La ignominiosa influencia de Arturo Pérez-Reverte en la literatura

No es el único, pero es el nuestro. Es nuestro baluarte, nuestro gran capitán, nuestro faro editorial. Supongo que otros países tendrán los suyos, y no les será fácil lidiar con ellos, pero dudo mucho que tengan entre las filas de sus escritores famosos e influyentes a tan ilustre paradigma, tan fervoroso luchador de lo patrio, lo viril, de la lengua, de la polémica barata. Nos ha caído encima, y llevamos ya tres largas décadas (cada una peor que la anterior… y esta cuarta amenazando con ser la peor de todas, visto el panorama) sufriéndolo, y sufriendo a las legiones de defensores suyos que temerariamente le glorifican, le alaban y le convierten en algo así como un autor y un sabio intocable. Han alimentado a la bestia hasta dejarla ahíta, y ahora, borracha de éxito y de narcisismo, lleva varios años imparable. Bueno, también existimos otros que estamos más que dispuestos a no dejarnos engañar, a no dejarnos arrollar por fenómenos sociales, y que siempre que nos sea posible y nos dejen, declararemos a los cuatro vientos no solamente que el rey está en cueros, y que apesta a ranciedad y a oportunismo, sino que su mera existencia es un lastre, una rémora para la ya maltrecha literatura española, herida de muerte desde hace demasiado tiempo. Las ignominias que Arturo Pérez-Reverte ha perpetrado en el seno de la literatura y de la vida cultural española son incontables, y aquí voy a hacer balance de algunas de ellas.

El lector: Pérez-Reverte ha contado en innumerables entrevistas las nutridas lecturas de su infancia y adolescencia. Según él, entre los diez y los veinte años se leyó «miles de libros». Sin entrar en la cuestión de que a menos que se leyera un libro al día durante diez años (en cuyo caso se habría leído 3650 libros), algo altamente improbable, como mucho se habrá leído en esa época unos mil libros (y eso significaría uno cada dos o tres días), y sin empezar ya a notar que no tiene en cuenta ni las matemáticas ni la inteligencia de su interlocutor (o que directamente es un fantasma como un piano de grande), esto de decir la cantidad de lecturas de su adolescencia suena como a un arquitecto que te dijera que él es capaz de construir edificios no porque haya estudiado la carrera, sino porque ha visto muchas construcciones, o a uno que pretende ser médico porque ha visto muchas series de hospitales. Aunque sobre todo suena a una de esas infantiles fanfarronadas a las que me temo tan acostumbrados estamos cuando a este señor le ponen un micrófono delante.

El navegante: Otra cosa que tampoco se cansa de repetir el amigo Pérez es lo que le gusta navegar, y que tiene un barco, y que siempre que puede lo coge y se larga por ahí a enfrentarse a las fuerzas de la naturaleza, o poco más o menos. En otras palabras, más prosaicas, que es un millonario que sale con su velero cuando le apetece a darse un garbeo por ahí y a tomar el sol o a acercarse a algún puerto a comer con su familia. Pero en su mente él es un émulo del capitán Ahab, no un mero capitán de yate. Habiendo nacido en Cartagena, es lógica su relación estrecha con el mar. No así su autoengaño de considerarse a sí mismo una especie de aventurero moderno, llegando a narrar en twitter alguna expedición en la que la mar le jugó alguna mala pasada. En la entrevista que el ABC (una cabecera «en absoluto» sospechosa de ultra-derechismo o manipulación) le ha acaba de publicar (titulada ‘Arturo Pérez-Reverte en el mar de Homero’), además de casi constituir casi una adoración a su figura, puede leerse, entre otras lindezas, que para él «el mar me da esos amaneceres inciertos que me daba ser reportero de guerra»…

El reportero de guerra: Pero si hay algo que cae en cada entrevista, conversación, conferencia, charla o mera anécdota circunstancial, es su pasado como cronista de guerra. Y todo lo que eso significa: no hay por ahí escritor que pueda soplarle la oreja a este señor en lo tocante a narrar ningún conflicto bélico de la antigüedad, ni ninguna batalla concreta. Alguien (él mismo, claro) le ha otorgado la autoridad absoluta, y sólo hasta que él lo toca (‘Cabo Trafalgar’, ‘Línea de fuego’, ‘Sidi’), el tema en cuestión no adquiere verdadera carta de naturaleza, no se ha narrado como debía hacerse, con la necesaria precisión técnica y conocimiento documental. Se conoce que escribir que una bala de cañón impactando suena a raaaas zaca-bum constituye la cúspide de la expresividad formal a la hora de contar una batalla, o que las espadas hicieron clang-clang son el colmo del lirismo bélico. Por supuesto que sí. Sin ninguna duda.

