leía una tontería de libro de esta magnitud. Un libro, por otra parte, acorde con los tiempos posmodernistas, narcisistas, infantiloides que vivimos, y que no tienen pinta de terminar a corto o medio plazo.

Este volumen, que por cierto no es corto, tiene como tesis defender la idea de que el cine estadounidense, en contra de lo que tantas veces se ha dicho, es en verdad un ejemplo de izquierdismo y de pensamiento progresista, mientras que el cine europeo, de nuevo en contra del pensamiento de la cinefilia habitual, es un reducto de burguesía y de imágenes reaccionarias. En otras palabras, que el cine Hollywood, como él lo llama, es lo mejor que se ha podido inventar a la hora de poner imágenes y sonidos en una pantalla, y el cine europeo y de autor es un rollo y una bobada elitista por mucho que se empeñe la crítica. La crítica marxista, como él la llama, quizá influido por la existencia de la crítica literaria marxista, que por lo visto, según el autor repite en este trabajo una y otra vez, les hace sentirse culpables, a él y a la legión de espectadores que van al cine por el simple hecho de pasárselo bien con una película. Quizá serían esos espectadores, él incluido, si de verdad existen, los que tendrían que ir a mirarse el problema, en ese caso.

El hecho de que este señor defienda tales ideas para mí no es ningún problema. Puedes defender, si ese es tu deseo, que Arturo Pérez-Reverte es el mejor escritor de los últimos cincuenta años, aunque yo crea (y lo creo) que es uno de los peores. Por poder, puedes defender que ‘Gladiator’ es la mejor película de la historia del cine. A mí eso me da igual. Lo importante es el cómo, no el qué… como en todo en la vida. Pedro Vallín defiende a capa y espada, con una vehemencia digna de mejor causa, que Hollywood es prácticamente la Arcadia, que el cine europeo no vale casi nada, que Godard es un comunista rico que va de progre (ni siquiera esa idea es original tuya, Gómez-Jurado… a ver si en algún momento, aunque sea de casualidad, se te ocurre alguna), que las más importantes películas y directores europeos están preñadas y preñados de ideas reaccionarias, elitistas, monárquicas… y que el grueso de las películas estadounidenses, mucho más sencillas y llanas, hablan de temas mucho más importantes y universales y de ahí que el espectador medio desee verlas y salga feliz de ellas. Que para eso está el cine, hombre, para ser feliz. Y lo demás son mandangas.

Defiende esto Vallín con tal aluvión de datos (la mayoría de ellos bastante cuestionables), con tal montaña de medias verdades, generalizaciones, banalizaciones, chascarrillos (intenta hacerse el gracioso a cada esquina de la página), falsedades, exabruptos, ideas cogidas por los pelos (alguna que otra interesante, pero nunca bien engarzada con el núcleo del tema que intenta desarrollar), que convierte su gran cruzada en infructuoso esfuerzo… para todo aquel que tenga bagaje e inteligencia, por supuesto. Si eres un adolescente mental (tengas la edad que tengas) necesitado de justificar tus entretenimientos y adicciones narrativas, este libro es perfecto para ti. En caso contrario (y en el caso en que no te vaya el postureo profesional) Vallín debería tenerlo crudo contigo. Porque todo el mundo sabe, menos él, que Hollywood, como tal, no existe hace ya varias décadas, por lo que esgrimirlo como argumento actual en contra del cine «elitista» no tiene ningún sentido. Todo el mundo, incluso aquel al que no le interesa demasiado el cine, está harto de las películas estadounidenses que nos llevan vendiendo ideas trasnochadas sobre la familia, el heroísmo y la grandeza (¿qué grandeza?) de un país que no es más que una colonia glorificada. Y nadie, salvo gente como J G-J, que haberla hayla, necesita de un cruzado, Vallín, para exculparse de pasarlo bien en el cine.

Lo que Vallín querría, y por eso J G-J le aplaude y le cita (sin decirlo), es que no existiese la crítica, que el cine fuera simple evasión, y que el arte narrativo, en general, careciese de cánones y de debate teórico. A J G-J le encantaría que no existiese la crítica, ni literaria ni cinematográfica, para que su tinglado, y el de otros como él, no fuera impugnado por nadie, y periodistas como Vallín le dan la razón y le sirven de coartada intelectual. Cuando Vallín cita a Ángel Fdez-Santos en referencia a su crítica de ‘La amenaza fantasma’ («cine hecho de puro gozo», se titulaba) se olvida, o cree que nadie sabe, que ese crítico, aunque de vez en cuando le dieran ramalazos de profunda incoherencia teórica, era uno de los más aguerridos defensores del cine racionalista y de autor europeo en contra de la maquinaria del entretenimiento estadounidense. Y cuando cita a Guillermo Zapata (debería buscarse ejemplos más ilustres que un ex-concejal de cultura imputado por tweets racistas y nazis, pero poco se puede esperar ya) en realidad se cita a sí mismo, porque ambos piensan igual. Piensan igual que muchos millones de personas que se creen que el director de turno (o el novelista), el que sea, está ahí para entretenerles a ellos. Que su objetivo para ponerse a crear películas o novelas es que el espectador esté de buen humor.

