La dirección de actores: aspecto esencial de un filme

Existen dos aspectos que diferencian el arte del Cine del teatro y de la Literatura y de otras formas narrativas: el montaje y la dirección de actores. Aspectos que además son generalmente ninguneados o despachados con rapidez por tanto especialista en semántica y en cuestiones tales cómo que significa ese semáforo que cambia en el último segundo antes del corte, o esa estrella de ocho puntas detrás de los intérpretes. En lo que se refiere al montaje, el grueso de los espectadores cree que un montaje picado (frenético o videoclipero) o complicado a nivel técnico es el mejor montaje, mientras que los más cinéfilos o analistas creen que el mejor montaje es uno que sea expresivo u originalista. En lo que se refiere al tema de la dirección de actores, que es en el que voy a centrarme ahora, no me sorprende que estructuralistas como Bracero (y muchos otros) busquen en él simplemente otras razones semánticas y no se detengan, o no les interese, en cuestiones mucho más interesantes, que insisto son esenciales si se quiere comprender la estrategia narrativa de una película y el modo en que el Cine ha evolucionado desde sus inicios.

La dirección de actores es algo que queda invisible al espectador, como es lógico. Muchos se pensarán que el actor o actriz de turno simplemente llegan al rodaje, recitan sus líneas como mejor sepan (si son buenos lo harán bien, si son malos lo harán mal) y luego se van a su casa. Es lógico que sea así. Lo que no es tan lógico es que los que quieren ser especialistas en el tema ni se hayan parado a pensar, por lo que parece, en la enorme evolución que ha experimentado esta disciplina desde los albores del Cine, y en que a fin de cuentas (esto ya lo comentaré en otro artículo futuro), el cine va sobre la gente, sobre el ser humano, y no sobre la profundidad de campo o la duración de un plano, aspectos también esenciales, pero que tienen que estar al servicio del personaje y de la mirada del director sobre las cuestiones que plantea en el filme, y no al revés, como tantas veces ocurre. El Cine, como la Literatura, existe para hablarnos de las miserias y de la dignidad humanas, y no va de sillas, mesas o lámparas. Los monos (así los llamaba mi profesor de dirección de actores) que se ponen delante de la pantalla tienen algo más que una importancia meramente «estructural».

Pero antes de ir un poco más al fondo del asunto, varias cuestiones que hay que apuntar:

  • El casting es el 90% de la dirección de actores
  • Algunos actores en efecto podría decirse que se dirigen a sí mismos
  • Con el montaje puede corregirse o alterarse drásticamente la interpretación de un actor
  • El actor o actriz han de encontrar aquello en lo que el personaje se les parece
  • La gran mayoría de directores, incluso famosos, no tienen ni idea de cómo dirigir a un intérprete
  • En un rodaje, además de vigilar el tiro de cámara, el director ha de estar con los actores

Ya hablaré otro día sobre el hecho, crucial, de que el actor ha de buscar aquellos elementos que tiene en común con el personaje. Pero ahora es importante señalar que a pesar de que el 90% de la dirección de actores es el casting (algo que va en consonancia con la frase anterior), el restante 10% (por poner un porcentaje mucho menor, porque esto no es científico) es fundamental si se quiere que la película tenga algo más que duración del plano o profundidad de campo.

En el proceso de dirección de actores se establece un vínculo creativo inapelable entre el director y todos los actores, del primero al último, por muy fugaz que sea su aparición, de la película. Ese vínculo creativo es tan importante como el que se tiene con un co-guionista o como el que el director establece con todos y cada uno de los jefes de departamento (director de fotografía, diseñador de sonido, diseñador de producción, montador…). De la fortaleza y profundidad de ese vínculo se desprende finalmente la sensación, del espectador cualificado o no, de que los personajes son verdaderos, de que las situaciones son persuasivas, y de que el conjunto GLOBAL de la película posee altura… o bien de que estamos ante un truquero muy preocupado por planos muy atractivos pero no por aquello que se supone intenta decirle al espectador/receptor de la película. Y es sorprendente (de nuevo…) el hecho de que muchos directores no poseen sensibilidad ni el menor interés por el trabajo de los actores, más allá de que estén correctos y les sirvan a ellos como meras herramientas para epatar al respetable.

También es cierto que algunos actores con mucha experiencia y con mucho talento son difíciles de dirigir y que tienen claro lo que están haciendo. En esos casos el director les deja hacer, una especie de supervisión controlada, y tratan de que den lo mejor de sí mismos y de que el montaje u otros elementos no entorpezcan lo que su actorazo ha logrado, sino que lo ayuden a trascender aún más. Pero al final es todo una misma cosa: puesta en escena-dirección de actores-montaje, disciplinas que se retroalimentan y que trabajan juntas para lograr la mejor película (o la mejor serie) posible. Un director, esa figura que muchos no saben qué diablos hace en un rodaje, además de vigilar el plano ha de estar pendiente de los actores y de que no se salgan del personaje. El personaje lo es todo, y sin él no hay película, sólo un montón de trucos narrativos que pueden ser muy fascinantes para algunos analistas, pero que son como los arpegios en Música o como las gárgolas de una catedral: casi mero material ornamental.

Los más grandes directores son siempre, siempre, grandes directores de actores (Coppola, Bresson, Von Trier, Linklater, Cuarón…) y grandes montadores. Para ellos dirigir consiste en eso: en trabajar con el actor, en montar situaciones interesantes, en golpear al espectador de la manera más noble y más duradera posible. Valorar una película ignorando todo eso es quedarse con lo ornamental, y no con lo nuclear. Desde el principio de los tiempos la dirección de actores ha luchado por desgajarse de la dirección teatral, y ha costado décadas lograrlo. Hoy en día una interpretación tipo Bogart en Casablanca o incluso Bette Davis en La Loba, no tendrían el menor sentido. No serían creíbles. Sin embargo sí lo son todas las interpretaciones en El cuarto mandamiento o en Fresas salvajes, porque tanto Welles como Bergman, dos de los más grandes directores de actores y directores en general de la historia, entendieron que la dirección de actores en Cine era otra cosa, y que si querían perdurar deberían encontrar esa otra cosa. Ya los actores no «actúan», sino que viven la secuencia. Ya no interpretan tal personaje, sino que son ese personaje. Y eso es una evolución en las formas cinematográficas mucho más trascendental que el uso del color. Así de claro.

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