El cañón del revólver XXI

Andamos en medio de la disputa de ver quién es el mejor tenista de todos los tiempos, en base (claro está) a quién tiene más Grand Slams o más títulos en global en su carrera: si Roger Federer, Novak Djokovic o Rafael Nadal. Y la cosa está ajustada, aunque el suizo empieza a quedarse descolgado después de varios años desaparecido, y Nadal parece a punto de claudicar, a la espera de lo que suceda en el US Open y de cómo se desarrolle el año que viene, pero de momento Nadal gana la pelea con 22 GS, nada menos, y le sigue muy cerca el serbio con 21… A mí Nadal me caía bien cuando era un chavalín con greñas que les zurraba a los grandes a base de corazón, piernas y hambre. Ahora es un multimillonario que cena con el rey y pide que se vuelva a votar cuando sale el PSOE… Por otro lado, anda comparando a Djokovic, en su lucha contra las vacunas, nada menos que con Muhammad Ali, como si fuera la misma cosa negarse ir a la guerra de Vietnam y estar tres años sin poder competir. Ahora mismo es casi imposible que ningún deportista de élite te caiga bien, no solamente porque el dinero que ganan es obsceno, sino por sus simpatías políticas y sus caprichos de estrellita disparatada.

En medio de una crisis alimentaria galopante, andan los ucranianos minando el puerto de Odessa. Yo no sé qué le pasa por la cabeza a esta gente, pero están jugando a la ruleta rusa con el pan de cientos de millones de personas, en Europa y en África. Y a la OTAN se la suda. De hecho ha pedido a los países pobres que no compren el grano de Rusia. Es para troncharse de risa. ¡Seguro que los países pobres dicen amén jesús, vamos a comprar el grano de EEUU, mucho más caro! El descaro, la desvergüenza, la bajeza moral de los EEUU y de la OTAN, su desfachatez histórica criminal, es algo que ya excede cualquier calificativo. EEUU y sus aliados son, además de la mayor amenaza para la paz mundial, el mayor causante de hambre en el mundo. Y la gente todavía poniéndose de su lado. Es alucinante.

Sigamos con cosas maravillosas: en una ola de calor de las que hacen historia, el maravilloso alcalde de Madrid decide cerrar varios parques, entre ellos el más grande, el Retiro, porque hay peligro de desprendimiento de ramas y de árboles. Como cuando hay una nevada, vaya. Digo yo que si no podemos ir a refrescarnos a los parques más frondosos de Madrid cuando no se puede ni respirar por la calle, que den otra solución que no sea irse a un centro comercial a ver tiendas y a gastar dinero, o que retiren antes del verano los árboles viejos y moribundos, o que pongan muchos más árboles en Madrid, o que hagan un bono para que la gente pueda ponerse aire acondicionado en casa y pueda usarlo por poco dinero, o lo que sea, antes de obligar a la gente a achicharrarse a cuarenta grados con un viento que parece que has abierto la puerta del horno después de media hora precalentando a todo trapo.

Estoy un poco cansado de eso que los cristofascistas vienen llamando, desde hace décadas, LA RECONCILIACIÓN. Se refieren, claro, a la transición, a hacer las paces entre los dos bandos y a construir juntos una nueva sociedad y bla, bla, bla, aunque en realidad lo que quieren decir es que se respeten las amnistías, no se investigue el pasado, no haya ley de memoria histórica, y un largo etcétera. Pero a mí lo que me da especialmente por culo es la expresión. Reconciliación. Reconciliación de qué. ¿Con los fascistas, con los ultras que acabaron con las libertades en España, que impusieron una dictadura después de un golpe de estado, que asesinaron a decenas de miles de civiles para tirarlos en zanjas, tenemos que reconciliarnos? ¿Por qué? ¿A santo de qué? ¿Quién ha dicho tal cosa? Ellos, los fascistas, tienen que reconciliarse con su dios y con el juez que los mande a prisión, a los que torturaron y asesinaron, y a los que les defienden. Los rojos no tenemos que reconciliarnos con nadie.

Qué manía tienen algunos en tuiter de dejar tres o cuatro planos de una película, o una secuencia, y creer que con eso vale para establecer un argumento y para decidir que tal o cual título es nada menos que una obra maestra. Otros por lo menos plantean hilos más o menos elaborados. Pero la mayoría pasan de eso. Se creen que por ser un «tuit star» y saber algo de Cine, la gente va a aprender cosas, cuando suelen salir igual de ignorantes de sus tuits que cuando entraron. Me encantaría ver a tanto supuesto experto en Cine elaborar sus teorías en un texto largo, en un blog como este o en un libro, y entonces ya veríamos si tienen algo que aportar o bien dicen las mismas cosas que otros han repetido desde hace siete décadas. Me da más bien que va a ser lo segundo.

Último disparo de este revólver: no sé qué es más ridículo ni más absurdo, si ver al Papa Francisco con un penacho de plumas en plan nativo americano, o ver a tanta buena gente ayudando a refugiados ucranianos a quedarse en su casa. No veo a esa buena gente ayudando a los rusos que en el Donbas han sido masacrados desde 2014 por la artillería ucraniana, ni ayudando a los migrantes subsaharianos. Tampoco veo al Papa disfrazándose de drag queen para defender los derechos de algunos colectivos. La gente, sea poderosa o humilde, siempre ayudando a aquellos a los que queda bien ayudar. Todo para aparentar. Todo para salir en la foto y parecer mejor persona de lo que uno es. Recuerdo en estos casos las últimas palabras de Sean Penn en The Thin Red Line, que cierran la película:» todo es una mentira».

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