Lo que Vallín, el pseudo-novelista nombrado y muchos otros no entienden ni quieren entender es que los artistas nacen del pueblo, viven entre el pueblo y trabajan a favor del pueblo… muchas veces, la mayoría, repudiados por el mismo pueblo a pesar de que se les está entregando algo verdaderamente valioso, y conscientes además de que tienen muchas papeletas de ser repudiados. Y que los feriantes que supuestamente hacen feliz a ese pueblo no son más que sacacuartos profesionales que le dicen al lector-espectador lo que quiere oír para sentirse mejor, que les entrega muchas respuestas a interrogantes narrativos aunque esas respuestas sean frecuentemente estúpidas, y que les manda a su casa con una sonrisa de estúpida felicidad para hacerles sentir a salvo, cuando en realidad no lo están. Pero Pedro Vallín, y muchos otros que me he encontrado a lo largo de mi vida, no tienen el menor interés en todo esto, sino en una lectura del cine que hace de sobreinterpretar un verdadero arte, como en su delirante crítica de esa deleznable película que fue ‘Terminator Génesis’, en la que hace otro alarde de lectura analítica en virtud de la cual esa catástrofe de película se vale de la nostalgia para elevar su propuesta. Creatividad a la hora de analizar películas no le falta a Vallín, como cuando se pone a defender ‘Tomorrowland’ en el libro no una sino varias veces como ejemplo de gran cine. ‘Terminator Génesis’ y ‘Tomorrowland’… y se supone que alguien debe tomar en serio a este señor.

Yo también, en algunos medios (incluida esta página), he sido un fervoroso defensor de cierto tipo de cine que la crítica digamos «seria» no suele apreciar demasiado. En otras palabras, puedo apreciar las enormes virtudes de un Bergman, un Tarkovski y un Antonioni, puedo pensar, de hecho lo pienso, que junto con Bresson, Buñuel y algunos más son los más grandes directores del cine europeo. Pero también considero que ‘Terminator 2’ o ‘Mad Max: Fury Road’ son sendas obras maestras incontestables. Me gusta mucho el trabajo de Urbizu, Fassbinder, Herzog, Haneke, Tavernier, Fellini… pero ‘Manchester By the Sea’ es una de las películas de mi vida. Me parecen muy interesantes muchas formas de cine abstracto o experimental, pero me fascinan películas de animación como ‘El señor de los anillos’ de Bakshi o ‘Spider-Man: Into the Spider-Verse’. Nadie puede negar el enorme potencial, la gigantesca historia del cine estadounidense, su poderío industrial, su capacidad para ir adaptándose al signo de los tiempos… pero tampoco puede nadie negar que en su vertiente más comercial es un cine caduco, que pasa rápidamente al olvido, que no es más que un entretenimiento para adolescentes, que muchos de sus directores están tremendamente sobrevalorados y que ya veríamos lo que son capaces de hacer con presupuestos más reducidos, que el cine espectáculo se agota pronto en sí mismo y que fenómenos como el western clásico son la extensión de la mentira de la fundación de ese nuevo país.

Por mucho que se empeñe Vallín siempre habrá críticos que a sus falsedades y medias verdades opongan un poco de sentido común, incluso para comentar su libro, plagado de cultismos y tecnicismos, así como de ese lenguaje periodístico tan soberbio que en lugar de demostrar da por hecho las cosas. Vallín además cree ser gamberro, divertido e iconoclasta, y se queda en otro de esos adolescentes mentales incapaz de hacer un chiste que funcione. Buen intento. Más suerte la próxima vez.

4 respuestas a “Pedro Vallín: disparatar y sobreinterpretar”

  1. Me lo imaginaba que con ese título no podía salir nada magnífico, Pedro Vallín se lo regaló a Pablito para que saliese leyéndolo en sus primeras fotos sin melena de las cuales les dio la exclusiva, me gustaría saber si ha sido capaz de leerlo entero o lo ha mandado a la librería y se ha dedicado a jugar y a pasear con sus 3 criaturitas, espero y deseo que haya hecho esto último y en cuanto a mi cesión a «vos» del librito en cuestión que quede constancia clara de que me lo pediste que yo no te lo aconsejé y te hablé de el como en plan Sálvame de famoseo, pero bueno de hasta lo pésimo se aprende, se aprende a como no hay que hacer las cosas :-))

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