La soberbia es una planta de interior: Armado con esas tres «infalibles» armas, nuestro intrépido reportero (que todavía escribe sus columnas en XLSemanal, alguna que otra bastante divertida, las cosas como son), se lanzó a novelar, entusiasmado con la idea de renovar la literatura con los argumentos y las técnicas de Alejandro Dumas o Emilio Salgari, y con ‘El Húsar’ obtuvo lo que en la Wikipedia han descrito como un discreto éxito. No fue hasta su cuarta novela, la medianamente ingeniosa aunque en ningún modo notable ‘El club Dumas’, que conoció un gran éxito y empezó a labrarse el estilo y la carrera que ya son de sobra conocidos: thrillers con cierta imaginación en su planteamiento, mucha documentación histórica para darle lo que él llama «la argamasa» (…), y una soberbia extraordinaria, que le llevó a afirmar que: «Creo que no. Eso lo explicó muy bien una crítica francesa, cuando salió ‘El Club Dumas’ en Francia, que decía que mis novelas eran el exponente del thriller cultural europeo, frente al huérfano thriller norteamericano. Creo que es una buena definición. Mi novela hunde sus raíces en una cultura europea muy intensa. No hay confusión posible. Y además, cualquier confusión es insultante. Yo no soy un analfabeto cultural. Soy europeo y el hecho de ser europeo marca una diferencia muy importante. De todas formas, no soy productor de best-seller, escribo las novelas que me gusta escribir.» Hay quien diría que quien es capaz de decir eso es un individuo peligrosamente envanecido. Pero no él. Por supuesto que no.

Su prosa, su estilo, esas zarandajas: En opinión de Pérez-Reverte lo que hace a un escritor (además de tener dos cojones… no sé qué pensarán las escritoras), consiste en leer mucho y documentarse durante años si es preciso. Así, leyendo mucho, por ejemplo a gente como Joseph Conrad o Herman Melville, uno llega a creerse que es como ellos. En su caso, por desgracia, su prosa no pasa de la corrección de un oficinista o de un periodista de una cabecera de provincias. No existe en su estilo, ni sintáctica ni morfológicamente, ni en la expresividad, ni en la creación de caracteres, ni en el tono, ni en los diálogos (absolutamente todos sus personajes, en todas sus novelas, se expresan igual, sean mujeres u hombres, de cualquier edad o profesión, ¡incluso de cualquier nacionalidad!), ni en su estructura, absolutamente nada destacable, ni siquiera salvable. Se limita a relatar sucesos, uno detrás de otro, rompiendo continuamente el ritmo con digresiones muy discutibles (por decir algo suave), con circunloquios y divagaciones absolutamente anti-literarios, con personajes de cartón piedra. ¡Y eso, dice él, ha revolucionado la novela!: «(El Club Dumas) fue sobre todo una patada en los cojones a los que tenían secuestrada la literatura en ese momento. Fui un pionero, porque en España [entonces] había que escribir como William Faulkner y todo lo que era contar historias estaba mal visto» ¡Ole!

La crítica, ni se la ve ni se la espera: Lo bueno de fenómenos como el de Pérez-Reverte, es que además de retratarse a sí mismos cada vez que abren la boca, retrata también a los críticos literarios, que junto a los cinematográficos, demuestran que casi nunca están a la altura de las circunstancias. Pocos, muy pocos críticos (haberlos, haylos, y vaya mi respeto absoluto hacia todos ellos), han resistido el embate (y a algunos de ellos se rumorea que ha conseguido que les despidan). La mayoría de ellos, titulares de los medios de comunicación más importantes, le han dedicado a los libros de este individuo la loas, los elogios, los panegíricos, más exagerados y sonrojantes que jamás se han vertido en una crítica. Si estos vendidos al sistema tuvieran razón, resultaría que estamos casi ante un tipo de la talla de Torrente Ballester, Valle-Inclán o quién sabe si el mismo Cervantes. Está claro que no, pero esto es lo que dan a entender, y oye, él encantado con todo ello. El contubernio de la crítica a un escritor tan deleznable como él es una de las ignominias más grandes que ha perpetrado este señor con ayuda de su poderosa editorial. Pero todavía hay más.

Académico de la lengua: Muy breve: si a escritores tan infames como Javier Marías o Antonio Muñoz Molina les hicieron académicos de la lengua, ¿cómo no le van a hacer a él? ¿Estamos locos o qué? Y su condena por plagio, en firme, que le ha obligado a pagar a los agraviados, ¿va a hacerle dimitir? Por favor, ni que tuviera dignidad.

Nueva versión de ‘El Quijote’: Como su ambición erudita no tiene límites, aceptó la nefasta propuesta de la RAE de escribir un Quijote «adaptado a los nuevos tiempos», en la que nuestro querido novelista protagonizó una de las mayores sandeces editoriales que se recuerdan: aligerar El Quijote, cambiar su lenguaje para hacerlo más comprensible al lector hodierno, a fin de cuentas tal como dijo él mismo «El Quijote es complejo y farragoso». Menos mal que estaba él ahí para arreglar el caso, porque si alguien puede enmendarle la plana, y corregir al mayor escritor de todos los tiempos, ese es Pérez-Reverte, el indómito. «He trabajado durante un año para lograr que el lector no se diera cuenta de cuándo ha sido podado el texto, gracias a un hilo de sutura cervantino», declaró en su momento. Bravo. Además, en un acto de pasmoso altruismo, renunció a sus derechos de autor en favor de la RAE. Sus seguidores debieron montar alguna colecta, no fuera a morirse de hambre.

Perdonavidas y salvador de causas perdidas: El amigo Pérez-Reverte, por cierto, es de esos machos alfa que siempre anda buscando enemigos. Incluso el mar es, según declara en la entrevista del ABC, de alguna forma su enemigo. Tiene la mecha muy corta para desenvainar su afilado sable de caballería (es decir, para coger el móvil y tuitear…) cuando algo le ofende, y así lo ha demostrado en ataques a Roca-Barea, a Francisco Umbral o a quien se ponga por delante. ¿Quién es nadie para cuestionarle a Él? Si se diera la casualidad (nada azarosa) de que leyera este texto, Massanet el Envidioso (o sea yo, que no me publican un libro ni de chiripa) caería fulminado por Su Ilimitada y sin embargo Magnánima Ira. Pero que nadie crea que él es simplemente un bravucón. No, de eso nada. Es, además, un salvador de «causas perdidas»: de Cervantes («que no le incluyan en los planes de estudio es un crimen demasiado doloroso»), del Siglo de Oro (escribió la saga Alatriste para enmendar los libros de texto españoles), ¡de los mismos italianos en su última novela! («devolver la dignidad a estos héroes me parece un acto de justicia para los italianos, que además no es un país en el que los héroes modernos se hayan prodigado»), de los perros abandonados en su twitter, ¡de lo que sea, rediós!

Ante todo, clase y elegancia: La que le dedicó a una periodista («no me toque los cojones»), la que le dedica a los que le critican («que se vayan al diablo»), a un crítico («cantamañanas, novelista frustrado, perpetrador de bajezas semanales para ganarse el pan”), al presidente Zapatero («la mayoría de los españoles no somos tan gilipollas como usted»), a un dos chicas poco agraciadas que se cruzó en la calle («una focas desechos de tienta que pasaban junto a nosotros vestidas con pantalón pirata, lorzas al aire y camiseta sudada; creyendo, las infelices, que nuestro por allí resopla va por ellas»). Pérez-Reverte hace de Camilo José Cela un individuo encantador y progresista.

Los temitas que escoge el académico: Envalentonado, cada vez más a cara descubierta, Pérez-Reverte ya no tiene rubor. Sus últimas novelas así lo corroboran: sobre un agente secreto de la Falange, sobre la humanidad de los golpistas de la Guerra Civil, sobre los buzos italianos de la II Guerra Mundial. ¿Quién es nadie para cuestionar sus decisiones? El que no lo entienda es un memo que se deja llevar por ideologías, no como él, que es libre de hacer un héroe de quien le apetezca.

Afrancesado, convencido de la Leyenda Negra: Él, que habla un francés «de puta madre», ha repetido hasta la extenuación los argumentos de la Leyenda Negra Española, tales como que estamos en un país diferente, que España es una anomalía dentro de la Unión Europea, que los españoles somos incultos y fanáticos, que en el Siglo de Oro los inquisidores torturaban y quemaban gente a mansalva, que la Ilustración salvó a España, que mejor nos habría ido con un Dios protestante, que Francia, Inglaterra o Alemania son países mucho mejor organizados, y otros disparates por el estilo. Pérez-Reverte es el típico afrancesado que, irónicamente, se cree muy patriota y muy español.

El crítico cinematográfico: El cine es en realidad su gran influencia, no la literatura, por muchos libros que haya leído y por mucho que en su tuiter deje citas de clásicos grecolatinos. Más ejemplos hay de sus ideas sobre las películas y las series. Y en realidad no tiene nada malo que a un escritor le guste mucho el cine, pero por fuerza ha de interesarle mucho más la literatura. Pérez-Reverte es un ejemplo clamoroso de alguien que ha leído mucho (si es que es verdad todo lo que dice…) pero que no tiene ni idea de literatura. Como no tiene ni idea de cine. No sorprende, sin embargo, que le hayan adaptado unas cuantas veces (con resultados siempre nefastos), porque sus novelas son películas relatadas con palabras.

Y para terminar, sus argumentos y sus soflamas de siempre, que aburren a cualquiera: Porque cada vez que Pérez-Reverte hace un libro es un homenaje a la cultura mediterránea, de tres mil (o cuatro mil, según la entrevista), años de existencia. Sus personajes llevan en la mochila a Homero o a Virgilio. ¿No se siente ridículo diciendo chorradas como esa? Escribir un libro sobre temas marinos no te emparenta con Homero, compañero, y tener en tu barco una foto de Conrad no te hace Conrad, ni conseguirá que te codees con él en la posteridad. Una posteridad que te está negada. Y lo sabes, amigo Reverte. Lo sabes tan bien como todos esos escritorzuelos que asolan las mesas de novedades y que se ufanan de sus muchos lectores, de la cantidad de libros que firman o de los idiomas a los que han traducido sus novelas. Lo sabes porque no eres tonto, bien que lo has demostrado durante treinta años. No eres tonto y cuando cierras twiter, cuando llevas dos o tres meses sin alguna polémica digna de patio de colegio, cuando lees a algún verdadero novelista, la certeza asoma las orejas, colega. Te irás al otro barrio dentro de diez o veinte años, con tus millones en el banco, con tu biblioteca de veinte mil volúmenes (quién sabe si ya serán cuarenta mil, o cien mil…), con tu rictus de sheriff de pueblo polvoriento y tu filosofía de baratillo, sabiendo perfectamente que cuando se acuerden de ti, si la gente (sobre todo la crítica) recupera el sentido común, será para avergonzarse de haberle dado tanta cancha y tantos privilegios a un escritor tan inicuo y que tantas ignominias ha perpetrado contra la literatura en español.

8 respuestas a “La ignominiosa influencia de Arturo Pérez-Reverte en la literatura”

  1. Reverte critica a Roca Barea por envidia, porque ha tenido mucho éxito mediático nuestra querida Doña Elvira, tienen ambos la misma mentalidad un poco hueca pero bien orientada hacia los negocios lucrativos, son dos fachillas y Arturito tiene de afrancesado mucho menos que de chulo y castizo. En cualquier caso en la academia de la lengua a este paso también acabará Toni Cantó cuando cierren el chiringuito del español en Europa que tanta falta hacía, pues se lo disputaba Polonia y cuando un polaco se pone pesado todos sabemos que no hay quien le haga desistir de sus turbias intenciones.

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  2. No he leído a Pérez Reverte, pero la mayoría de las críticas que se le hacen en este artículo son bastantes infantiles: preocuparse y molestarse porque alguien escriba, sobre el tema que se le ocurra, bien o mal; porque mienta en sus lecturas; porque navega en su yate personal; porque fue corresponsal de guerra; porque utiliza las redes sociales por internet de la forma y con la finalidad que lo hacen millones y millones de personas en el mundo, no me parecen crímenes que merezcan tanto enojo. Sí comparto los comentarios acerca de la «versión» del Quijote: creo que es una muestra de mediocridad y de pobreza intelectual. Por lo que se ve, el notable escritor y académico es un tanto pedante y egocéntrico, cualidades comunes a demasiadas personalidades conocidas, cosas que entonces no lo hacen muy original.

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    • Hola, juliocartei, ante todo gracias por tu comentario

      No hay ningún enojo, sólo la constatación del daño que personajes como este le hacen a la literatura, precisamente por cómo escribe y por lo que vierte de su personalidad por tierra, mar o aire. Eso sí es un crimen, no tipificado en la ley de enjuiciamiento criminal, pero sí quizá en la ley de ignominia literaria.

      No le lea. Su creatividad se lo agradecerá.

      Saludo afectuoso.

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  3. Pérez – Reverte es un claro ejemplo de lo que triunfan estos personajes, como el petulante Juan Gómez – Jurado. Respecto al primero me fascina cómo gusta a la gente un tipo que se gana la vida de echar mierda acerca de España constantemente y de ser un provocador barriobajero. Yo me di cuenta de la mentira que es con su libro de «Guerra Civil para adolescentes», una obra de viñetas llena de etiquetas y con mucho afán pretencioso. Mejor leer otro tipo de literatura que perder el tiempo con este ser.

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